Se hace difícil acceder a información creíble en un universo comunicacional controlado por un puñado de grandes corporaciones. Ya en 1988 Noam Chomsky y Edward S. Herman advertían sobre la fabricación del consenso social (manufacturing consent), un modelo de propaganda de los medios de comunicación de los Estados Unidos que sólo trasmiten las opiniones del poder económico. Algo parecido sucede en casi todo el mundo. Los principales medios de comunicación pertenecen de hecho al poder económico que los financian con publicidad y aportaciones. Así, la información nace manipulada y las perspectivas sesgadas según los intereses de grupos concentrados. Aquellos que se atreviesen a cuestionarlos son voces con sordina, campanas de palo como escribía José Hernández. Eso sí, la modalidad contemporánea es que actúan con la complicidad de sectores de la política generosamente financiados, y de jueces y fiscales enquistados en espacios estratégicos del sistema judicial.
Desde ese contubernio se asegura que prevalezcan actitudes, prácticas, valores, creencias y sentido común en defensa del orden socioeconómico establecido, aquel que posibilita la concentración de la riqueza y de las principales decisiones. Las perspectivas impuestas para percibir y evaluar lo que sucede son proclamadas como verdades reveladas superiores a las que procuran debelar lo mucho que permanece encubierto. Existe además una deliberada confusión entre información y entretenimiento. Mantienen al público entretenido y distraído con falsas opciones: es un lavado de cerebro adornado con perfume. Tal es así que a los noticieros (news hour) lo llaman show.
En ese contexto de manipulación y engaños toca funcionar. Uniendo y organizando voluntades, aprendiendo de los avances y retrocesos que jalonan la marcha de la humanidad. Un desafío de larga data que cambia con las circunstancias de cada tiempo y lugar. En eso muchos estamos, reforzando la comprensión y la determinación. Vale sumarse y aportar.
Cordial saludo,
Los Editores