La corrupción terminal pone en peligro al planeta y a la humanidad; hace un daño infinitamente mayor que la micro, pequeña o mediana corrupción que grandes cadenas mediáticas se empeñan en mostrar una y mil veces.
Quien no conoce un pequeño restaurante familiar, una panadería de barrio o un esforzado taller mecánico que no brindan facturas por sus ventas; actúan de manera parecida los profesionales independientes, pequeños plomeros, los cerrajeros y tantos otros ocasionales proveedores de servicios. ¿Cómo se califica esa conducta? En principio se trata de evasión impositiva, un delito sancionado por las legislaciones tributarias. Ahora, ¿cuál sería la valoración de esa conducta si el eventual contribuyente estuviese esforzadamente peleando por la subsistencia de su familia en un contexto económico del todo adverso? ¿Se lo manda preso, se mira para otro lado o se resuelve el contexto adverso?
Una dimensión de ese “contexto adverso” es que se persigue a pequeños evasores mientras los grandes contribuyentes evaden impunemente sumas astronómicas. Recordemos que dos tercios de los dineros escondidos en guaridas fiscales pertenecen a grandes corporaciones internacionales y a personas afluentes, 30% al crimen organizado y 5% a la corrupción de funcionarios, abogados, jueces y otros. Y ese flujo de haberes mal habidos sigue engrosando año tras año los patrimonios de delincuentes que no son reconocidos como tales: mantienen membresías en clubes y círculos sociales exclusivos, alardean de filántropos con las migajas que donan a causas que ellos mismos escogen, visten y hablan con austera pulcritud, sostienen con hipocresía discursos de moralidad, indiferentes al dolor que ocasionan se presentan como adalides de civilidad.
Otra dimensión del “contexto adverso para las mayorías” es que con su poder, los delincuentes de cuello blanco se apropian de buena parte del valor que otros generan acumulando sin piedad ni consideración para los que son abusados. Para ello disponen de un sinnúmero de mecanismos de extracción de valor que saben muy bien utilizar. Cuentan además con la complicidad de sectores de la política, los medios y la justicia que lucran a su sombra. Para colmo de males logran capturar las democracias sea manipulando la opinión pública, desestabilizando gobiernos de base popular o directamente derrocándolos por la fuerza o con amañadas operaciones destituyentes.
Adicionalmente, ese contexto adverso para las mayorías lo es también para el planeta que sufre –codicia mediante y desaforado afán de lucro- el asalto irresponsable a críticos recursos naturales y la alteración de ciclos esenciales para la vida de todos los seres.
En la base de ese “contexto adverso para las mayorías y el planeta” se sitúa ese desatado y cada vez más acelerado proceso de concentración de la riqueza que permite que el 1% de las personas de este mundo y sus cómplices se hayan apoderado del timón de la trayectoria global. Timoneles alienados que nos llevan a todos a un callejón sin salida.
Si bien toda corrupción es reprobable, la gran corrupción tiene un poder destructivo de enorme gravedad: enerva el funcionamiento social y destruye la naturaleza, enaltece la injusticia y valores de codicia y egoísmo, consagra la desigualdad, la pobreza se reproduce al lado de un irresponsable y fatuo consumismo, desvirtúa y captura el accionar de nuestras democracias y, nefasta como es, al crecer ilimitadamente deviene terminal comprometiendo la propia reproducción del existir.