Sostener la inversión pero transformando su perfil

Por cierto la inversión es una variable clave en cualquier proceso de desarrollo pero debe aclararse que no cualquier inversión. Hay inversiones que contribuyen al tipo de desarrollo que se persigue y otras que lo perjudican o que no inciden sobre la marcha escogida. Como en muchos campos de la economía, el nivel de variables agregadas encierra sorpresas, tensiones y contradicciones con los objetivos adoptados.

En casi todos los países se destaca el objetivo de aumentar o cuando menos sostener el nivel de inversión del sistema económico. No siempre se reconoce que la inversión lejos de ser una categoría homogénea incluye, por el contrario, una diversidad de tipos de inversión cada uno con diferente impacto sobre el proceso de desarrollo que se persigue. De ahí la necesidad de explicitar qué desarrollo se está promoviendo y, en función de ese objetivo, cuáles inversiones son deseables, cuáles no y cuantas otras seguirán siendo decididas en una órbita que no requiere de la intervención pública.

Quiénes invierten, porqué y cómo lo hacen

Infinidad de personas y grupos económicos invierten pero difieren en propósitos y en los mecanismos de inversión que utilizan. Esto tiene enorme importancia en cuanto al tipo de economía que se está construyendo y los impactos sociales y ambientales que produce.

(i) Inversores en especulación financiera

La principal divisoria de aguas es si se invierte en la especulación financiera o en la economía real. Un buen número de actores que han logrado acumular enormes masas de recursos buscan invertir en actividades financieras especulativas que son las que reditúan mayores tasas de ganancia, es decir, mayores tasas de extracción del valor que otros actores generan en cualquier parte del mundo. Esto es posible por la globalización de la economía mundial y el impresionante desarrollo tecnológico en las comunicaciones que les permite a quienes disponen de una red de acción de alcance global generar, identificar y aprovechar oportunidades especulativas de forma casi instantánea. El resto de inversores que se dedican a la especulación financiera acompañan con menor éxito a los grandes grupos financieros o se concentran en nichos de mercados que son demasiados pequeños para despertar el interés de los grandes.

El gran capital financiero especulativo se mueve como un depredador guiado por un afán de lucro sin límites ni pruritos; actúa codiciosa y egoístamente despreocupado de las necesidades sociales y el cuidado ambiental; ningunea al resto de los mortales y al planeta inmisericordemente. Su poder se extiende a otros resortes del funcionamiento social, como ser sectores de la política y de centros de pensamiento estratégico a los que financian, medios hegemónicos que les son afines, segmentos de la Justicia que vuelcan a su favor.

Como el capital financiero puede mover libremente sus enormes recursos, evade con total impunidad las regulaciones de países. Cuando un país los enfrenta, reaccionan con dureza o simplemente deciden abandonarlo ocasionando fugas de capitales que desestabilizan esa economía. Una idea de la magnitud de estas corrientes financieras especulativas la da el hecho que las transacciones financieras diarias son 37 veces mayores que las comerciales y 19 veces mayores que lo que genera el producto bruto global [1]. Ese enorme circuito financiero de naturaleza especulativa evoluciona cada vez más alrededor de productos puramente financieros desligados o muy poco ligados a la economía real. La tremenda oferta de recursos orientados a la especulación genera volátiles burbujas financieras que no pueden sostenerse indefinidamente: desembocan en recurrentes crisis, algunas de alcance global como la iniciada en el 2008.

Por cierto esta inversión financiera especulativa no sólo no debiera ser bienvenida en países que procuran cierto grado de soberanía económica sino que, además, resulta imprescindible abatir los mecanismos de apropiación de valor que utilizan. Para ello se requieren políticas activas y firmes regulaciones orientadas a evitar sus destructivas consecuencias [2].

(ii) Inversores en la economía real

Este es otro universo altamente heterogéneo en el que coexisten grandes, medianos y pequeños inversores y, dentro de cada uno de esos segmentos, actores con algunos comportamientos semejantes impuestos por el contexto en el que operan pero también otros comportamientos bien diferenciados según pautas individuales de conducta. Vale aclarar este punto.

Todos los actores que se desempeñan en una economía actúan en el contexto de ciertas reglas de funcionamiento que expresan, a su vez, un cierto rumbo sistémico que quienes controlan el Estado plantean para la sociedad en su conjunto. Si el Estado estuviese dominado por grandes grupos económicos, como ocurre en aquellos países que siguen políticas neoliberales, entonces el rumbo sistémico impuesto y las reglas de funcionamiento predominantes obligarán a los actores económicos a ajustarse a ese contexto y a esa lógica de funcionamiento. Si no lo hiciesen, se complicará su existir al punto de poder incluso colapsar y desaparecer del mercado. Es cierto que aun en esas condiciones quedarán espacios para ejercer el propio albedrío aunque recortados y subordinados a los premios y castigos que el rumbo y las reglas imperantes de funcionamiento imponen.

En cambio, si el Estado estuviese dominado por coaliciones democráticas orientadas al bien común, a la soberanía política y al cuidado ambiental, pues entonces será otro el rumbo sistémico adoptado y otras las reglas de funcionamiento dentro de las cuales los actores económicos deberán operar.

Con esto queremos explicitar una vez más que si bien el funcionamiento económico se asienta en circunstancias, relaciones técnicas y balances macro y meso económicos que no pueden ignorarse, la direccionalidad sistémica de la economía se determina políticamente en función de la correlación de fuerzas sociales predominante en la conducción del Estado y de sus políticas públicas.

En la economía real también se verifica un alto grado de concentración. Una minoría de actores concentra buena parte de los recursos que pueden destinarse a inversión, sean propios o provenientes del financiamiento; las decisiones referidas a inversiones productivas de mayor envergadura tienden a estar concentrada en pocas manos. Por cierto que hay miles de pequeños y medianos inversores que también se las ingenian para canalizar ahorros hacia sus proyectos de inversión pero los enormes excedentes concentrados en sectores minoritarios fluyen hacia otros destinos.

En casi todas las economías predominan los mercados de naturaleza oligopólica donde quienes lideran cadenas de valor suelen abusar del poder de mercado que detentan para, a través de precios, condiciones de pago u otras imposiciones, extraer valor generado por proveedores y consumidores [3]; si además logran evadir o eludir impuestos extraen parte del valor del accionar del propio Estado, tanto mermando ingresos que financian el gasto en servicios y la inversión pública en infraestructura social y productiva, como aprovechando esa infraestructura sin asumir plenamente su responsabilidad contributiva.

Estas y otras circunstancias marcan la necesidad de diferenciar el impacto que tienen diferentes tipos de inversión sobre la economía real. No se objeta canalizar recursos a grandes emprendimientos de importancia estratégica capaces de generar significativos efectos aceleradores del desarrollo, de contribuir al desarrollo científico y tecnológico, de facilitar con sus redes de contactos el acceso a mercados externos. Lo que no es admisible es que esos esfuerzos consagren y refuercen mecanismos de apropiación del valor que otros generan; esas inversiones deben alentarse pero asegurando un buen desarrollo orgánico del sector, el fortalecimiento de proveedores locales y justos precios en el mercado interno.

Qué inversiones promover

En términos generales debiera promoverse la inversión privada y la inversión pública que contribuyese a fortalecer un desarrollo justo, inclusivo y sustentable tanto desde la perspectiva sectorial, social y territorial [4]. Esto implica:

(i) Sostener firmemente con políticas públicas, entre otras en materia financiera, impositiva, científica y tecnológica, infraestructura básica de comunicaciones, transporte, energía, riego, seguridad, a la inversión productiva realizada por actores nacionales (privados y públicos) que contribuyan a una mayor y mejor generación y distribución sectorial, social y territorial del producto nacional [5].

(ii) Alentar inversión extranjera que aporte positivamente al desarrollo nacional [6] .

(iii) Asignar fuerte apoyo a entramados productivos y a la formación de capital en la base del aparato productivo nacional; esto es, unidades familiares, pequeñas empresas y diversos tipos de emprendimientos inclusivos de porte medio con potencial transformador [7].

(iv) Promover cadenas de valor capaces de competir internacionalmente.

(v) Premiar a quienes reinvierten productivamente sus resultados, incluyendo a quienes minimizan la remesa de utilidades fuera del país y no tienden a fugar capitales.

(vi) Alentar a quienes realizan apropiadas mejoras tecnológicas.

(vii) Respaldar tributaria y financieramente a inversiones con efectos multiplicadores de naturaleza justa y sustentable en regiones económicamente rezagadas.

En síntesis

“Dejar hacer” en cuanto a inversiones, es decir sin intervención pública alguna, no hace sino consagrar la forma de funcionar y el modelo de país prevaleciente. Si el país estuviese boyante, no hubiese concentración de la riqueza y las mayorías estuviesen de acuerdo con esa trayectoria, tan sólo se requeriría de un cierto nivel de regulación para evitar gruesos abusos.

En cambio, si el modelo de desarrollo prevaleciente, como ocurre en la mayoría de países, tendiese a concentrar la riqueza, castigase a las mayorías, comprometiese al medio ambiente y generase recurrentes crisis sistémicas, entonces aquella opción de dejar hacer y minimizar regulaciones sería social y ambientalmente autodestructiva e insostenible.

Habrá que reemplazar el supuesto piloto automático (sesgados timoneles sólo atentos a sus propios intereses) por una bien concebida y mejor ejecutada conducción social y política de la economía. Sería necesario respetar relaciones técnicas que no pueden ser ignoradas por voluntarismo alguno pero afirmando el rumbo y el funcionamiento social y ambientalmente deseado, es decir conciliando los intereses y necesidades de nuestras grandes mayorías con el cuidado ambiental y las cambiantes circunstancias del mundo globalizado.

Así, en lugar de declamar la importancia estratégica de la inversión para luego sólo seguir los avatares de quienes hoy la monopolizan, se impone analizar diversas opciones de inversión respaldando las deseadas, impidiendo las perjudiciales y dejando libradas a decisiones individuales las muchas que no requieren orientación pública alguna.

En otras palabras, en el contexto de una trayectoria justa, inclusiva y sustentable será necesario orientar diferenciadamente a un muy heterogéneo universo de potenciales inversores. Habrá quienes disponen de recursos y sus decisiones de inversión son bienvenidas por los efectos benéficos que generan, otros que no tienen capacidad de invertir pero decidirían en favor del desarrollo inclusivo si el Estado les apoyase con algún sistema promocional y, finalmente, aquellos que es necesario regular con toda firmeza porque, disponiendo de ingentes recursos, los orientan a especular sin generar valor sino apropiándose del generado por otros.

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