Inversión, ninguneo y agitación
Entre las varias argucias de la ideología, hay tres que conviene tener en cuenta: La inversión, el ninguneo, y el uso de ambas como táctica de agitación.
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La inversión
La cámara oscura es una caja precursora de la cámara fotográfica. Su mecanismo es muy sencillo. Cuando los rayos de luz pasan por un pequeño orificio, se cruzan y proyectan en la pared opuesta una imagen invertida tanto vertical como horizontalmente, debido a la trayectoria rectilínea de la luz. Ya antes de la aparición de la fotografía la cámara oscura era utilizada por artistas como Leonardo Da Vinci y Vermeer para proyectar escenas y facilitar el dibujo y la perspectiva.
Mucho antes aun, Platón se refería a los errores del conocimiento humano no como ignorancia entera sino como una proyección de sombras de la realidad sobre un muro opuesto a la luz de la verdad. El tema fue siempre el contraste entre luz y sombra, y la aparición “realista” de mundos invertidos. En el siglo 18, el proyecto “iluminista” fue un intento de corrección. Por eso se llamó el siglo de las luces. El siglo 19 (industrial, materialista, y pragmático) le dio un nuevo nombre a esa fantasmagoría: la llamó ideología y buscó sus causas[1].
En los orígenes de la sociología del conocimiento, varios críticos sociales sostuvieron que las ideologías proyectan visiones del mundo en modo similar al de las imágenes proyectadas por una cámara oscura. Esas imágenes no ignoran la realidad social y sus problemas, sino que los ven al revés: los efectos se ven como causas (ejemplo: “si no comes tendrás hambre» hace recaer la causa en una decisión personal, cuando la causa lógica es la falta de comida, por ejemplo, con un refugiado), la dominación como algo benévolo (ej.: “la vigilancia es el precio de la libertad”), las víctimas como culpables (ej.: quien resiste la ocupación de su territorio es un “terrorista”), la sujeción como libertad (ej.: tanto ricos como pobres tienen igual derecho a vivir en la intemperie), y la desigualdad aparece disfrazada de igualdad (ej.: un perfecto contrato laboral entre un dueño y un obrero).
El ninguneo
Pero hay algo peor que ver mal, o sólo las sombras de realidad, o su imagen invertida, u oír la voz de la verdad a medias en medio del ruido y la pavada. Es el no ver y el no escuchar. No es la negación, que se ve obligada a presentar primero lo que dice que no existe. Es el ninguneo. Es una práctica social de descalificación que consiste en ignorar deliberadamente a una persona, a un grupo, o a una situación, haciendo como si no existiera. Nadie, nada, nunca.[2] En el análisis crítico de la ideología no debemos olvidar esta poderosa arma del hueco.
A comienzos de este año IX de la era Trump[3], una voz solitaria en el Senado norteamericano, presentó un catálogo de lo no dicho en el discurso inaugural del presidente. El senador Bernie Sanders es un socialista declarado. (Hoy en los EEUU es más fácil que un político o un funcionario se declare abiertamente homosexual que se presente como socialista). A pesar de su franqueza de izquierda, sus compatriotas del conservador estado de Vermont lo eligen una y otra vez, porque lo consideran un hombre sincero, y no un fanfarrón como tantos políticos. Usa un lenguaje sencillo –aquel que le gustaba a George Orwell como antídoto al Newspeak (neolenguaje) de los demagogos. Lo cito: “La simple verdad es que Trump ignoró casi todos los problemas importantes que enfrentan las familias trabajadoras de este país en su primer discurso.” Sanders siguió con su lista, que resumo así:
- El sistema sanitario está roto, es disfuncional y tremendamente caro.
- Hay una gran crisis de vivienda en Estados Unidos.
- Hay más desigualdad de ingresos y riqueza que nunca.
- Ni una palabra sobre cómo vamos a abordar la crisis planetaria del cambio climático.
Frente a estos desafíos, Sanders propuso soluciones de sentido común:
- Debemos unirnos a todos los demás países importantes para garantizar la asistencia sanitaria a todas las personas.
- Debemos reducir sustancialmente el coste de los medicamentos con receta en este país.
- Debemos construir millones de viviendas asequibles y para personas con bajos ingresos.
- Debemos hacer que las universidades públicas sean gratuitas.
- Debemos trabajar con la comunidad mundial para combatir el cambio climático.
- Debemos aprobar leyes que eleven el salario mínimo.
- Debemos facilitar que los trabajadores se afilien a los sindicatos.
- Debemos exigir que los más ricos empiecen a pagar los impuestos que les corresponden.
- Debemos acabar con un sistema corrupto de financiación de las campañas.
Ese programa de “socialista” tiene poco, pero sí tiene mucho de sensato y factible.[4]
Bajo el régimen de Trump, sólo se iniciarán políticas opuestas a tal breviario, una tras otra. Estas últimas se pueden encontrar proclamadas en cualquier medio de comunicación, desde la política interior a la política internacional. En su conjunto constituyen lo que Gustave Flaubert llamaba un sottisier , un ‘estupidario’ o diccionario de ideas recibidas, de pavadas (o mentiras) en circulación. En cambio el catálogo de Sanders es una lista de ideas simples, sensatas, e indispensables –todas ninguneadas en el carnaval populista que hoy celebra el mundo.
La agitación
Hay algo más en la historia universal de la perversión ideológica. Es una maniobra de prestidigitación[5] utilizada por líderes populistas para conseguir seguidores. Se trata de convencer a un grupo social que ha sido ninguneado y prometerle una justa compensación. Tal retórica está destinada a producir una adhesión directa, a través de la agitación y sin mediación institucional alguna. Tiene gran eficacia en el campo de la política porque moviliza un estado de ánimo típico de tiempos turbulentos, a saber, el resentimiento[6].
En perspectiva sociológica, el resentimiento cunde sobre todo en los grupos que sufren o sospechan los efectos de la movilidad social descendiente y es por consiguiente aprovechado por agitadores de la extrema derecha.[7] En Alemania, el fenómeno fue estudiado por los investigadores de la escuela de Fráncfort en los años 20 y 30. Con la llegada del nacional socialismo al poder, muchos de ellos se refugiaron en los Estados Unidos, donde prosiguieron sus estudios sobre la personalidad autoritaria y sus efectos en la política. Dentro de los Estados Unidos, el resentimiento social y la agitación por parte de algunos demagogos de extrema derecha, eran en aquellos años un fenómeno marginal, pero que no escapó a la perspicacia de los exiliados alemanes. Uno de ellos –Eric Fromm—se hizo famoso con la publicación de su libro El miedo a la libertad. Hannah Arendt, vinculada sólo de modo tangencial con los críticos de Fráncfort, tuvo en cambio una gran influencia en los círculos intelectuales norteamericanos.
Mucho menos conocidos que sus compatriotas de esa escuela, dos de sus miembros, Leo Lowenthal y Norbert Guterman, publicaron un libro profético sobre los agitadores norteamericanos en 1948, titulado Los profetas del engaño. Un estudio de las técnicas del agitador estadounidense, que hoy vale leer. Hay una edición en español publicada en Madrid en 1973 y otra en Buenos Aires años después.[8] Allí señalan la incapacidad de los individuos de entender la organización social, las instituciones y la organización de la reproducción social como una condición de su propia autonomía. Esto no es un defecto personal de los seguidores de un demagogo sino el resultado de una organización patológica de la sociedad. Se trata de la manipulación del malestar que esa patología provoca: primero el malestar subjetivo, la sensación de encontrarse al margen de la sociedad, de ser un despreciado; y segundo, el enemigo supuestamente responsable de la miseria. Hoy cambian los supuestos “enemigos” (ya no son los judíos sino los inmigrantes, las minorías sexuales, los jóvenes woke, y las mujeres, entre otros). Pero las técnicas son las mismas. Lo que en las décadas del 30 al 50 era una franja extremista de un país poderoso y próspero, pero ahora decadente, ha regresado con fuerza en la era de Trump y sus cómplices en Europa y en América latina. Sólo quienes puedan llevar adelante una resistencia racional y numerosa podrán evitar un desastre colectivo. Pero…
Y si…
Hay malos escenarios posibles. Supongamos que las medidas tomadas por el agitador –una vez llegado al poder—fallen, produzcan efectos opuestos a los deseados, y que la resistencia se vuelva numerosa y atrevida, al punto que el agitador se sienta realmente amenazado con perder el poder. Para salir del impasse puede apelar al recurso de declarar una emergencia bélica nacional. La población entera se enfervoriza en torno al pabellón y la disidencia calla para evitar caer en traición. Es el momento oportuno para que el agitador en el poder se atreva a dar un auto-golpe, suspenda la constitución y las instituciones que hacen de contrapeso a la arbitrariedad autoritaria, y declare la dictadura simple y pura. Así muere la democracia.
¿Y después qué?
Una dictadura que nace así es difícil de desarmar desde adentro, salvo en una instancia. Si la historia es un buen guía, nos presenta muchos casos en que las dictaduras caen en forma veloz y vertiginosa cuando pierden una guerra. Los ejemplos abundan (Napoleón Tercero después de la batalla de Sedan frente a Prusia en 1870, los coroneles griegos después de su desastrosa invasión de Chipre en 1974, la junta militar argentina después de la derrota de Malvinas en 1982). La población pierde el miedo y la adhesión popular de otrora se transforma en repudio. La democracia vuelve, pero más como un subproducto que como un ideal. El péndulo popular pasa del entusiasmo al desprecio frente a un desastre militar. El precio de la resurrección es caro.
[1] https://es.wikipedia.org/wiki/La_ideolog%C3%ADa_alemana
[2] Es el título de la novela de Juan José Saer, publicada en 1980.
[3] Anno IX DT. Uso un calendario similar al que utilizaba Mussolini (empezando en 2017). El calendario fascista o Era Fascista fue un calendario utilizado en la Italia fascista. El calendario se introdujo en 1926 (empezando por la marcha sobre Roma) y se hizo oficial en Anno V (1927). Cada año de la Era Fascista era un Anno Fascista.
[4] En todo caso, Sanders expresa una cierta nostalgia pasista por el capitalismo industrial norteamericano de los años 50.
[5] Los prestidigitadores utilizan 3 técnicas básicas: Manipulación, distracción, y control sutil de las decisiones de un público. El tema fue desarrollado magistralmente por Thomas Mann en su novela corta Mario y el Mago (1930), con referencia al fascismo en los años 20 y 30.
[6] Max Scheler considera el resentimiento como una autointoxicación psíquica que surge de la represión sistemática de emociones normales como la venganza o la envidia, debido a una sensación de impotencia. Max Scheler, El resentimiento en la moral, Madrid: Revista de Occidente, 1927.
[7] Ver la contribución de Gino Germani al respecto: https://backend.educ.ar/refactor_resource/get-attachment/24016
[8] https://www.libreriasudestada.com.ar/productos/profetas-del-engano-leo-lowenthal-y-norbert-guterman/
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