Poder político versus poder financiero

El poder financiero se ha apoderado del timón de la marcha de la humanidad. Han acumulado tanta riqueza y el consecuente poder decisional que tan sólo Black Rock, el mayor fondo global de inversión, califica por tamaño como el tercer “país” del mundo sólo detrás de Estados Unidos y China. Esto es inaudito y, en nuestra perspectiva, inadmisible. Si sumamos los demás grandes fondos financieros que operan globalmente aunque con sus matrices en países centrales, el peso decisional se agiganta aún más. Lo más grave es que no son responsables ante la base poblacional sino sólo responden a sus accionistas, ávidos de lograr maximizar su lucro. En ese contexto se hace muy difícil que el poder político de cada país logre mantenerse independiente del poder financiero. Por el contrario, una mayoría de gobiernos obtienen su triunfo electoral financiados por grandes contribuyentes y, por tanto, su accionar poco tiene que ver con ejercer soberanía decisional asentada en la voluntad popular. El control de los Estados por el poder financiero consagró el reinado neoliberal con sus tremendas consecuencias sobre la humanidad y el planeta.  

Con esta distribución de la capacidad de tomar decisiones será más que difícil dar paso a democracias plenas orientadas a cuidar de su población y el medio ambiente. ¿Cómo superar esta suicida emboscada a la sobrevivencia planetaria?

Habrá que fortalecer el poder político democrático desmontando al mismo tiempo la concentración depredadora. Para ello será necesario desplegar diversas estrategias en función de la singularidad de circunstancias de cada país y situación. Una de las medidas más difíciles de llevar a la práctica es cambiar dramáticamente el criterio leonino de maximizar lucros que guía a los grandes fondos financieros. En teoría es sencillo imaginar opciones, por ejemplo a través que los Estados impongan detentar en cada fondo una acción con poder de veto sobre el resto del paquete accionario. Otra forma más compleja sería inducir cambios de las estructuras accionarias de los fondos de modo de reorientar las decisiones corporativas alejadas de maximizar lucros. Una variedad podría ser establecer fideicomisos para adquirir esas acciones con participación del Estado y de organizaciones no lucrativas. Sin embargo, en la realidad contemporánea vale preguntar quienes tienen la capacidad de ponerle el cascabel al gato, que más que un minino es fiera despiadada. Tremendo desafío, pero no imposible de resolver, para las presentes generaciones.      

Cordial saludo.

Los Editores

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