La valentí­a de un no responsable

El poder atrae los sí y aleja los no. Estoy hablando de los sí de los adulones y de los no responsables. Es más sencillo, cómodo o redituable sumarse a la comparsa de quienes adulan que señalar un desacuerdo, marcar un error, advertir sobre una consecuencia probablemente negativa de una decisión que es necesario tomar hoy. Quienes ejercen el poder desarrollan una habilidad para lograr que las cosas sucedan y, en ese esfuerzo –que no es menor- aquello que pudiera trabar o demorar “el hacer” resulta molestoso, disfuncional para el corto plazo. Hay buenas razones para ese sentimiento porque no son pocas las dificultades que rodean cualquier intención de gestionar, más aún de transformar, una situación presente. Por un lado hay razones llamemoslas técnicas que hay que superar; luego fuerzas opositoras que piensan lo contrario; luego ignorancia o desinformación de algunos, negligencia o indiferencia de otros, descoordinación entre múltiples actores involucrados; para no hablar de intereses espúreos, internismo entre fracciones del propio bando, clientelismo político, actos de corrupción, riesgos ciertos de desvío de fondos o de energías, dobles motivaciones, intenciones ocultas. En fin, no es poco lo que enfrenta quien ejerce el poder para lograr que las cosas que propone lleguen finalmente a materializarse. Por lo que no debe sorprender que estén en cierto modo reacios a seguir escuchando razones para no hacer o para hacer de alguna otra forma. Alguien tiene que tomar en última instancia una decisión y asumir los riesgos y las consecuencias de haberla tomado. Frente a ello, ¿cómo expresar un punto de vista contrario, cómo incidir para mejorar no para paralizar?

Están los no fáciles; son los no opositores. Se espera que un opositor diga muchas veces no. Ya lo anticipó publicamente que tiene puntos de vista diferentes, quizás antagónicos o adversariales. Para un opositor es más difícil –y valiente- ofrecer un sí al gobierno o a quien ejerza el poder cuando estuviese convencido del mérito de la iniciativa en cuestión. Son pocos los opositores capaces de dar un sí responsable. Porque podría jugarle en contra y porque no hay expectativas en ese sentido que le presionen. Tendría que actuar por honestidad y dignidad, activos no frecuentes cuando se ponen en juego intereses partidistas.

Igualmente difícil es ofrecer un no desde el propio bando. Tanto esfuerzo demanda poner una iniciativa en marcha, o consolidarla, que lo que menos quiere escuchar quien gestiona o ejerce el poder es que una nueva traba emerje esta vez desde la propia orilla. Ese no es molestoso, inoportuno, hasta podría ser considerado sospechoso. Es un no con costos e implicaciones a veces grandes para quien o quienes lo pronuncien; más allá que termine siendo útil o, algo más difícil de medir, que evite un desacierto o descalabro.

Un no responsable y un sí responsable pueden ayudar y mucho a construir presente y un mejor futuro. Pero hay que tener coraje y habilidad para expresarlos. Coraje para hablar la verdad propia aún cuando el coro de voces pretenda acallarlo (custodios y guardianes de las líneas convencionales no faltan y pueden tornarse feroces). Pero el coraje debe acompañarse con habilidad ya que no se trata de ser disruptivo, de generarle más contratiempos a la gestión de lo que sea estrictamente necesario para evitar el error y superarlo. Habrá que usar formas que faciliten ser escuchados, escoger la oportunidad. En ocasiones una moderada advertencia privada es suficiente; otras, la declaración pública o la denuncia son imprescindibles.

No son muchos quienes hoy saben aunar honestidad, coraje y habilidad para levantar un no o un sí responsables. Cuando lo hacen contribuyen con discreción y sin vociferar a fortalecer un mejor entorno de decisiones, conteniendo y hasta protegiendo a los hacedores, muchas veces demasiado embebidos en su compromiso de construir. Esa contribución, aunque poco visible, es crucial en cualquier democracia; está directamente emparentada con la valentía y la integridad.

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