Cuando un proceso transformador ha superado la fase de instalación, se necesita profundizar e institucionalizar los cambios para asegurar su continuación. En esta crítica fase emergen nuevas circunstancias y nuevos desafíos que, si no son cuidadosamente considerados, pueden comprometer las transformaciones realizadas.
Suele suceder que gobiernos de base popular triunfan electoralmente cuando los países sufren duras crisis o serios desbalances. Al asumir les toca transformar el rumbo seguido y la forma de funcionar que generaron la situación que los proyectó al gobierno. Sin embargo, aun cuando accedan a recursos y a la gestión del sector público, con frecuencia necesitan concentrarse en ciertos frentes sin abrir otros que no puedan encarar exitosamente. Como además en muchos casos se les ha impedido acumular experiencia de gestión, están forzados a foguearse sobre la marcha.
Cuando el proceso transformador ha superado la fase de instalación, es necesario profundizar e institucionalizar los cambios para asegurar su continuación. En esta crítica fase emergen nuevas circunstancias y nuevos desafíos que, si no son cuidadosamente considerados, pueden comprometer las transformaciones realizadas. Siempre existe el riesgo de una eventual restauración del orden económico y jurídico anterior al proceso transformador.
En las líneas que siguen mencionamos algunos críticos cambios de circunstancias a tener en cuenta.
Los cambios generados por el propio proceso transformador
Lo primero a considerar es que la propia acción transformadora de los gobiernos de base popular genera cambios de circunstancias. Sean o no exitosos en lograr los objetivos perseguidos, no puede ignorarse que las circunstancias que encaran después de uno o más períodos de gobierno inevitablemente difieren de las que encontraron al iniciar su gestión. Quedarse anclados en escenarios y “humores” populares que ya son diferentes puede llevar a costosos errores de apreciación y eventuales quiebres o retrocesos en las transformaciones deseadas.
Las aspiraciones populares se ajustan con el tiempo y las conquistas ya alcanzadas; esto es, se van asentando sobre umbrales superiores de bienestar. Si bien se generan lealtades hacia quienes lideraron las transformaciones, no todos tienen el mismo nivel de esclarecimiento, determinación y perseverancia. Por otra parte, las culturas del placer instantáneo e incremental pueden trastocar valores que acompañaron el inicio de transformaciones. Lo que comenzó como epopeya puede diluirse en búsquedas de intereses individuales generando espacios para cantos de sirenas de actores que buscan preservar privilegios y perciben la oportunidad de frenar el proceso en marcha e imponer otro rumbo.
La evolución de la correlación de fuerzas
Un aspecto que se desprende del párrafo anterior pero que conviene explicitar, es que la dinámica transformadora afecta la correlación de fuerzas sociales, económicas y políticas que existía anteriormente. La nueva correlación de fuerzas va de la mano con la reconfiguración de intereses y necesidades (reales o sentidos) que son presentados de manera muy diferente por quienes pugnan por controlar el Estado, sus recursos y las políticas públicas.
Se trata de una lucha política pero también cultural que se da en el marco de democracias imperfectas en las que pesa fuerte el poder de los grupos concentrados. La concentración mediática, que no es sólo nacional sino regional y global, juega un papel preponderante sobre la opinión pública destacando y ocultando aspectos de la realidad según los intereses de sus propietarios y mandantes. Actúan en complicidad con sectores de la política y de la justicia que traban en todo lo posible la implementación de las medidas transformadoras para ralentizar sus impactos o neutralizarlos.
De ahí que los esfuerzos para sostener en el tiempo y profundizar un proceso transformador están condicionados por una tarea imposible de descuidar que incluye un permanente esclarecimiento popular, el fortalecimiento de organizaciones sociales, la plena democratización de los medios de comunicación, una reforma judicial que acompañe y no trabe el desarrollo democrático y una habilidosa alineación de los intereses de cada vez más y no menos sectores económicos, sociales y políticos. Los mensajes comunicacionales de quienes impulsan las transformaciones no pueden estancarse en el tiempo porque pierden fuerza con la simple reiteración; en cambio la habilidad de quienes resisten los cambios para preservar de forma encubierta intereses que no pueden presentarse abiertamente puede calar en sectores que son sometidos a permanentes operaciones de manipulación informativa.
“Si repetir una mentira mil veces la hace creíble, reiterar una verdad hasta la saciedad la evapora” (Agustín Basave).
El cambiante contexto internacional
Imposible ignorar el cambiante contexto internacional que condiciona el devenir de la humanidad y los esfuerzos transformadores. Ya hace décadas se ha impuesto un cierto tipo de globalización que lleva a la desaforada concentración de la riqueza que prevalece en el mundo. Esa concentración se materializa a través de diversos mecanismos de extracción de valor que minan el potencial de desarrollo de casi todos los países y perjudican tanto a sectores medios como a las mayorías populares.
Al mismo tiempo, la recurrente inestabilidad sistémica que caracteriza al orden económico predominante presenta fases en que los precios de los productos exportados por economías emergentes se mantienen fuertes y otras fases en que decaen lenta o estrepitosamente. Estas oscilaciones tienen como sustrato variaciones en la demanda global asociadas con los ciclos de inestabilidad económica pero se agigantan con la acción especulativa que ejerce el capital financiero en todos los mercados y, en particular, los vinculados con alimentos, minerales y otros recursos naturales esenciales.
En ese contexto dominado por la acción de grupos concentrados, si países o regiones se embarcan en transformaciones que amenazan sus intereses, esos grupos conforman alianzas con actores locales que les son directa o indirectamente tributarios para bloquear los esfuerzos transformadores. Esto ocurre en varias regiones donde gobiernos de base popular enfrentan intentos desestabilizadores de países centrales y sus grupos económicos concentrados.
El condicionamiento de la voluntad popular
En regímenes democráticos los derechos políticos y las reglas de funcionamiento son reconocidos en constituciones y leyes aun cuando la práctica democrática debe enfrentar trampas y condicionamientos. Algunas trampas derivan del hecho que los principios rectores, las reglas de juego y las principales instituciones hayan sido concebidos por las fuerzas sociales que predominaban al ser establecidos. Es así que, en general, tienden a preservar situaciones desfasadas respecto a la evolución de las sociedades. De ahí que las fuerzas que impulsan transformaciones tengan que operar en un contexto desfavorable de normas e instituciones. El régimen democrático prevé mecanismos para ir transformándose pero no contempla severos condicionamientos que suelen enervar el proceso de cambio. Es que el propio Estado está a veces controlado pero siempre condicionado por el poder económico que, con sus recursos y contactos, puede alinear en su favor importantes medios de comunicación y críticos segmentos de la política y la justicia.
Por otra parte, dentro del campo de la voluntad popular no es sencillo concertar acciones entre un gran número de personas con diferentes niveles de esclarecimiento y una diversidad de necesidades, intereses y emociones.
Adicionalmente, los procesos electorales que son el sustento inicial de la credibilidad y la representatividad democráticas se van asemejando a operaciones de marketing sobre nombres y “marcas”. El elector es manipulado de forma parecida al consumidor frente a una diversificada oferta de productos: pesan cada vez más los envases, los mensajes subliminales, las consignas y las evocaciones que se procura asociar con los candidatos-productos. Atrás quedan la trayectoria de cada candidato, la consistencia de lo que propone con lo que ha realizado, las metodologías de trabajo utilizadas, las utopías referenciales a las que adhiere, una clara explicitación del rumbo y de las estrategias que plantea. En lugar de contrastar estas dimensiones, las preferencias se sustentan en empatías impostadas, teatralidades, reiteración de lemas y consignas. El debate sustantivo es reemplazado por invocaciones de fantasía, cortinas musicales, estudiados gestos, sentimentalismos. Hay poco de esclarecimiento y mucho de asesores de imágenes que saben camuflar intereses que no podrían defenderse abiertamente.
¿Quién monitorea el cumplimiento de los compromisos y las mentiras electorales? Poco importa ya que en la próxima elección un nuevo equipo de filmación volverá a blindar a quienes puedan contratarlos de las consecuencias de su proceder.
Opinion Sur



