Equidad en cadenas nacionales de valor

En general, las empresas que lideran cadenas de valor son quienes más se favorecen del esfuerzo que realiza el conjunto de participantes de esos espacios productivos. Lograr equidad en cadenas de valor implica posibilitar que cada quien pueda retener plenamente la cuota de valor que genera y con ello facilitar la capitalización de la base del aparato productivo y contribuir a robustecer el mercado interno. 

Al desarrollarse la producción nacional (particularmente si se la promueve con políticas y recursos públicos) no suele distinguirse cómo se impacta de manera diferenciada a quienes participan del proceso productivo y a los diversos contextos poblacionales y territoriales. Así, por ejemplo, puede promoverse el sector turístico o la cadena alimentaria o la industria metalúrgica, sin especificar cómo se distribuirán los eventuales resultados entre los diferentes actores de esos sectores, sean emprendimientos grandes, medianos o pequeños, dueños de empresas, trabajadores, el Estado nacional o local, las comunidades, los territorios en donde se localizan las nuevas actividades. En cambio, si se focalizase en cómo se estructuran y funcionan las cadenas de valor, incluyendo el tipo de relaciones que prevalecen entre los diferentes actores participantes, se podrían encarar tanto las dificultades y los desafíos que las cadenas enfrentan en los mercados, como situaciones de inequidad y pobre utilización de los recursos movilizados, y las externalidades que se generan (algunas positivas como los efectos multiplicadores y otras negativas, efectos no deseados aunque esperables si se los analizase con rigurosidad). Esto es, hay problemas comunes que enfrenta la cadena de valor como un todo, hay problemas internos de equidad que afectan la capitalización de buena parte de los actores participantes y el potencial de la cadena productiva, y hay ventajas o desventajas en las comunidades y territorios donde se localizan las actividades.

En este corto artículo no hacemos referencia a los desafíos que es necesario encarar a nivel de la entera matriz productiva (todo el sistema productivo incluyendo el conjunto de cadenas de valor). Esto es, pasar del nivel de las cadenas de valor individuales a la economía como un todo de modo de identificar qué vale promover con mayor intensidad y qué regular con firmeza considerando los desequilibrios y estrangulamientos que pudieran generarse.

Nivelar poderes

El grado de equidad al interior de una cadena de valor, es decir cómo se compensa el esfuerzo y se establecen las condiciones de operación de cada participante, está determinado por el poder que detenta cada quien. Así, las empresas que lideran las cadenas de valor detentan mayor poder para  imponer sus propios intereses de maximizar ganancias algo que, con pocas excepciones, practican. Si se lograse transformar la estructura de poder de cada cadena de valor asegurando un peso más equitativo a todo el andamiaje de emprendimientos que hace posible la producción, aumentaría la  colaboración interna y la sustentabilidad del conjunto.

A diferencia de las empresas que lideran cadenas de valor, los pequeños y medianos participantes enfrentan numerosos desafíos asociados a su menor escala y a las relaciones de subordinación, con frecuencia de sometimiento, que les son impuestas. Una severa restricción es su incapacidad de capitalizarse al ritmo que lo hacen las empresas líderes. Esto genera un creciente desequilibrio interno con serias consecuencias en cuanto a la dificultad de los proveedores de diversificar los compradores de sus productos, de registrar y compensar con justicia a sus trabajadores, de lograr un desarrollo tecnológico que les permita crecer en competitividad y en el valor que agregan a su producción.

De ahí que si el objetivo fuese impulsar un desarrollo orgánico de las cadenas de valor y mejorar su impacto sobre comunidades y territorios, no tendría sentido sólo centrarse en medidas para favorecer a las empresas líderes sino que habría que atender el desarrollo y las compensaciones del conjunto de participantes (cada segmento de la trama productiva con sus propios problemas y circunstancias), así como los impactos positivos y negativos sobre el contexto social y territorial en el que las cadenas operan.

Transformar las relaciones de poder entre actores de tan diferente tamaño e influencia requiere la intervención de una instancia mediadora capaz de nivelar el campo de negociación al interior de las cadenas de valor. Esto implica regular espacios de negociación de precios y de condiciones comerciales en cada cadena de valor. En otro texto se aborda esta crítica cuestión.

Con ello podrían generarse condiciones para que, entonces sí, todos los participantes mejoren su capitalización, logren subir su escala de producción, incrementen su competitividad, reduzcan su dependencia de  pocos compradores y puedan ejercer a pleno sus responsabilidades laboral, tributaria y ambiental. En definitiva, se trata que los participantes de una cadena de valor no sólo generen más valor con su esfuerzo sino también que logren retenerlo para asignarlo a su propio desarrollo, contribuyendo a la vez al bienestar de su comunidad y al cuidado ambiental.

Sistemas de apoyo

Las mejoras en cuanto a espacios internos de negociación en las cadenas de valor necesitan ser complementadas con eficientes sistemas de apoyo a pequeños y medianos proveedores.  Estos sistemas pueden estructurarse en torno a dos tipos de intervención: una de asistencia en gestión, como ser a través de desarrolladoras de emprendimientos inclusivos de tamaño medio, y otra que acerque financiamiento de corto y mediano plazo utilizando fideicomisos especializados en estas funciones.

Los sistemas de apoyo son necesarios porque los mercados no generan este tipo de acciones sino que tienden a acentuar la concentración económica. Es el Estado junto con una gran diversidad de entidades sociales promotoras de desarrollo quienes pueden asumir el crítico rol transformador.

Diferencias sectoriales

Hay cadenas de valor en donde los monopolios son nefastos como suele suceder en las cadenas alimentarias, de salud, cultural, comunicacional, entre otras. Otros sectores como el aluminio y las acerías requieren gran escala, más aún si pretenden competir internacionalmente. En los primeros hay enormes espacios para innovar y lograr mucha mayor equidad y efectividad; en los segundos se requiere regulación estatal que impida apropiación de valor vía precios abusivos sostenidos por posición monopólica.

Las cadenas globales de valor

Las cadenas globales de valor son formas de organizar las industrias trasnacionales que poderosos grupos concentrados van ajustando según evolucionan las circunstancias de modo de preservar su inveterado propósito de maximizar utilidades le pese a quien le pese (muy especialmente grandes mayorías poblacionales). Las cadenas globales de valor condicionan la evolución de la economía mundial ya que alrededor del 80% del comercio mundial se realiza a través o entre sus filiales.

Los negocios de las cadenas globales de valor son gestionados estratégicamente desde las casas matrices, mientras que la producción de lo que elaboran se realiza en distintos países por medio de filiales y subcontratistas. Para ello escogen localizaciones donde encuentran ventajas laborales (bajos salarios y debilidad sindical), proveedores que aceptan precios contenidos, bajos costos de transporte o cercanía a los consumidores, regímenes tributarios favorables y libres movimientos financieros de modo de asegurarse remesa de utilidades y fuga de capitales. El desarrollo logrado en cuanto a programación corporativa y comunicacional facilita la coordinación en tiempo real de múltiples decisiones aunque estuviesen dispersas alrededor del globo.

Más allá de lo declarativo, los intereses de las cadenas globales de valor están disociados de los intereses y necesidades de los países donde operan. Su propósito es maximizar los resultados de su red corporativa y no de una filial o subsidiaria en particular. De ahí que sean las casas matrices las que impongan la racionalidad y direccionalidad de las decisiones de inversión o desinversión, la entrada y salida de los diferentes mercados.

Así, las cadenas globales de valor detentan un enorme poder frente a los gobiernos nacionales o locales permanentemente chantajeados con la posibilidad de deslocalización de actividades, con lo que ello significa en pérdida de empleos, ingresos e impuestos. Esas enormes cadenas globales y sus subsidiarias cuentan además con la complicidad de actores locales que contribuyen a proteger sus intereses incidiendo de manera determinante sobre políticas públicas y regulaciones.

De todos modos, aún en esos contextos (mejor con gobiernos de base popular) existen márgenes no despreciables de soberanía decisional para encarar transformaciones en la estructura y el funcionamiento del sistema económico, sea desde la perspectiva nacional o coordinando acciones a nivel regional. Nuevos tipos de cadenas regionales de valor necesitan ser exploradas, no aquellas que desconocen sus efectos sociales y ambientales y tan sólo reemplazan un sometimiento por otro en cuanto a extracción y concentración de valor. Esta otra perspectiva estratégica posibilita integrar actores económicos en estructuras nacionales o regionales con diferentes condiciones de sustentabilidad, alejados de la codicia de lucrar desaforadamente sin atender al bienestar de sus comunidades y al cuidado ambiental.

El sustento político de las transformaciones

Movimientos y gobiernos que aseguren sustento a estas y otras transformaciones no surgen de la nada sino a través de múltiples esfuerzos de naturaleza política. No se logra desarrollo asentado en la primacía del bienestar general y el cuidado ambiental sin reconfigurar la estructura local de poder, uno de los mayores desafíos que enfrentan países y regiones.

Avanzar en esa trayectoria requiere trabajar en varias dimensiones, incluyendo pero no limitados a las siguientes: (i) la crítica pugna cultural para moldear el sentido común en dirección a una más justa y sustentable utopía referencial; (ii) la alineación de la diversidad de intereses no antagónicos que anidan en el campo popular; (iii) la imperiosa necesidad de desmontar uno a uno el conjunto de mecanismos de apropiación de valor existentes, tanto los que se expresan abiertamente como aquellos encubiertos; (iv) la transformación de las cadenas de valor en torno a la sustentabilidad y la equidad como principios ordenadores; (v) la transformación de la matriz productiva nacional de modo de levantar y prevenir los estrangulamientos estructurales que llevan a las recurrentes crisis sistémicas que castigan a nuestros países. No son desafíos simples sino complejos, más aún en el seno de democracias capturadas.

Los intereses de sectores mayoritarios son diversos y dispersos, difíciles aunque no imposibles de alinear. En cambio, los intereses de minorías privilegiadas, si bien no por completo homogéneos, tienden a converger o cuando menos saben alinearse tácticamente. Así, los sectores concentrados ejercen su poder para desunir y fraccionar al campo popular restándole sustento a los intentos de transformación; apuntan a desestabilizar y desacreditar a quienes amenazan sus intereses. A esto se suman engaños y mentiras para moldear subjetividades y poder manipular a la opinión pública; también se agregan narcisismos, mezquindades, codiciosos acostumbrados a pisar cabezas, lo de sálvese cada quien por su cuenta, muchos miedos, valentías y cobardías mezcladas, alienaciones y nihilismos que atentan contra el esclarecimiento y la organización social. Toda una caterva de personajes y valores que ayudan a consagrar el sometimiento económico y cultural.

¿Hace falta señalar que estos procesos y situaciones pueden ser transformados? Que siempre ha habido opresores y que tarde o temprano fueron removidos. No hay relatos inamovibles y aquello que hoy se presenta como verdad única, permanente y universal mañana será recordado como un mecanismo más de los varios que se utilizaron para someter a mayorías.

Pelear por adoptar otro rumbo requiere profundizar esclarecimientos y fortalecer la organización de las mayorías; con un crítico ingrediente: disponer de liderazgos capaces, honestos, valientes, comprometidos con la equidad, la justicia y la sustentabilidad. Sólo toca saber escogerlos.

 

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