Cuando agobiados por problemas cunde el desánimo, las sociedades pueden bajar los brazos y entregarse a quienes dominan. Esto es, refuerzan a los mismos canallas que promueven sistemáticamente el desánimo para poder engañar, reprimir, someter y entonces saquear brutalmente a indefensas mayorías. Al entregarse, las personas se vuelcan hacia conductas que los alejan de poder abordar el desánimo social, entre otras, el miedo a padecer, permanentes frustraciones y lamentos, banalización de perspectivas, nihilismos, aislamiento en supuestos refugios, renegar de lazos comunitarios. De una forma u otra, implica alienación del propio albedrío dificultando reconocer lo que sucede y sus causas. Es un proceso que facilita la opresión y los latrocinios que los saqueadores mantienen enmascarados para anular resistencias.
Para resolver estas encrucijadas no hay recetas mágicas por la complejidad de las situaciones, la diversidad de fuerzas que confrontan, la aceleración de la dinámica tecnológica, el cruento agobio ambiental. Sin embargo, sabemos que el desánimo puede enfrentarse con la determinación de esclarecer y esclarecernos, de organizar y coordinar esfuerzos, de reconocernos parte de construcciones colectivas. Avestruces que esconden cabezas ante el miedo, egoístas que desvían las miradas de los sufrientes, individuos atrapados en atontamientos programados, el recelo de lo diverso, la cerrada desconfianza de los demás, eso y mucho más no sirve para construir pacífica y solidariamente.
Que hay riesgos al encarar desafíos también es cierto, pero el mayor riesgo es caer encadenados, silenciados, arrinconados en cavernas, aquel tremendo mito relatado por Platón que Sócrates utilizó para guiar a las personas de la ignorancia al conocimiento. En eso estamos.
Cordial saludo,
Los Editores