Proteger nuestros países previendo otra grave crisis global

Es muy probable que la trayectoria de desaforada concentración de la riqueza que predomina en el mundo desemboque en otra grave crisis global. Ante  esa eventualidad, los países debieran encarar impostergables medidas de prevención para reducir al máximo posible su vulnerabilidad frente a crisis externas. Esto implica transformar aquellos factores internos y formas de conectarnos con el mundo que actúan como cadenas de transmisión de los impactos destructivos.   

El mundo está sumido en un proceso de tremenda concentración de la riqueza que no cesa de acentuarse. Que 62 individuos posean la mitad de la riqueza mundial (lo mismo que más de 7500 millones de personas) no sólo es un hecho ética y políticamente inaceptable sino que genera una trayectoria cargada de contradicciones, duro castigo a enormes mayorías, destrucción ambiental y recurrente inestabilidad. Este proceso global afecta a todos los países y muy probablemente desemboque en una nueva crisis global de incalculables consecuencias.

Intentos por contener desigualdades

No faltaron países que intentaron aminorar las inequidades y vulnerabilidades generadas por la concentración de la riqueza. Así, por ejemplo, al inicio del siglo XXI un buen número de países de América Latina pudieron darse gobiernos de base popular que aplicaron una gran diversidad de políticas públicas redistributivas, de aliento al mercado interno y de adquisición de derechos y beneficios sociales. Esto fue sostenido con asignaciones presupuestarias y políticas activas para favorecer importantes segmentos de la industria, las actividades agropecuarias, el comercio y los servicios.

Sin embargo, en pocos casos estos gobiernos de base popular pudieron transformar la naturaleza y dinámica de la matriz productiva nacional, así como la estructura interna y la dinámica de las principales cadenas de valor. Elegidos democráticamente y con buen sustento social, lograron atemperar el proceso de concentración aunque no llegaron a transformar su inherente dinámica de funcionamiento. El poder económico se mantuvo concentrado sin dejar de lucrar mientras que, con complicidades políticas, mediáticas y judiciales, operó para desestabilizar hasta destituir o derrotar electoralmente a quienes lideraban los intentos transformadores.

Desarticulación de líneas de defensa

En la actualidad, una ola regresiva en lo político y neoliberal en lo económico reemplaza a los gobiernos de base popular revirtiendo dramáticamente sus políticas. Las nuevas orientaciones reimplantan la desregulación de las operaciones financieras especulativas, facilitan una fuga de capitales que nunca dejó de existir, transfieren recursos de sectores medios y populares a manos de los grupos concentrados, provocan retrocesos en derechos sociales y laborales, comprometen la producción y el empleo  nacional con la triple amenaza de un achicamiento (“enfriamiento”) del mercado interno, una indiscriminada apertura de importaciones y el regreso a la primacía de los sectores primarios como agricultura, ganadería y minería (la denominada “reprimarización” de la economía y de las exportaciones).

De este modo, el proceso de concentración de la riqueza a escala global encuentra hoy facilitada su expansión a nuestros países. Con el lema de “integrarnos al mundo“, se han desarmado líneas de defensa que aumentan la vulnerabilidad y subordinación a un orden global en el que nuestros países, empresas y familias son actores de segundo o décimo orden. El timón de la marcha global está en manos de grandes corporaciones internacionales que controlan los mercados del mundo ordenándolos de forma de asegurarse mecanismos de succión y apropiación de valor de diversa naturaleza.

Un callejón que lleva al mundo hacia una nueva gran crisis mundial

Se multiplican las evidencias que este sistema mundial de desaforada concentración de la riqueza es estructuralmente insostenible. La concentración no sólo hace estragos sobre las economías del mundo sino que destruye el medio ambiente, afecta las relaciones entre grupos sociales y países, condena al retroceso de derechos esforzadamente adquiridos, impone duros valores de insaciable codicia e indiferencia para con los demás; sustituye con alienadas estampidas hacia consumismos y adicciones la búsqueda de significación y el ejercicio de la propia responsabilidad individual y social. En ese contexto se agigantan cerrados antagonismos, el sálvese cada quien por su lado, el poder de imponer de los más fuertes. Arde el mundo y se oscurecen los horizontes.

Hemos sido entrampados en un callejón sin salida marcado por crisis recurrentes, desazón ética, destrucción ambiental, escalada de conflictos sociales y geopolíticos, retrocesos en educación, salud y seguridad de amplias mayorías de la población mundial. En lo económico es un sinsentido que los movimientos financieros especulativos sean hoy varias veces mayores que la economía real del mundo; que la concentración de la riqueza haya debilitado la demanda efectiva dirigida a adquirir bienes y servicios y en su lugar se hubiesen generado tremendas burbujas especulativas con una capacidad destructiva mucho mayor de las que estallaron en el 2008. Debe decirse que no es inevitable una nueva gran crisis global pero con la aceleración de la concentración y la ausencia de fuerzas que puedan detenerla la hacen más que probable.

Desafíos globales frente a gobernanzas locales

Decimos que podría evitarse otro gran estallido sistémico siempre y cuando pudieran generarse otras muy diferentes circunstancias que las que hoy predominan en el mundo. Por de pronto que existiese un poder global con la autoridad y la capacidad para resolver la dinámica concentradora. Sin embargo, tal poder no existe en la actualidad.

En un mundo cada vez más interconectado, los grandes desafíos se han tornado globales mientras que la gobernanza está aún centrada en países o grupos de países. Los capitales financieros hoy se mueven libremente por el mundo a velocidades provistas por el desarrollo de las comunicaciones: en segundos puede ordenarse la compra o venta de activos financieros en montos muchas veces superiores a los presupuestos de la mayoría de nuestros países. Frente a avalanchas de entrada y salida de capitales que succionan el valor que generamos, solo contamos con estados nacionales y algunas agrupaciones regionales dotados de modestos y acotados instrumentos de intervención. Se trata de una muy desigual confrontación.

Por un lado, un ágil y muy influyente poder económico concentrado, guiado por una insaciable búsqueda de maximizar sus tasas de ganancia sin considerar los destructivos efectos sociales y ambientales que provoca. Por otro lado, naciones y poblaciones azoradas que no encuentran la forma de parar una dinámica que va destruyendo culturas, cohesión social y bienestar general.

Construir defensas en previsión de una nueva gran crisis global

 Si una nueva gran crisis global se desatase serán nuestros pueblos y países los más afectados ya que, como siempre sucede, el 1% privilegiado encontrará formas de descargar su responsabilidad y evadir los efectos destructivos. Más aún, tal como sucedió en la gran crisis iniciada en el 2008, lo más probable es que aprovechen las desgracias para rapiñar despiadadamente en ríos revueltos.

Sin vistas de una transformación sistémica y ante la eventualidad de una nueva gran crisis global, los países debieran protegerse con medidas preventivas; defensas estratégicas que no significan cerrarnos a relaciones internacionales que pudieran convenirnos, ni afectar la potencialidad de nuestros recursos. El propósito es fortalecer el mercado interno y la capacidad productiva nacional reduciendo al máximo posible la vulnerabilidad frente a amenazas externas. Esto es, preservar nuestros activos y cuidar a nuestra propia población.

Entre otros varios ejes estratégicos de política económica destacamos dos de enorme importancia: uno refiere a asegurar que el ahorro nacional se invierta en la economía real (favoreciendo a todo el aparato productivo pero muy especialmente a los pequeños y medianos emprendimientos) de modo de evitar que una gran parte del mismo se aplique en actividades especulativas o se fugue al exterior;  otro eje estratégico hace al sector externo que incluye establecer acuerdos regionales orientados a integrar cadenas regionales de valor, balancear exportaciones e importaciones y regular con firmeza la entrada de capitales especulativos.

De todos modos, es imposible ignorar que una parte muy considerable del ahorro nacional y de las relaciones con mercados externos es controlada por grupos concentrados que poco reinvierten en la economía real de sus países: fugan sus ganancias evadiendo impuestos o las aplican a especular. De ahí que haya que actuar no sólo a nivel de regulaciones (mejorando aquellas que hoy son de dudoso cumplimiento), sino también a un nivel más profundo sobre el proceso de generación, apropiación, destino y retención del ahorro nacional. El objetivo es  lograr re-direccionar el ahorro generado internamente hacia inversiones productivas y sociales que contribuyan al bienestar general y el cuidado ambiental.

Por cierto esto no es sencillo ya que exige sostener una diversidad de iniciativas. En los párrafos que siguen y a modo de ejemplo, se esbozan algunas de las más significativas del área económica refiriendo a otros textos publicados en Opinión Sur un más amplio tratamiento.

  • Transformar el comportamiento de emprendedores y corporaciones

 Buena parte, sino la mayoría, de emprendedores y corporaciones orientan su accionar en función de maximizar su tasa de ganancia con poca o nula consideración por el bienestar general y el cuidado del medio ambiente. Creen no tener responsabilidad respecto a esos críticos aspectos  atribuyéndosela sólo al Estado y a organizaciones de desarrollo o comunitarias. Esto no es así.

La forma como producen, lo que pagan a sus proveedores, lo que cobran a quienes compran sus productos, el grado de respeto a la legislación laboral, la capacitación tecnológica y de gestión que ofrecen a sus trabajadores, el compromiso con sus comunidades, entre otros factores, tienen una directa incidencia sobre el bienestar  general y el cuidado ambiental. Además, aquellos que fugan al exterior buena parte de sus resultados impiden generar efectos multiplicadores en el país al tiempo que desfinancian al Estado a través de la enorme evasión impositiva que practican.

Estos comportamientos pueden modificarse a través de regulaciones, controles o esclarecimiento, lo cual no es sencillo pero tampoco imposible como el credo neoliberal argumenta basado en el inherente individualismo de las personas y la necesidad de concentrarse en la gestión productiva de modo de no perder competitividad y lograr mantenerse en el mercado. Sin embargo, si en lugar de fugar capitales los reinvirtiesen en mejoras productivas, podrían preservar su competitividad, compensar con justicia a trabajadores y proveedores y asumir su responsabilidad tributaria. Queda un largo camino por recorrer para generar un nuevo tipo de emprendedorismo transformador.

  • Transformar el funcionamiento de las cadenas de valor

Cambiar el comportamiento de emprendedores y corporaciones no se logra actuando sólo a nivel de cada actor individualmente sino, además, transformando el funcionamiento de las cadenas de valor en las que operan. Toda cadena de valor se estructura concertando complementariedades entre diversas unidades productivas que se integran a lo largo de un proceso productivo. El valor que genera cada cadena es producido por el conjunto de participantes pero el reconocimiento de la compensación por la cuota de valor que cada actor genera no es determinado por el conjunto sino por quienes detentan la capacidad de imponer su parecer. Y ese parecer privilegiado generalmente desemboca en abusos de poder de mercado con lo cual los más poderosos extraen para su propio provecho buena parte del valor generado por los demás. Extraen valor de proveedores y también de quienes compran sus productos, sean otras empresas o consumidores finales.

Se consagra así un proceso de concentración de riqueza que fluye hacia la cúspide de la trama productiva, unos pocos actores poderosos que se tornan cada vez más poderosos a costa de quienes no tienen la capacidad de resistir la pérdida, por apropiación, del valor que les pertenece. Esto tiene serias consecuencias porque mientras las empresas líderes acumulan a través de cada ciclo productivo, el resto lo hace a tasas menores o no acumulan, se estancan o retroceden. De este modo, la cadena productiva no crece orgánicamente favoreciendo a todos sus participantes sino tiende a la concentración de resultados provocando una desigualdad que se cristaliza y proyecta sobre los ulteriores ciclos productivos.

¿Cómo corregir estos abusos de poder? Una posibilidad es estableciendo espacios de negociación de precios y condiciones comerciales entre los participantes de una cadena productiva, incluyendo la participación del Estado regulando y custodiando el funcionamiento de esos espacios. Debiera asegurarse que todos quienes participan de una cadena productiva (pequeños, medianos y grandes emprendimientos) obtengan una parte justa de sus resultados.

El apoyo a pequeños emprendimientos puede darse individualmente o subiendo la escala y los umbrales de productividad a través de su integración en alguna modalidad de emprendimiento inclusivo. Asociado a esto se sitúa el objetivo de ensanchar las cadenas de valor para integrar productivamente a sectores populares, tema cubierto en el artículo Ensanchar cadenas productivas integrando sectores populares.

Los beneficios que reclamen las partes no pueden poner en riesgo la viabilidad de la propia cadena productiva (lo que no significa condonar la concentración y extracción de valor). Lo que implica es que las empresas líderes tendrán que ceder parte de su tasa de ganancia para posibilitar que la entera cadena productiva se desarrolle orgánicamente, sea que su producción se oriente al mercado interno o tenga que ajustarse a condiciones internacionales de competitividad.

En los casos que existiesen niveles de intermediación comercial que se apropiasen de una parte desmesurada del valor generado por productores y regulaciones y controles fuesen inefectivos, habrá que desmontar el poder que detentan los intermediarios favoreciendo el establecimiento de otro tipo de canales de acopio y comercialización con alguna forma de participación de los propios productores. Esto suele suceder en el caso de cadenas productivas de alimentos en las que las diferencias de precios entre lo que recibe el productor y lo que paga el consumidor final llegan a ser de más de 30, 50 o 100 veces el precio inicial.

 Transformar la matriz productiva

 Para no alargar en demasía este corto artículo, referimos el tratamiento de lo que implica y como podría encararse la transformación de la matriz productiva al artículo Transformación de la matriz productiva: lo sectorial, lo social y lo político. En ese texto, además de abordar lo referente a la transformación de una matriz productiva, se la relaciona con los temas anteriores de las cadenas de valor y de nuevos tipos de emprendedorismo.

  • Transformar nuestro relacionamiento internacional

Una aproximación a este crítico aspecto puede verse en el artículo Protegernos de los coletazos de la crisis global  .

El timón en manos de nuestras sociedades

 Antes de cerrar estas líneas vale insistir que un cambio de rumbo y de forma de funcionar requiere una recomposición política que lidere y sustente esa transformación. Sin ese avance político, habremos de deambular entre confusiones, estafas y frustraciones. El desafío transformador se juega en lo económico pero también en lo cultural, ideológico, valorativo y, muy especialmente, en lo mediático y judicial. Un cambio de rumbo involucra acciones, actitudes y responsabilidades múltiples y todo ello se dirime a nivel político y de conducción del Estado.

El timón de nuestro devenir como humanidad y como naciones debe estar en manos de nuestras sociedades y no de mercados controlados por un puñado de poderosos grupos económicos. Esta noción de quién timonea nuestro devenir es una fundamental divisoria de aguas entre las fuerzas que accionan a nivel geopolítico y de cada uno de nuestros países. Más explícito: para terminar con la concentración y los privilegios de poderosas minorías, la economía debe subordinarse a los intereses y necesidades ambientales y sociales, no a la inversa.

Hemos alertado sobre la imperiosa necesidad de tomar decisiones en previsión de una nueva gran crisis global que podría acontecer en un plazo no muy lejano, destacando algunos rasgos de una estrategia de defensa contra los coletazos de crisis externas. Las medidas de protección que se sugieren no apuntan a aislarnos del mundo sino a preservar soberanía decisional. Es nuestra responsabilidad actuar con la mayor anticipación posible para evitar quedar expuestos a los peores impactos de crisis globales que no generamos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *