Codicia institucionalizada: accionistas y grandes fondos de inversión

Detrás de las enormes corporaciones aparecen otros actores que contribuyen a sostener la dinámica concentradora. Son accionistas y fondos de inversión que, con diversas complicidades, procuran máximas ganancias sin considerar que sus decisiones afectan a la entera humanidad y al planeta. El afán de codicia va de la mano con el permanente intento de encubrir los daños que provoca.

En el sistema económico existe una diversidad de actores, unos pocos muy poderosos, algunos de mediano poder y la mayoría débiles sometidos a los otros. Es una severa jerarquía donde los más fuertes abusan de su poder para quedarse con buena parte de la riqueza que el conjunto de la sociedad produce.

Los actores más visibles son las grandes corporaciones globalizadas, como las tecnológicas, las compañías petroleras, las productoras de armamentos, la industria química y de medicamentos, los productores de insumos agrícolas (que incluye agro-tóxicos), comercializadoras de cereales. De conductas agresivas, imponen sus intereses sin considerar eventuales impactos sociales y ambientales. Disponen de cuantiosos recursos e información privilegiada sobre oportunidades que aprovechan para crecer aceleradamente. Dominan mercados comprando o eliminando a competidores, imponen precios y condiciones comerciales, evaden o eluden impuestos, fugan capitales que transfieren a casas matrices o subsidiarias en jurisdicciones que aseguran opacidad y mínima carga impositiva, como las tenebrosas guaridas fiscales. Su poder se proyecta sobre la política, los medios, la justicia, el sentido común predominante. Controlan gobiernos e imponen desregulaciones y políticas públicas obteniendo ganancias extraordinarias mientras perjudican a inmensas mayorías.

La dinámica resultante afecta a la humanidad y al planeta. Destruye procesos esenciales del medio ambiente, provoca infames desigualdades con opulencia y derroche al lado de pobreza e indigencia, genera crisis e inestabilidad sistémica, enaltece la especulación financiera, fragmenta sociedades, privilegia la codicia y el egoísmo, aliena multitudes con escapismos, busca atontar los albedríos.  

Accionistas conscientes e inconscientes

Sin embargo, vale destacar que detrás de las enormes corporaciones aparecen otros actores que contribuyen a sostener la dinámica concentradora y a imponer los criterios básicos que guían el comportamiento corporativo. Son organizaciones y personas con liquidez excedentaria que invierten en diversas actividades con el objetivo de obtener máximos retornos, un propósito que se confunde con lograr ganancias extraordinarias.

Algunos pertenecen a familias acaudaladas que invierten con el asesoramiento de consultores adscriptos a los criterios hegemónicos de maximizar lucros pero los inversores que más pesan son entidades que administran recursos de terceros.

Los más poderosos son fondos de inversión que canalizan billones (miles de millones) de dólares. Su capacidad de incidir sobre la marcha de los países es inmensa. Los hay de diverso tamaño pero, obviamente, priman los que administran enormes sumas. El mayor de esos fondos es BlackRock que maneja más de 7 billones de dólares (el doble del PBI de Francia) mientras su empresa asociada, BlackRock Solutions, ofrece servicios a clientes con carteras que suman aún más que los recursos que BlackRock administra.

Los fondos se financian con aportes de una diversidad de actores: planes de pensiones de empresas, sindicatos, industrias, gobiernos, compañías de seguros, universidades, fundaciones, organizaciones benéficas, fondos soberanos, bancos, entre otros. El conjunto de inversores en los fondos y quienes reciben sus inversiones conforman un enorme tejido económico que puede decirse, sin exageración alguna, son timoneles de buena parte de las economías del mundo.

Otro tipo de fondos que no disponen de abultados recursos propios pero son capaces de generar muy disruptivas situaciones son los llamados fondos de alto riesgo (hedge funds). ¿Cómo operan? Agigantan sus recursos apalancándolos con deudas y derivados y los aplican con estrategias altamente especulativas; si fracasan, arrastran en la caída a muchos inversores generando corridas y pánico.

Países que acumulan excedentes establecen Fondos Soberanos como Abu Dhabi, Noruega, Arabia Saudita, China, Kuwait y Singapur, entre otros. Sus criterios de inversión combinan buenos retornos (no extraordinarios) con intereses geopolíticos.

Los administradores de grandes fondos privados conocen las consecuencias “colaterales” que provocan sus decisiones de inversión (supuestamente no deseadas pero previsibles) y, sin embargo, el daño que ocasionan no limita su afán por obtener ganancias extraordinarias. Vale preguntar si las personas que, de una forma u otra, canalizan sus ahorros en esos circuitos de inversión son conscientes del desastre humanitario y planetario al que están contribuyendo. El afán de codicia va de la mano con el permanente intento de encubrir el daño que provoca.

La lógica inversora cuyas consecuencias no se explicitan  

¿Por qué todos los inversores, como manada, pretenden lucros extraordinarios? La respuesta es porque se lo permiten. Con la desregulación de mercados y de movimientos de capital impuesta hacia la última parte del siglo pasado, se levantaron los diques que en algún grado contenían la concentración desaforada de la riqueza. Al eliminarse esas restricciones, se abrió el campo para que una jauría de especuladores se lanzase a aprovechar oportunidades de todo tipo, algunas legítimas y muchas relacionadas con debilidades o desgracias de los demás actores. La consigna fue predominar a toda costa, aceleradamente, en todas las latitudes; un tsunami de abusos, prepotencia e injusticias pocas veces visto en la larga historia de la humanidad.

El contexto desregulado dio paso a grandes tasas de ganancia que, una vez instaladas como “normales”, consagró entre los inversores la expectativa de lograr siempre ambiciosos retornos, ya no más modestas ganancias sino grandes y crecientes. Este fue y sigue siendo el mandato que baja de accionistas y prestamistas a directivos y gerentes de prácticamente todos los fondos que canalizan recursos propios y de terceros. Para conservar puestos y compensaciones, se les exige que obtengan abultados retornos; si lo logran reciben generosos premios, si no lo logran, son removidos. Lo grave es que este mandato induce a sobrepasar los límites de lo ilegítimo y aún de lo ilegal. Pocas investigaciones rastrean el derrotero concentrador y aquellas que demuestran la infinidad de abusos de poder y trasgresiones utilizadas para lograr ganancias extraordinarias terminan silenciadas o lejos del alcance del gran público.

Así, la concentración económica se reproduce y acelera. Las grandes corporaciones maximizan retornos comprando promisorias empresas apenas asoman o eliminando competidores. Es una dinámica perversa que refuerza la naturaleza oligopólica de los principales mercados. Quienes dominan pueden imponer precios y condiciones comerciales a proveedores y consumidores de modo de obtener lucros inalcanzables en mercados menos imperfectos. A su vez, las empresas medianas se ven forzadas a aplicar estrategias semejantes con sus pequeños proveedores y clientes, y de modo parecido descendiendo hasta los vulnerables espacios donde sobreviven débiles emprendimientos de la economía popular. Se consagra una cascada de apropiaciones a lo largo y ancho del sistema económico, sin límites, sin misericordia. Esta forma de funcionar angosta el mercado interno y reduce las oportunidades de crecimiento de la economía real. En cambio crecen los espacios para operaciones de especulación financiera, un mundo cargado de inestabilidad con desaprensivas organizaciones insensibles a la destrucción social y ambiental que provocan.       

Mecanismos que utilizan para extraer ganancias extraordinarias

Los mecanismos que los dominadores utilizan son múltiples y diversos; algunos se mantienen en el tiempo pero los más se adaptan o renuevan. Aunque en otros textos lo hemos intentado, en estas líneas no podemos mencionar a muchos de ellos. A modo de ejemplo, escogemos destacar algunos de los más significativos.  

Uno de los más escandalosos mecanismos que se practican con la complicidad de gobiernos de extracción neoliberal son operaciones financieras altamente especulativas; una de ellas es la denominada “bicicleta financiera” (en inglés carry trade). En este caso, un grupo financiero familiarizado con la vulnerable situación de un país que sufre escasez de divisas, ingresa dólares o euros que cambia por moneda local y lo aplica en bonos o cuentas de plazo fijo que pagan altas tasas anuales de interés (30, 50 o aún mayores). Durante ese período la cotización de las divisas se mantiene estable, en parte por el ingreso de esos mismos recursos especulativos que alimentan la oferta de divisas de corto plazo. Si surgen indicios que habrá una devaluación (u obtienen información privilegiada), los especuladores recompran rápidamente divisas, muchas más que las que trajeron, ganando tasas imposibles de obtener en sus países de origen. La cuestión que se encubre es quien asume el pago del tremendo monto de recursos succionado del país: sin duda la sociedad local que, en parte embaucada por quienes colonizan sus mentes, no comprenden que lo extraído es nada menos que una parte del ahorro nacional generado con su esfuerzo y trabajo.    

Otro ejemplo refiere a cómo evaden o eluden el pago de impuestos (y así aumentan aún más sus exorbitantes tasas de ganancia). Para ello utilizan triangulaciones entre distintas empresas del mismo grupo. Si exportan, les sub facturan para no registrar ganancias en el país que produce los bienes exportados; si importan, sobre facturan lo que adquieren de otra empresa de su grupo para abultar costos y así encubrir ganancias. También suelen utilizar el mecanismo de facturar a casas matrices o empresas asociadas servicios que en verdad no fueron prestados o cuyo costo es abultado para, otra vez, “eliminar” ganancias. Esto castiga a las economías emergentes pero también ha generado enfrentamientos y litigios entre la Unión Europea y grandes tecnológicas que registran ínfimas ganancias locales a pesar de su exitoso desempeño en los mercados de Francia, Alemania y demás.

Un tercer ejemplo es el buy back que significa dedicar la liquidez de una empresa a comprar sus propias acciones, algo que parece inocente pero que tiene gravísimas consecuencias. El buy back o concentración accionaria (lo contrario de dilución) se hace para generar mayores ganancias a los accionistas que, por ser entonces menos que antes de realizar el buy back, reciben una mayor parte de las ganancias de la empresa. Este es un esquema altamente especulativo que se ha extendido abusivamente en las economías centrales representando billones de dólares. Sin que la empresa hubiese generado riqueza, los accionistas incrementan sus ganancias y los gerentes son premiados por haberlas aumentado. Claro que las consecuencias son tremendas porque se desvirtúa la funcionalidad de la empresa; en lugar de destinar los recursos corporativos a la inversión, a la investigación y desarrollo, a la generación de nuevos empleos, a mejorar salarios, o a cualquier otro propósito que impulse el desarrollo, se esteriliza por completo ese potencial sacando del circuito productivo ingentes recursos con el único objetivo de satisfacer la codicia de accionistas y administradores.    

La institucionalización de la codicia

Esta forma de obtener ganancias extraordinarias (que apenas hemos esbozado) no representa otra cosa que la institucionalización de la codicia y sus desastrosos efectos. Es increíble que el desaforado afán de lucro de accionistas, fondos de inversión y administradores pueda imponer a la entera humanidad tan nefasto rumbo y forma de funcionar. Si nos preguntásemos si esto es inevitable, responderíamos que no lo es. Así como poderosas minorías se organizan para hacer prevalecer su codicia e irresponsabilidad para con la humanidad y el planeta, las inmensas mayorías tendrán que encontrar formas de desmontar el rumbo suicida. ¿Qué opciones existen?

Un factor decisivo es reemplazar los timoneles financieros por gobiernos que construyan otro tipo de economía; una economía que, en lugar de concentrar riqueza y poder decisional, opere al servicio del planeta y de la humanidad. En textos anteriores señalamos que la concentración se sustenta en una serie de motores que posibilitan su reproducción y someten las democracias a sus intereses. No faltan medidas para desmontarlos y liberar las capturadas democracias. Como no hay recetarios únicos, cada país tendrá que combinar cambios y tiempos en función de las circunstancias que le toque enfrentar. Sin embargo, pueden rescatarse unos críticos comunes denominadores, la necesidad de un permanente esclarecimiento popular, de contar con fuertes organizaciones sociales y que la política se fortalezca con la convicción que no sirve un poco más de lo mismo, cambios de rumbo y forma de funcionar son imprescindibles; esto es, escoger liderazgos y respaldar militancias al servicio de los pueblos. 

¿Cómo valorar esfuerzos que procuran mitigar el sufrimiento popular?

Aunque no transforman la dinámica económica prevaleciente, las acciones orientadas a mitigar el sufrimiento popular tienen un inmenso valor; salen al encuentro de imperiosas necesidades del aquí y ahora. Corresponde apoyar esos esfuerzos, valorarlos plenamente, reconocer la valía de quienes los realizan. Son portadores de profunda humanidad y no se doblegan ante las tremendas circunstancias de todo tipo de escaseces e inequidad en las que desenvuelven el auxilio a víctimas indefensas.

Esas iniciativas también actúan como correas trasmisoras que informan lo que sufren mayorías vulnerables, algo que los dominadores siempre procuran encubrir.

¿Y qué decir de quienes hoy dominan y abusan de su poder?

Los dominadores consciente o inconscientemente someten, mienten, engañan, encubren, se hunden en una opulencia sin sentido, construyen un futuro incierto e impiadoso. ¿Hasta dónde querrán llegar; qué los mueve en su marcha de injusticia y destrucción?

¿Será que sólo quedan duros castigos con penas acordes con las maldades que ejecutaron? Es posible pero vale recordar otras , si bien parciales, valiosas iniciativas.

Aunque minoritarios, existen movimientos que esclarecieron a accionistas para que no inviertan en la industria armamentista; otros que lograron que algunos accionistas no invirtiesen en empresas que destruyen el medio ambiente. De modo semejante se establecieron fondos que invierten promoviendo equidad social y seguridad ambiental ofreciendo menores retornos a sus accionistas. En las últimas décadas emergieron las denominadas empresas B que trabajan “por una economía donde el éxito se mida por el bienestar de las personas, de las sociedades y de la naturaleza”.

¿Son suficientes estos esfuerzos? No, pero ayudan a otear otros rumbos y formas de funcionar. No son suficientes porque el contexto en el que esos esfuerzos se desarrollan sigue dominado y organizado por el desaforado proceso concentrador de la riqueza que predomina en el mundo. Y, como ya fuera señalado, la indignante concentración económica facilita y consolida el poder decisional que es la capacidad que detenta el poder económico para sostener su preeminencia y silenciar o arrinconar a sus opositores. Quienes detentan ese poder ignoran o niegan lo que causan. ¿Creen acaso que gozarán de eterna impunidad?

Hay varios caminos para revertir este descalabro mundial. Una opción a la cual adherimos, es avanzar por vías democráticas con la política como timonel, con esclarecimiento, organización social, gobiernos probos y no corruptos, medios desconcentrados, justicia justa, desmontando todos los motores que sostienen la concentración, salud universal, educación transformadora, entre otros críticos cambios.

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