¿Arde el mundo?

Digámoslo de frente: el mundo arde pero no solo por la gran crisis global que golpea a los países afluentes y amenaza proyectarse desde ahí al resto del planeta, sino también por otras crisis surgidas de la misma matriz causal aunque de más larga data asociadas a una rampante desigualdad; al doloroso rezago de comunidades desposeídas de voz, de salud, de alimentación, de refugio, de seguridad; a la existencia de cientos de millones de víctimas de la injusticia, de la avaricia, de los fundamentalismos; al agravio infligido a la propia intimidad y significación.Arde el mundo y vale atender el ruidoso sonar de las alertas pero más aun encarar los desafíos. Nuestros males socialmente infligidos pueden superarse si actuamos de forma diferente a como lo hemos venido haciendo; si revisamos nuestro devenir para comprender las dinámicas que nos condicionan; si dentro de todas las correntadas identificamos los logros que es necesario preservar; si encaramos con una justa mezcla de determinación y prudencia transformaciones de rumbo y de forma de funcionar.

Nadie posee verdades únicas ni recetarios mágicos, por más que se nos haya querido imponer un pensamiento hegemónico que procura convencernos que sus perspectivas, tan parciales como subjetivas, representan lo objetivo, lo válido, lo acertado. ¡Cuánto daño ha infligido a la humanidad el fatuo intento de homogeneizar la heterogeneidad del entendimiento, de los intereses, de las necesidades, de las emociones, de los anhelos! Es que esa diversidad encierra las claves de nuestro destino y las síntesis enriquecedoras que sepamos día tras día elaborar, sustentarán mejores formas de vivir y de convivir.

No se resuelve la profunda crisis que afecta a los países afluentes actuando tan sólo sobre los mecanismos de transmisión de efectos (como el déficit fiscal, la aletargada competitividad, el explosivo endeudamiento); se impone encarar las causas que, no por casualidad, se han tratado de encubrir, ignorar o desacreditar.

Desde mi propia imperfecta y parcializada perspectiva digo lo siguiente:

(i) El desafío pasa por configurar un nuevo rumbo y funcionamiento sistémicos; por transformar no restaurar. Se han instalado perversas dinámicas económicas que nos conducen hacia crisis recurrentes. Si no desmontamos esas dinámicas, los ingentes esfuerzos que se están desplegando para encarar esta crisis, no sólo serán de futilidad absoluta sino que terminarán beneficiando a los victimarios.

(ii) Las dinámicas que condujeron a la crisis presentan varios ejes y dimensiones todos los cuales necesitan ser revisados y transformados. Uno de los más importantes hilos conductores de estos procesos ha sido la concentración de la riqueza y de los ingresos en ciertas minorías privilegiadas, tanto a nivel global como al interior de los países, de las provincias y de las ciudades.

(iii) La concentración genera tremendas diferencias e injusticias lo cual mina la cohesión social y esteriliza o mal orienta buena parte del talento y de la potencialidad de las naciones. También nos aleja de un crecimiento orgánico exponiendo el funcionamiento económico a estrangulamientos que dan paso a inestabilidad sistémica.

(iv) La demanda se segmenta entre quienes disponen de recursos para consumir muy por arriba de sus necesidades básicas y culturales, quienes viven en la pobreza sin poder cubrir su subsistencia y sectores medios que se expanden en fases de crecimiento y ven su demanda sostenida por el financiamiento al que logran acceder. De esta forma se “resuelve” la brecha que aparece entre la oferta de un aparato productivo que procura permanentemente expandirse y una demanda que quedaría rezagada si no fuese por la rueda de auxilio que les presta el financiamiento de su consumo.

(v) Este mecanismo funciona hasta cierto punto: el límite es la capacidad de repago que tienen los que se endeudan. Cuando se sobrepasa ese límite, la situación se hace insostenible. Al principio el problema se oculta a través de inyectar mayor financiamiento ciclo tras ciclo hasta que, para sorpresa de quienes ignoran lo artificial de esta dinámica, un buen día la tasa de impagos crece geométricamente y provoca destructivas reacciones en cadena. Estalla abiertamente la crisis.

(vi) No es que la crisis se generó en un día; la dinámica de la concentración viene de antes sólo que sus efectos fueron represados hasta donde los diques de contención resistieron. Cuando la presión de las quiebras se transformó en erupción, la lava brotó quemando a su paso familias, empresas, instituciones.

(vii) ¿Fue, es, esto inevitable? De ninguna manera. Si en lugar de preservar la concentración a toda costa se hubiese dedicado buena parte de la nueva riqueza a incrementar los ingresos genuinos de sectores medios y a sacar de la pobreza a las enormes mayorías, muy distinta hubiese sido la trayectoria sistémica. La demanda hubiese acompañado orgánicamente el crecimiento de la oferta y el financiamiento se hubiese mantenido dentro de límites de seguridad, con lo cual las brechas no hubiesen existido o se hubiesen mantenido en proporciones manejables. ¿Por qué, entonces, no se siguió esa trayectoria?

(viii) Las respuestas son varias pero todas muy duras: quienes se beneficiaban con la concentración no quisieron resignar privilegios sino ejercerlos a pleno; la codicia desaforada se apoderó de grandes corporaciones, de especuladores, de quienes saltearon regulaciones con la impunidad que da el desmedido poder, el control del Estado y de las propias decisiones estratégicas. ¿Cómo lo hicieron? De muchas formas: subordinando a otros actores a través de la fuerza, el cohecho, la compra de voluntades; tomando el control de la política económica y de formadores de opinión imponiendo así su particular visión de la agenda política y económica en casi todo el mundo; financiando usinas de pensamiento estratégico que justificaron ideológicamente sus intereses; destruyendo diversidad y haciendo valer la supremacía de sus recursos e influencias; alineando en su favor otros intereses menores de servidores y amanuenses.

(ix) ¿Tan espantosamente sencillo, lineal, directo, fue el proceso que terminó imponiendo la primacía casi universal de la concentración económica con su correlato político, mediático, ideológico? No; nos estaríamos engañando si creyésemos que con unos pocos párrafos podríamos caracterizar todas las relaciones causales y toda la diversidad de actores que participamos, con mayor, menor o ninguna conciencia, de varios procesos simultáneos que se influyeron entre sí y, algo para no olvidar, que adquirieron singularidades de acuerdo a las particulares circunstancias de cada situación y momento.

(x) ¿Qué otros aspectos impactaron fuerte? Desde lo económico hay muchas otras variables intervinientes [[Por más que haya interesados en presentar la economía como un misterio o una ciencia dura (ocultan intereses y escamotean hechos), en verdad no lo es: sí es un espacio complejo, pleno de condicionantes ambientales y tecnológicos, pero está determinado socialmente por quienes tienen capacidad de incidir en las decisiones.]]: la concentración económica no se da en abstracto sino que se expresa en actores concretos que eufemísticamente se los llama los “mercados”. “Los actores más poderosos en los mercados son los fondos de inversión que administran activos por 18 billones de euros: el 55% de esos recursos provienen de ahorristas de los Estados Unidos, el 32% de europeos y sólo el 13% del resto del mundo [[La mayor gestora de fondos es Blackrock que maneja recursos equivalentes a dos veces el PBI de España.]]. Le siguen en importancia los fondos de pensiones (jubilaciones) que manejan cerca de 14 billones de euros. Luego están los fondos soberanos creados por países con superávit fiscal; los principales son de Abu Dhabi, Noruega, Arabia Saudita, China, Kuwait, Singapur y Rusia, que administran 2,5 billones de euros. Luego vienen los influyentes hedge funds o fondos de alto riesgo que, si bien manejan activos por un billón y medio de euros, utilizan apalancamiento de deuda y derivados que les permite multiplicar varias veces su impacto real en los mercados: sus agresivos propósitos y altamente especulativas estrategias suelen generar fuertes focos de inestabilidad acompañados de corridas y pánico”[[Información recopilada de varias fuentes por David Fernández del diario El País de España y presentada sucintamente en su edición del 4 de agosto del 2011.]].

(xi) No sólo la magnitud de recursos que administran este puñado de actores es fenomenal sino que la forma como se gestionan es terrorífica: los objetivos que persiguen, reflejados en sus criterios de inversión, generan inestabilidad sistémica. Es que cada fondo es conducido por administradores profesionales que reciben un mandato de maximizar beneficios ponderados por los riesgos que asumen. Esto condiciona la asignación de sus cuantiosos recursos a una esperada rentabilidad y no a otros intereses u objetivos. Tanto es así que si el gestor de un fondo no obtiene la rentabilidad esperada no es premiado con los generosos bonos por “éxito” que estos funcionarios usualmente reciben. De este modo y con pocas honrosas excepciones, queda el mundo a merced de gestores orientados por el afán de lograr resultados pero sin obligación de considerar las consecuencias de su accionar sobre el conjunto social ni el sistema que los privilegia. Estamos en presencia de burocracias entrenadas y alentadas a especular; compensadas en función de logros financieros de corto plazo; que ni miden ni consideran los efectos colaterales de sus decisiones.

(xii) Esos fondos (el núcleo duro de los “mercados”) no sólo recolectan ahorros de sectores afluentes sino también de sectores medios que, por su gran número, pesan fuerte. Lo trágico para estos pequeños y medianos ahorristas (ansiosos de obtener los más altos retornos posibles) es que sus dineros son canalizados hacia colocaciones que, en presencia de una crisis y traspasados los primeros límites donde sucumben los más débiles, terminan generando inestabilidad sistémica que atenta contra sus propios intereses.

(xiii) Pero tampoco con estos agregados se describen todas las causas generadoras de las crisis. Otra de la mayor importancia es el desvío del consumo hacia un consumismo irresponsable que, con la complicidad de corporaciones y sus publicistas, utiliza despiadadamente recursos naturales no renovables o de difícil renovación, produce residuos y combustiones que contaminan el medio ambiente, generando procesos de alcance planetario (calentamiento global, erosión, pérdida de acuíferos, entre otros) de efectos incalculables.

(xiv) También el desarrollo científico y tecnológico juega un rol preponderante en las crisis: por un lado, aporta avances espectaculares que inciden sobre la calidad de vida de la población mundial nunca antes vistos en la evolución de la humanidad; por otro, buena parte de ese desarrollo científico y tecnológico acelera el proceso de concentración económica, la destrucción del medio ambiente, la alienación existencial, la capacidad de destrucción militar. Como sucede con todo conocimiento, el impacto de la ciencia y la tecnología sobre nuestras vidas depende de quienes controlan su orientación y aplicación. Si, por ejemplo, quienes tienen el poder económico para controlar la investigación médica deseasen no resolver una enfermedad para asegurarse el lucro de seguir vendiendo los medicamentos registrados que producen, ocultarán o represarán sus hallazgos hasta que les convenga; de igual modo, si los complejos industriales fabricantes de sofisticados armamentos [[De acuerdo con cifras del Departamento de Defensa de los Estados Unidos, sólo las guerras de Iraq y Afganistán tuvieron un costo 9.700 millones de dólares mensuales. ]] necesitasen seguir contando con espacios de “mercado” que compren lo que producen, pues oscuras influencias seguirán convergiendo para ayudar a desestabilizar áreas de por sí conflictivas. Esta orientación del desarrollo científico y tecnológico hacia objetivos que no contribuyen a construir desarrollo justo y sustentable no se da sólo en el plano de la salud y el armamentismo sino en todos los frentes de la actividad humana: desde la producción de semillas hasta la generación de energía, el transporte, la educación, el abuso de lo desechable, y la lista se extiende hasta donde seamos capaces de identificar el buen o mal uso de la ciencia y la tecnología. Por cierto que no se trata de bloquear el desarrollo científico y tecnológico sino de orientarlo con firme determinación hacia el bienestar de los pueblos y la preservación del planeta.

(xv) Mientras angustia a los afluentes la crisis que creen es sólo financiera y los medios llenan sus espacios con titulares que interesan, asustan y paralizan a sus audiencias, tan sólo en Somalia de mayo a julio de este 2011 murieron de hambre 29.000 niños menores de cinco años. Puede entenderse, aunque es absolutamente inaceptable, la desproporción de las preocupaciones que movilizan o paralizan a unos y otros. La desigualdad, la pobreza, el ninguneo político de las mayorías, la opresión comercial, la descarnada especulación, pareciera que corriesen por cauces separados pero no es así. Si sorprendieron las virulentas explosiones en el mundo árabe, en Grecia, en Londres, en Madrid, en Chile, y en tantos otros lugares menos reconocidos, qué creemos que pasará cuando algunas de esas aguas converjan sobre las mismas orillas.

(xvi) Ante una crisis, países, corporaciones y personas procuran transferir a otros el costo de esa traumática situación. Es obvio que los más poderosos tienen mayor capacidad para descargar sus propias responsabilidades. De ahí que los menos poderosos se movilicen para proteger sus amenazados intereses. Ni el pánico ni una mirada azorada ayudan. Es en el fragor de la crisis que se toman cruciales decisiones. Soluciones orientadas a “rescatar” a quienes han sido timoneles del desastre descargan sobre los más débiles el peso de una restauración que restablecerá dinámicas semejantes a las que generaron la crisis. Hoy la opción es transformar no restaurar.

(xvii) Cualquier transformación necesita partir de lo que existe y no destruir logros que tengan valor; sólo que es imprescindible establecer nuevas reglas de juego que posibiliten ajustar el rumbo sistémico hacia un desarrollo más justo y sustentable.

(xviii) No es menor el desafío: habrá que elaborar un recto pensamiento para poder asegurar un recto proceder. Será necesario comprender lo que sucede ya no desde la perspectiva de los privilegiados sino de la justicia social y de una democracia plena mucho menos imperfecta de la que rige en la mayoría de países. Habrá también que renovar los liderazgos que no estén en capacidad o voluntad de dar paso y conducir las impostergables transformaciones.

Es verdad que el mundo arde, que las realidades son complejas y que los desafíos ni son pocos ni simples. Pero de eso se trata. También hay talento, determinación, prudencia, vigor para ir adelante. Estamos en el umbral de un mundo necesitado de transformarse y éste el momento para hacerlo cuando la lava aun no ha cristalizado. Toca poner lo mejor de cada uno para ajustar el rumbo hacia una más sustentable, justa y compasiva utopía referencial. Esta épica marcha no es nueva; llega desde épocas remotas cargada con las imperfecciones y perfecciones de la naturaleza humana. Sólo que hoy los convocados para avanzar somos nosotros.

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