El cambio tecnológico y la acumulación del capital han generado personajes todopoderosos que no son jefes de estado. Su emergencia no es casual. Es el producto de varias décadas de la globalización y de sus contradictorios efectos. Como toda institución humana, el estado ha tenido un origen y tendrá su fin. Ha durado tres siglos, pero no es eterno. Por el momento se percibe su marchitamiento, pero todavía no su reemplazo. Hoy trata, sin mayor éxito, de controlar el desempeño anárquico de esos paladines y sus empresas, amén de otras fuerzas oscuras.
Elon Musk, Jeffrey Bezos, Mark Zuckerberg, Bill Gates entre otros, hoy son personajes casi míticos: una versión nueva y exagerada de Citizen Kane, la célebre película protagonizada por Orson Wells (1941). En la ficción cinematográfica (basada en la vida del magnate de la prensa William Randolph Hearst), el personaje hace carrera en la industria editorial. Nace del idealismo y del servicio social, pero evoluciona hacia una implacable búsqueda de poder, Aun así, su gran poder queda enmarcado por su estado nacional –los Estados Unidos—y debe contemporizar con él.
Los personajes que aquí cito son de carne y hueso. Son gigantes modernos. Su poder financiero supera al de muchos países, su dinamismo empresario tiene pocos antecedentes, y están en la vanguardia del cambio tecnológico: redes informáticas y sociales, fuentes de energía, desarrollo espacial, vehículos autónomos, inteligencia artificial. El lema de uno de ellos los retrata: “muévete rápido y rompe cosas.” Su compromiso político y su lealtad nacional son fluidos. En algunos casos, como el del Sr. Gates, son ogros filantrópicos. Para ellos los países son sólo zonas de inversión y muchos se han vuelto súbditos dependientes.
Daré un ejemplo. Desde fines de la segunda Guerra Mundial la superioridad de los Estados Unidos como potencia hegemónica estaba garantizada por el empuje del estado a la industria nacional en lo que el presidente Eisenhower, alarmado, llamaba el “complejo militar-industrial.” Hoy el estado pide ayuda y permiso para usar cohetes e instalar satélites a la empresa X del Sr. Elon Musk. Es una inversión de las relaciones de poder y por lo tanto afecta a todo el sistema geopolítico.
Ya en pleno siglo 19 Carlos Marx afirmaba que el capitalismo moderno desconoce las fronteras. Su compañero de ruta, el empresario Federico Engels, se atrevía a predecir que, con el avance de la clase obrera y la futura socialización del capital, el estado se haría innecesario y terminaría esfumado.
Sin embargo, no fue así. Desde fines del siglo y en particular con el canciller de una nueva nación – Bismarck en Alemania– el estado se impuso sobre el capital. Lo estimuló, pero con condiciones; lo moldeó, lo corrigió de sus excesos, y lo sometió a una política social redistributiva. En las crisis periódicas de la economía capitalista, el estado salvó al capital, pero lo sujetó y le impuso límites. El capitalismo dejaba de ser apátrida como pensaba Marx, y el socialismo, al contrario de lo que soñaba Engels, se haría nacional y apoyado por un fuerte estado.
Es sólo hoy, en el siglo 21, que el estado se encuentra, por arriba, por abajo, y por los cuatro costados, rezagado. Para dar algunos ejemplos podemos citar una nota del periódico Clarín en la que señala una confrontación reciente entre Elon Musk y el estado brasileño:
“Tras idas y venidas, la Suprema Corte de Justicia tuvo que suspender las operaciones de X [la empresa de Musk, antes Twitter] en ese país por negarse a cumplir órdenes judiciales. Además, el magnate es investigado por obstrucción a la Justicia, organización criminal e incitación al crimen por negarse a bloquear una serie de cuentas que viralizaban fake news.” Y también observa ese artículo la creciente tensión entre las grandes compañías mediáticas y la Unión Europea.[1] En esta pugna sólo los estados más grandes, o los bloques de estados como la Unión Europea son capaces de hacer frente a los nuevos monopolios tecnológicos y sus poderosos condotieros[2]. Pero la pelea es desigual para la mayoría de los estados que se ven superados por los monopolios de plataforma y los flujos financieros, y su resultado es incierto también para los grandes estados.
Vayamos a las raíces sociológicas de este tema. En su monumental obra Economía y Sociedad, aparecida póstumamente en 1922, Max Weber define el Estado como «una organización política de carácter institucional y continuado.» Es un tipo particular de organización social, caracterizada por el elemento de la territorialidad y por la existencia de un órgano administrativo que monopoliza el uso legítimo de la violencia física. El Estado era para Weber la más alta organización del poder en la tierra. En términos de geopolítica, Weber concebía un espacio mundial donde las naciones luchan en un orden que es siempre de conflicto latente o explícito. El Estado es la piedra angular de las teorías realistas de relaciones internacionales, al estilo de Weber, Kissinger y Mearsheimer. La lucha y el conflicto son permanentes e implacables, y siempre entre estados.
Hoy todo eso está cambiando.
El Estado está dejando de ser la más alta organización de poder en la tierra. Ya no es más un receptáculo cerrado sino un colador, por donde se filtran guerras asimétricas, redes terroristas, redes de narcotráfico y de tráfico de personas, organizaciones criminales, y redes bélicas de poder y violencia al estilo del llamado estado islámico, que no es un estado sino un movimiento de conquista de carácter religioso extremo. El poder en el mundo es cada vez más difuso, fragmentado, y sobre todo des-territorializado. El mismo concepto de soberanía es, a mi juicio, ya obsoleto.
Hace ya bastante tiempo que el gran capital se ha fugado del control nacional y se mueve con facilidad entre guaridas fiscales y de inversiones abiertas o disfrazadas por doquier. La evasión fiscal es parte normal del comercio internacional. Así como el capital escapa de las fronteras, también poblaciones enteras de seres desplazados, de refugiados, de migrantes climáticos y/o económicos tratan de hacerlo, pero con mucha dificultad (al final de la Segunda Guerra Mundial hubo 40 millones de desplazados; hoy se declaran 60 millones, pero en realidad se acercan a los 100).
Frente a todas estas “fugas” más allá de su control, el estado está librando una lucha de retaguardia –en la mayoría de los casos por derecha—para “contener” la inmigración ilegal, la fuga impositiva, la mezcla étnica, y los movimientos igualitarios. Es en este sentido que interpreto la tendencia actual a desistir de la democracia a favor de estados autoritarios, o en forma más sutil a favor de “democracias plebiscitarias con jefes carismáticos.” Mas que un retorno del Estado en su acepción clásica, veo en ellos un gesto desesperado.
En resumidas cuentas, me propongo repetir lo que sostuve en un numero anterior de esta revista. El Estado esta siendo superado en sus dimensiones básicas, a saber:
(1) Pérdida del monopolio de la violencia
(2) Debilitamiento fiscal
(3) Erosión de la legitimidad
(4) Desafíos a la soberanía
(5) Fragmentación institucional
Para un análisis pormenorizado de lo que está sucediendo propongo al lector referirse a un artículo disidente del consenso mediático contemporáneo por alguien que a mi juicio piensa bien y en forma independiente desde su residencia en Delhi. En 2018 Rana Dasgupta publicó un diagnóstico cuyos lineamientos generales comparto, y que vale la pena ponerlo al día. En el periódico independiente inglés The Guardian lo tituló “The Decline of the Nation State”.[3]
Mas allá de los intentos desesperados de recuperar un pasado que no volverá (el caso de seudo estadistas como Trump, Orban y Putin), frente a la anarquía contemporánea, el mundo espera una superación distinta y superior. A falta de un verdadero gobierno mundial, sólo una sociedad de estados (más cercana a la visión de Woodrow Wilson que a las Naciones Unidas de hoy día), tal vez por bloques en su comienzo (un bloque europeo, un bloque asiático, un bloque africano y un bloque que incluya a nuestra América), podrá poner un orden más justo al desorden actual. Los estados que los compongan serán algunos democráticos y otros autoritarios, pero en sus diversos conjuntos serán más capaces de enfrentar los desafíos sociales y climáticos y pacificar la existencia.
[1] Ver https://www.clarin.com/opinion/versus-tecnologicas_0_FhJLUBPA2j.html
Recientemente la Corte Suprema Europea en última instancia falló en contra de Google y Apple en sus apelaciones. Estas grandes compañías deberán pagar muchos millones en impuestos y penalidades por su accionar pasado en Europa.
[2] En su origen los condotieros eran caudillos mercenarios al servicio de las ciudades-estado italianas desde finales de la Edad Media hasta mediados del siglo XVI. Son una figura de poder anterior al estado nacional moderno, fundado en Europa en el siglo XVII.
[3] https://www.theguardian.com/news/2018/apr/05/demise-of-the-nation-state-rana-dasgupta. Espero la publicación de sus tesis en un libro mayor, titulado After Nations, anunciado por la editorial Collins en Londres y a salir en 2025.
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