En 2020 se acrecentaron las alertas; ahora cambiar de rumbo

El 2020 fue doloroso, plagado de pérdidas, confinamientos, miedos, temores y castigos; también fue un año donde retumbaron las alertas. Alertas sobre que así como veníamos no podíamos seguir, que se habían escogido tortuosos y alienados senderos. En verdad, algunos escogieron y los seguimos como los becerros en manada siguen a quienes los guían. Era y es un rumbo dañino para la humanidad y para el planeta que nos cobija.

La humanidad siguió empantanada en un proceso desbordado social y ambientalmente, con bosques y especies que desaparecen, con sociedades fragmentadas, agrietadas, con actitudes cargadas de egoísmos, demasiado sometimiento, ignorancia, banalidades. No hay duda, la doble pandemia sanitaria y neoliberal agigantó las alertas, las hizo más sonoras advirtiendo la amenazante gravedad de naturalizar tantos castigados, despojados, sufrientes, procesos no recientes sino de larga data, afrentas imposibles de ignorar. No dan más los pueblos, el planeta descarga su furia.

El salvajismo de codiciosos e irresponsables dominadores impuso una devastadora trayectoria. Es imprescindible cambiar de rumbo. Orientar la política, la economía, la creatividad hacia el buen vivir. Un proyecto de mundo esperanzador que convoca a encarar numerosos desafíos, singulares algunos de cada comunidad, otros comunes a una sociedad global que germina lentamente. Las alarmas llaman a nuevas coaliciones sociales que refuercen el esclarecimiento y la organización popular, columnas y raíces de democracias plenas.

Hay mucho que aprender, siempre lo hubo, pero cuando los riesgos amenazan la sobrevivencia toca erguirse con firmeza. Ahí el mayor desafío, quizás una epopeya, comprender que nos han colonizado las mentes, que las subjetividades fueron moldeadas para atontar y esterilizar albedríos y determinación.

Los papagayos recitan que “sí se puede”; sólo que no saben de qué se trata. La humanidad sí, cambiar de rumbo.

Cordial saludo,

Los Editores

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