Cuando tratamos de suprimir los conflictos o hacerlos desaparecer, a menudo terminamos renunciando a valores importantes, perdemos integridad, acentuamos condiciones opresivas, no tenemos en cuenta los problemas subyacentes más profundos que crearon y mantuvieron el conflicto, y desalentamos cambios esenciales.El deseo de paz no es siempre un deseo de encontrar soluciones. A veces bajo la apariencia de tener buena voluntad para enfrentar un conflicto, yace un deseo de suprimirlo, que simplemente se vaya. Surge entonces el peligro que individuos y regímenes brutales, agresivos, manipuladores, consideren cualquier búsqueda de solución, deseo de negociación o apertura al diálogo como un signo de debilidad e incluso de rendición.
Sin embargo la verdad es lo opuesto. La resolución de conflictos no nos exige renunciar a una defensa apasionada, a una oposición fundada en principios o inclusive a una resistencia no violenta. Las consecuencias positivas de un conflicto, que incluyen un aprendizaje, cambios, mejores soluciones y relaciones enriquecidas, solo ocurren cuando tomamos al conflicto como un maestro y como un indicador de lo que no está funcionando bien. En este sentido el conflicto es simplemente el ruido que hacen las fisuras de un sistema.
Una resolución genuina implica eliminar las fuentes sistémicas del conflicto, buscando cambios preventivos y transformacionales y procurando trascender las causas crónicas del mismo dentro de nosotros mismos. No significa callar o ser neutrales sino comprometidos y audaces.
El precio de la supresión y del acuerdo
La antropóloga Laura Nader ofrece una crítica a esta resolución alternativa de disputas arguyendo que induce a la pasividad, “canjea justicia por armonía” y busca la pacificación más que la paz. Efectivamente, hay formas de resolución de disputas y “solucionadores” de conflictos individuales que, por temerle al conflicto, perseguir ganancias y privilegios personales o carecer de sensibilidad ante el sufrimiento de otros, están dispuestos a promover la paz a cualquier precio.
Hay dos razones fundamentales para querer resolver conflictos, que llevan a dos métodos y enfoques de resolución muy diferentes. En primer lugar, podemos tenerle miedo al conflicto, a expresiones de enojo y confrontación, y querer entonces evitarlos, minimizarlos o suprimirlos. Por otro lado, podemos anhelar tener oportunidades de crecimiento, de aprendizaje, de resolución y de transformación, que se abren plenamente tan solo cuando involucramos a nuestros enemigos en un esfuerzo por comunicarnos, escuchar, dialogar, resolver problemas y negociar diferencias.
El primer abordaje busca pacificar o aplacar a la oposición sin descubrir o corregir las razones subyacentes de la disputa y se orienta al acuerdo sólo por el acuerdo mismo. El segundo enfoque busca un más profundo nivel de empoderamiento y comprensión mediante una comunicación honesta acerca de las fuentes de la disputa, permitiendo a las partes decidir cómo y si finalizarla. El primero crea acuerdos temporarios; el segundo, soluciones duraderas. El primero conduce a una aceptación con resentimiento, a un enojo reprimido, a revuelta y revolución; el segundo, a una participación conjunta, a una colaboración, a reconciliación y cierre.
Quienes adoptan el segundo enfoque reconocen que el involucramiento basado en principios y la oposición fundada en valores no son destructivos, fútiles o debilitantes. Se oponen a conductas innecesariamente hostiles, combativas, generadoras de enemigos violentos, que confunden la persona con el problema, reemplazan el diálogo con una pretensión de superioridad moral y magnifican el odio.
La supresión de conflictos lleva a la tolerancia del mal y a la aceptación de la injusticia, lo que es en sí mismo represivo. El temor al cambio, al conflicto, a la oposición, a defender lo que uno considera que está bien, a exigir lo que uno necesita, a articular aquello en lo que se cree, ya sea dentro de las familias, organizaciones o sociedades, conduce a la pérdida de integridad y a la destrucción de valores humanos.
Mientras no nos involucramos activamente en eliminar el conflicto o se niegan sus causas subyacentes, un acuerdo tiende a acallar la indignación e instaura –con civilidad- una paz superficial. Este tipo de acuerdo suprime el conflicto mediante un sistema que se reproduce a sí mismo. Aquellos que buscan un acuerdo y no una solución ignoran las razones subyacentes del conflicto, silencian voces que claman por ser escuchadas e impiden cualquier proceso de transformación. Aquellos que buscan suprimir el conflicto se conforman con medidas a medias, sofocan las ideas honestas y los sentimientos verdaderos, y socavan los valores que están en la base del proceso. El acuerdo es así una forma pasiva de supresión, y la supresión una forma agresiva de acuerdo. En este sentido, el acuerdo acepta el superior poder de suprimir y la inferioridad de lo que se calla.
Aquellos que promueven la supresión y el acuerdo a menudo consideran al conflicto como un mal innecesario. En cambio, aquellos que promueven su resolución reconocen la inevitabilidad del conflicto y su potencial para generar resultados positivos. Esto exige equilibrar el poder de negociación de las partes involucradas, traer a la superficie por completo las preocupaciones de fondo, alentar que las partes consideren como propios los resultados, negociar colaborativamente y corregir los sistemas y no a las personas.
La mayor parte de los cambios positivos de nuestras vidas tienen relación con haber atravesado conflictos y no con haberlos suprimido o tan sólo haber acordado sin resolverlos. Toda mejora importante lograda en materia organizacional, social, política y económica, desde la igualdad racial hasta la democracia, se logró no a través de evitar los conflictos sino de involucrarse en ellos. El Dr. Martín Luther King, Jr. declaró con precisión: “Nuestras vidas comienzan a terminarse el día que callamos acerca de las cosas que importan”. Nos recuerda que la resolución de conflictos es parte de una empresa humana mayor sobre la que no podemos ser neutrales o mantenernos callados. El silencio frente al sufrimiento presagia la muerte de la solución propuesta, de las relaciones, de la colaboración, de la integridad y de la comunidad.
En lugar de coaccionar, manipular, conciliar o abdicar, en las mediaciones estimulamos a la gente a ahondar aún más. En vez de forzar la realidad, valoramos la singularidad, la diversidad y el enfrentamiento de opuestos. Al mismo tiempo, destacamos la unidad de estos opuestos, el todo que vincula a partes dispares. La resolución de conflictos refleja así una “conciencia de la especie” y una “regla de oro”. Revela el territorio de nuestra interrelación, la importancia nuclear de las relaciones, la humanidad de nuestro enemigo y por ende la nuestra también.
Opinion Sur



