Los desafíos inherentes a una nueva economía también traerán desafíos para la teoría que sustentará dicha economía. Uno de suma importancia es encontrar maneras de establecer incentivos y recompensas al trabajo que reconozcan, al menos mucho mejor que hasta ahora, tanto el valor social como las recompensas o aspectos desagradables intrínsecos de los diferentes tipos de trabajo. El debate mencionado en artículos previos de Opinión Sur ha puesto de manifiesto varias tensiones en materia de trabajo. Estas tensiones existen:
– Entre el trabajo que produce relativamente poco bienestar pero está bien remunerado, versus la necesidad de un gran volumen de trabajo que ahora recibe poca o ninguna compensación monetaria. Esto último incluye la producción de alimentos así como las ¨tareas de cuidado¨ que frecuentemente son realizadas por mujeres en cuanto a salud, cuidado de los niños y tareas domésticas.
– Entre la necesidad de obtener un ingreso versus el hecho que muchos trabajos no son útiles para la sociedad: cualquier periódico que uno escoja evidencia que la gente en nuestra sociedad es profundamente dependiente del trabajo remunerado, aun cuando muchos de esos trabajos producen cosas que no deberían ser producidas (por cualquiera de las razones aducidas en mi artículo anterior).
– Entre el tiempo de trabajo ofrecido por los empleadores versus las preferencias de los trabajadores sobre el tiempo de trabajo: muchas personas trabajan menos de lo que desearían (generalmente porque les gustaría ganar más, pero a veces – especialmente en el caso de las personas jubiladas- porque se aburren o se sienten desconectadas de la sociedad), mientras que muchos otros desearían tener vacaciones más extensas u horas de trabajo diarias o semanales más cortas.
Cuando se observa en abstracto esta situación, la conclusión lógica es que sería deseable descubrir o inventar algún tipo de mejor organización de la economía en la cual:
1. Todos los niños tuvieran los medios para desarrollar sus capacidades, con amor en su crianza, educación de calidad, alimentación nutritiva, agua limpia, asistencia médica garantizada y vivienda apropiada; y que esto se lograse más allá del salario que pudieran percibir sus padres.
2. Todos los adultos tuvieran acceso a una supervivencia y seguridad básicas.
3. Las condiciones de trabajo fuesen tales que maximizasen las recompensas psíquicas positivas y minimizasen, o compartiesen de manera justa, el trabajo desagradable.
4. Los incentivos y recompensas al trabajo reconociesen el valor del trabajo que se realiza, así como cualesquiera aspectos desagradables.
5. Se realizase todo el trabajo que fuese necesario.
6. No se llevase a cabo el trabajo que produce cosas innecesarias o dañinas.
Si las primeras dos condiciones se cumpliesen (como ahora sucede en Estados Unidos, parcialmente y de manera poco segura a través de una colcha de retazos de “redes de seguridad” estatales y federales, educación pública, etc.), esto reduciría la presión por empleos, empleos, empleos – por ende mejorando la posibilidad de considerar implementar la condición #6.
Otra posibilidad práctica es el uso de programas de obras públicas, como fue sugerido recientemente por Eduardo Porter en el New York Times (29 de enero de 2014, p. B1). Porter considera esta propuesta como muy radical -¨muchos economistas entran en pánico con sólo pensar en un programa masivo de obras públicas para combatir el desempleo¨- aunque señala los resultados positivos del programa de Obras Públicas que ayudó a la gente a sobrevivir durante la Gran Depresión iniciada en 1930.
Porter ni siquiera considera lo que algunos creen que es el enfoque más efectivo (aunque tal vez aun más radical): modificar las redes de seguridad social para incluir una garantía de ingreso mínimo. Este podría ser un paso significativo hacia alcanzar simultáneamente dos metas importantes. Podría reducir en gran medida la pobreza, reemplazando así gran parte del pesado y costoso aparato de asistencia social, seguro de desempleo, etc.; y, si se diseña con esta intención, al levantar el requerimiento de que todos acepten trabajo remunerado podría implícitamente recompensar y posibilitar parte del trabajo no remunerado del cual toda sociedad depende,
Un ensayo conexo, ¨Basic Income for a New Economy¨ (¨Ingreso Básico para una Nueva Economía¨), plantea tal propuesta. Ella sería viable en entornos donde una mayoría de los que tienen trabajos remunerados recibiesen salarios lo suficientemente altos como para satisfacer sus necesidades básicas y sus deseos, con suficiente resto para permitir el pago de relativamente altos impuestos. El sistema tributario necesitaría ser replanteado para que los ingresos fuesen gravados de una manera más progresiva. Más aun, los impuestos al consumo necesitarían ser cuidadosamente diseñados para aumentar el costo de consumir cosas que tienen impactos negativos en el usuario, los trabajadores o la sociedad en general. El impuesto a las gaseosas propuesto por Michael Bloomberg en Nueva York es un buen ejemplo de un paso en la dirección correcta – y también, por supuesto, ilustra las reacciones negativas frente a semejante esfuerzo.
La teoría económica no puede hacer semejantes cambios por sí sola, pero un cambio en la teoría económica – quitarle el apoyo a la idea que los únicos precios justos o apropiados son aquellos que fija el mercado – puede al menos restarle algo de apoyo a quienes se oponen a dar tales pasos.
Una garantía de ingreso básico respondería a las condiciones 5 y 6 como se han enumerado más arriba: realizar el trabajo necesario de la sociedad, sin desperdiciar recursos ni sobrecargar el medioambiente con producción sin sentido.
Por qué todo esto es tan difícil de materializar? La condición que requeriría el cambio más dramático de parte del sistema económico que tenemos ahora es la número 4. Esto nos remite al sexto desafío para la nueva economía que fue establecido al principio, que también es un desafío para la teoría que sustentará tal economía. Debe encontrar maneras de establecer incentivos y recompensas para el trabajo que reconozcan, al menos mejor que ahora, tanto el valor social como las recompensas y aspectos desagradables intrínsecos a los distintos tipos de trabajo.