Desde los orígenes de la humanidad existieron conquistas de unos sobre otros. La colonización eliminó civilizaciones, sometió a pueblos enteros, arrinconó en miseria a enormes mayorías. Siempre, dolorosamente siempre, las guerras y las opresiones matan, dejan tendales de víctimas y sociedades fraccionadas con inválidos de cuerpo y alma, huérfanos de Madre Tierra.
Hoy imperan tres mayores minotauros sibilinos que luchan por preservar o expandir sus zonas de influencia y, no olvidar, varios minotauros más de menor tamaño desparramados por el mundo. Todos invaden, someten, conquistas para apropiarse de recursos y “asegurarse” seguridad, eso dicen. Utilizan la fuerza bruta, ejerciéndola o como disuasión; también desestabilizan gobiernos democráticos con complicidades de quienes siempre han traicionado a sus propios pueblos.
Difícil sobrevivir la embestida de minotauros sibilinos concebidas a la sombra de tenebrosas tensiones geopolíticas. Zonas de influencia para ellos, el mundo azorado perdiendo lumbre y comprensión. Y, sin embargo, reviven una y mil veces los anhelos de otros rumbos y formas de funcionar. ¡Vaya audacia y tenacidad! Millones de personas de buena voluntad, con nombres o sin mochilas, sorteando ingenuidades y alienaciones que atontan, aspiran a vivir en paz, con justicia y equidad, cuidando a todos y al planeta. Añoran espacios que no sean zona de influencia de ningún minotauro, bien lejos de la codicia, el lucro sin límites, la degradación del otro y de los migrantes sin recordar que todos lo fuimos. Tender la mano, ya no el puño.
Cuando la comprensión se niebla, esclarecimiento. Cuando el egoísmo y la desorientación agobien, organización social. Eterno desafío de generación tras generación. En eso estamos.
Cordial saludo,
Los Editores