Acumular despiadadamente

Acumular, acumular más, acumular mucho más; sin fin, sin límites, sin misericordia.

El desaforado proceso de concentración de la riqueza es uno de los factores más destructivos de la realidad contemporánea. Esta concentración que involucra la apropiación de activos e ingresos es un fenómeno que se ha desatado y acelerado a nivel mundial. Impulsa además la consecuente concentración del poder de decidir en otras cuestiones además de las económicas y moviliza una serie de complicidades en áreas tan sensibles como la de los medios de comunicación, los sistemas educativos, la política, la Justicia, el conjunto de valores y actitudes predominantes. Su influencia se proyecta sobre la destrucción ambiental, los enfrentamientos geopolíticos, el crecimiento de los fundamentalismos ideológicos, la huida hacia el nihilismo, las adicciones, la alienación existencial, un gravoso y peligrosísimo retroceso en la permanente búsqueda de significación de nuestro vivir.

Esa concentración se produce por la extracción de valor que los más poderosos realizan sobre los menos poderosos, los más débiles, los vulnerables. Es una tendencia global por la que todo aquel que puede y está imbuido por una alienada codicia se organiza y posiciona para apropiarse de un valor que es generado por otro. Los principales actores, y también en otra escala muchos otros, aspiran a acumular el máximo valor posible, sin límites, sin remordimientos, sin compasión para con los que son despojados de buena parte del producto de su esfuerzo y del de sus antepasados.

Las explicaciones, justificaciones, argumentaciones en defensa de ese accionar son infinitas, tantas o más de los cuestionamientos que reciben. No sólo son inacabables sino mucho más audibles por los altavoces y canales de distribución de ideas y valores que controlan. Quienes se benefician de la concentración no están dispuestos a resignar graciosamente sus privilegios aunque sepan que con su accionar causan tremendo daño al planeta y a la entera humanidad. ¿Por qué les habría de importar si operan dentro de la racionalidad hegemónica, si son parte de una dinámica sistémica que no fue creada por ellos sino que, así lo afirman, simplemente la aprovechan?

Si acaso pudieran reflexionar y mirar más allá de un corto plazo (que puede súbitamente hacerse cortísimo por la explosión de una reacción generalizada) tomarían conciencia que el rumbo y la forma de funcionar que directa o indirectamente han ayudado a imponer conduce  a un abismo social y ambiental que también los tragará a ellos. Aquí no caben medias tintas ni nadie puede esconderse detrás de la fatua creencia que los “éxitos” (privilegios) que han acumulado los grupos concentrados y sus cómplices han sido por propio esfuerzo.  No hay fórmula alguna que pueda explicar, menos aun convalidar, tamaño nivel de acumulación sin la presencia de acciones ilegales o ilegítimas. Esto es, una trayectoria que pudo haber combinado acciones delictivas (entre otras, evasión tributaria, lavado de dinero, vinculación con el crimen organizado), depredación ambiental (agotamiento de recursos naturales y destrucción del medio ambiente) y abusos de poder de mercado (extorsión a proveedores, trabajadores, clientes y Estados, despojo de activos a personas o competidores en precaria situación, forzar la adquisición de empresas que podrían mantenerse independientes pero son absorbidas para reforzar capacidad oligopólica).

Ese puñado de enormes apropiadores está tan sumergido en sus propios valores del todo vale, a cualquier costo, sin límites, sin misericordia (noción desconocida en su cultura), que no perciben la proximidad de graves riesgos sociales y ambientales. Necios como son, creen disponer de una coraza impenetrable que les garantiza eterna impunidad por lo que cometen.  No entra en su irracionalidad que el dolor, las frustraciones y los resentimientos que generan desatan explosiones de odios y venganzas. Ojala encontremos respuestas pacíficas a este sistema de sometimientos en cadena; que la desesperación e impotencia no desemboquen en violentas erupciones. Miradas torvas se expanden por el mundo mientras en democracias capturadas se esteriliza la capacidad y quizás también la determinación de transformar un proceso encajonado en un callejón sin salida.

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