Se abre una segunda oportunidad en este siglo XXI para que América Latina pueda erguirse nuevamente. Fueron escogidos gobiernos de base popular en casi todos los países. Llegan después de sufrir el oscurantismo neoliberal que, como siempre hace, endeudó a varios países a niveles insostenibles, agigantó la concentración de la riqueza con un drenaje inmenso de recursos fugados a guaridas fiscales, procuró neutralizar a los principales líderes de los partidos democráticos, empobreció a sectores medios y populares, desmontó las redes de protección social, profundizó la fragmentación de las sociedades con engaños y odios, resignó soberanías y significación en el concierto internacional. El contexto está minado con retrocesos, tropelías que son heridas de difícil cicatrización, con sectores de los medios y la justicia que se mantienen listos para esmerilar y condicionar al máximo posible al nuevo albedrío regional. No serán fáciles los años y desafíos a enfrentar.
No falta determinación y compromiso por quienes ahora conducen los gobiernos latinoamericanos, una buena combinación de jóvenes con fogueados luchadores. La región apunta a relacionarse con todo el mundo. Será bienvenida la colaboración no intrusiva, sin exigencias de alinearse con sesgados intereses geopolíticos, exigiendo el respeto mutuo, la vocación pluralista, el derecho de explorar mejores formas de funcionar. Tal vez pueda la región contribuir a la paz mundial, a la equidad y justicia entre países y al interior de cada sociedad, con su propias culturas, idiosincrasias y modalidades.
No caben ingenuidades ni egoísmos. El nuevo liderazgo no carga con venganzas sino con esperanza y necesidad de cambios. Habrá que desmontar los motores que sostienen la concentración de la riqueza y el poder decisional, no es aceptable tolerar las trincheras que cobijan al privilegio. Es tiempo de avanzar hacia democracias plenas, cuidar a todos y al medio ambiente. Ojala que así sea.
Cordial saludo,
Los Editores
Totalmente de acuerdo, lamentablemente no todxs lo ven así