Un recordatorio sobre los principales factores que generan desigualdad y la futilidad de pretender transformar el proceso concentrador de la riqueza y del poder sin encarar los grandes mecanismos de apropiación de valor
Mucho se debate sobre la desigualdad en cuanto a su dimensión, los efectos que produce y cómo abatirla; son todas cuestiones estrechamente ligadas. Cuando la desigualdad es enorme y no cesa de crecer como ocurre en el mundo contemporáneo, la trayectoria global y de cada una de las economías nacionales se aleja dramáticamente de criterios de equidad y justicia, así como de su propia sustentabilidad [1]. Frente a ello y sin mayor éxito, se plantean muy diversas estrategias para superar esas desigualdades. Lo que explica la futilidad de esas estrategias en casi todos los países afluentes y también en algunas economías emergentes, pasa por la endeblez cómo es concebido su origen (sesgo ideológico que encubre los intereses de quienes lucran con las desigualdades) y por la debilidad política que prima en los países donde manda el capital financiero lo cual impide aplicar soluciones de fondo para transformar el actual proceso de concentración económica.
El origen de la desigualdad
En verdad debiéramos hablar de los orígenes de la desigualdad ya que no existe un único origen sino varios que históricamente se van superponiendo para conformar el dramático cuadro de la desigualdad contemporánea. Sin embargo, no todas esas causas tienen el mismo peso. Esto es, existe una variedad de factores que contribuyen a generar desigualdad incluyendo, entre otros, las negociaciones salariales entre partes de desigual poder, diferencias de productividades, quienes aprovechan los descubrimientos tecnológicos y medicinales, la distribución social y territorial del conocimiento, de la información y de los contactos, el haber sido colonias de las que se extrajeron ingentes recursos o colonizadores que se los apropiaron, mejores o peores políticas de desarrollo. Todos los factores generadores de desigualdad debieran ser identificados, considerados y, según corresponda, asegurar que sus impactos negativos se reduzcan al mínimo posible. Todos tienen un subyacente común denominador pero algunos explican más que otros el explosivo y persistente crecimiento de la desigualdad en las últimas décadas; no por casualidad suelen ser ignorados o disimulados. Esos factores hacen a la apropiación a gran escala del valor generado por otros que realizan poderosos grupos económicos, el crimen organizado y, en menor medida aunque con grave impacto para el funcionamiento social, la corrupción política, mediática, empresarial, sindical y judicial.
Es que nadie puede tan sólo con el sudor de su frente, en base al propio esfuerzo acumular riqueza y, por tanto, poder al ritmo que lo hacen los sectores apropiadores de valor. Esto debiera quedar absolutamente claro, aunque puedan citarse excepciones que no hacen sino justificar esta penosa e indignante afirmación.
No todos quienes acumulan a esas tasas se asumen como delincuentes apropiadores de valores que ellos no generaron ya que hay quienes se cuidan de actuar dentro de los marcos legales que han ayudado a establecer. Marcos legales que por supuesto les favorecen mientras perjudican a grandes mayorías, como son la desregulación del sistema financiero, las imposiciones incluidas en tratados comerciales o laborales, el aprovecharse con la ley en la mano de débiles y vulnerables, las persecuciones o el silenciamiento de quienes impulsan transformaciones. Otros apropiadores, además de actuar en forma ilegítima amparados por el orden que han forzado sobre los demás, operan ilegalmente violando incluso el orden jurídico que les favorece.
Mecanismos de apropiación del valor generado por otros
Los mecanismos de apropiación de valor son múltiples y diversos; la mayoría de ellos sutiles o encubiertos porque no resistirían operar ni ser defendidos a cielo abierto. Pueden señalarse, entre muchos otros, algunos rasgos que los caracterizan.
(i) La tremenda movilidad del capital financiero, amparada en la oprobiosa desregulación de los sistemas financieros que lograron imponer, les permite forzar una especulación sin límites espaciales o temporales. Con su poder de fuego pueden no sólo aprovechar sino también generar todo tipo de situaciones de estrés financiero que les favorecen; desde crisis como la que hoy acorrala al mundo, hasta corridas cambiarias, el hecho de entrar con fuerza en ciertos mercados y después abandonarlos intempestivamente con graves consecuencias; ahondan la fuga de capitales, aprovechan para su propio beneficio una eventual cesación de pagos, quiebras corporativas, asfixias financieras; si ven amenazados sus privilegios desestabilizan gobiernos y otros grupos económicos, suscitan una variedad de conflictos sociales y geopolíticos. En todas esas situaciones lucran desaforadamente, sin piedad ni misericordia alguna. Poco les importa si su accionar especulativo causa muertes, destrucción ambiental, desasosiego, quiebres institucionales, conflictos bélicos; tampoco si sus ganancias se producen en asociación con el crimen organizado, delitos económicos, corrupción política o lavado de recursos mal habidos. Actúan como buitres sobre pueblos y sociedades generando penurias y destrucción.
(ii) El dispar poder financiero del que disponen los sectores apropiadores les habilita a realizar maniobras para adquirir a precio vil los activos de actores que atraviesan difíciles situaciones y carecen de cualquier tipo de protección o de ayuda. Con ello, los apropiadores logran hacer crecer geométricamente su riqueza acumulando aún más valor que no han generado.
(iii) Quienes detentan poder de mercado debido a su tamaño o posición oligopólica tienen la capacidad de abusar de sus proveedores y clientes a través de imponerles precios y otras condiciones que les permiten obtener ilegítimas ganancias extraordinarias. Los precios se transforman así en sutiles mecanismos de apropiación de valor por parte de quienes tienen la capacidad de imponer por esa vía sus intereses. Las organizaciones de proveedores y de consumidores procuran contener este abusivo proceder pero es tal la asimetría de poder entre actores que convergen en los mercados que, en última instancia, se depende del Estado para que regule el accionar económico e impida los abusos derivados de las diferencias de poder [2] . De ahí que la situación se desmadre, es decir “se proceda sin respeto ni medida hasta perder la mesura y la dignidad”, cuando el Estado es colonizado por el poder económico con la complicidad de sectores de la política, de los medios y de la Justicia; en lugar de asegurar equidad, el Estado termina defendiendo los intereses del privilegio.
(iv) En su afán de acumular valor a toda costa, el poder económico evade hacerse cargo siquiera de sus responsabilidades tributarias, mientras que ciudadanos de a pie pagan tasas, impuestos y otras contribuciones fiscales. Son conocidos los mecanismos que se utilizan para materializar la enorme evasión de impuestos que grandes corporaciones realizan; por ejemplo, al exportar a subsidiarias basadas en otras jurisdicciones laxas en cuanto a impuestos y transparencia. Presentan facturas de haber vendido a precio subvaluado con lo que minimizan ganancias en el país donde el valor fue generado, mientras que las subsidiarias venden esa exportación al destinatario final al precio de mercado obteniendo ganancias ilegales que luego remiten a sus matrices radicadas en países centrales o, más frecuentemente, en guaridas fiscales.
(v) Las guaridas fiscales reciben remesas ilegales, o cuando menos ilegítimas, de ciertas grandes corporaciones junto con otras provenientes del crimen organizado y de la corrupción política, mediática, judicial y sindical. En cuanto a magnitud, las remesas de la corrupción conforman el 3% de los recursos depositados en guaridas fiscales, las del crimen organizado representan el 35% y el resto, casi dos tercios de lo que se esconde en esas guaridas, proviene del poder económico: corporaciones y familias afluentes de los Estados Unidos, Inglaterra, Alemania, Francia y otros países centrales pero también de sectores de altos ingresos de América Latina, África y de países asediados como Grecia, España y Portugal cuyos pueblos han sido sometidos a devastadores ajustes por los mismos poderes que generaron la crisis y evaden sus responsabilidades.
Debilidad política y críticos puntos de intervención
En este cuadro de situación, queda claro que abatir la desigualdad es una acción esencialmente política. Difícil creer que se logrará abatir las desigualdades si quienes lucran con ellas mantienen su control sobre la marcha global y las trayectorias nacionales. Tan sólo cuando ven peligrar el conjunto de sus privilegios y consideran que podría colapsar el sistema del que lucran se avienen a introducir mínimas transformaciones para que lo esencial no cambie. Es lo que se ha venido dando a través de la historia de la humanidad sólo que, en estas décadas, los tiempos se aceleraron más que los reflejos de los timoneles de la apropiación de valor.
En algunos países la represión de la voluntad transformadora se ha adaptado a las circunstancias democráticas. Salvo en determinados casos, ya no se acude a la fuerza bruta como primera línea de defensa del orden establecido; hoy prima manipular la opinión pública, desestabilizar, suscitar desuniones, promover alienación para desviar la atención y esterilizar las energías que podrían movilizarse hacia encarar injusticias, inequidades, privilegios. Aun así es imposible eliminar por completo el albedrío social y la voluntad transformadora que germina con cada generación. Crece la indignación, se expanden los conocimientos, pesa más la movilización social y emergen nuevos liderazgos políticos volcados a transformar la dinámica concentradora para dar paso a más justas sociedades.
Un desafío adicional que encaran las fuerzas transformadoras es que les toca buscar novedosos cursos de acción y desarrollar la organización del trabajo sobre la marcha; este no ocurre con las fuerzas conservadoras que utilizan instituciones y mecanismos ya existentes para aplicar bien conocidas políticas orientadas a preservar o restaurar sus intereses.
En los procesos transformadores, los frentes en los que es necesario actuar son múltiples y, si bien lo ideal sería abordar en conjunto todas las causas generadoras de desigualdad, esto no siempre es posible. Hay mucho y diverso por hacer y las dificultades a encarar son considerables. En este contexto, el dispersar esfuerzos puede comprometer la sustentabilidad de la trayectoria. De ahí lo crítico que resulta jerarquizar las iniciativas y escoger puntos estratégicos de intervención sobre los que concentrar los mayores esfuerzos. Aunque es más sencillo, en un comienzo no es lo mejor focalizarse con furor en las mezquindades de los pequeños trasgresores cuando que los grandes canallas siguen desangrando al país.
Es así que un foco prioritario de cualquier intervención transformadora debiera ser abatir uno a uno los principales mecanismos de apropiación de valor que estuviesen vigentes, incluyendo los arriba descritos; algo no sencillo de realizar pero que es imprescindible y refundacional encarar.