Sufren unos, lucran otros

Mienten quienes dicen que la crisis la sufrimos todos. Algunos no sólo no la sufren sino que lucran con ella. Y lo terrible es que quienes lucran han sido responsables directos o indirectos de esta crisis que golpea a los países afluentes de Occidente y repercute sobre el resto del mundo.

Mientras la desocupación alcanza niveles dramáticos en Europa (un cuarto de la población desocupada en España y en Grecia; más de la mitad de los jóvenes de esos países desempleados), los grandes grupos financieros ganan fortunas especulando inmisericordemente contra los países en problemas; evadiendo además impuestos más necesarios que nunca para enfrentar la debacle. El capital financiero se ha apoderado del timón de la economía global imponiendo un feroz ajuste que sólo a ellos sirve; castiga a sus propios pueblos como lo ha hecho historicamente con las poblaciones del Hemisferio Sur. Mientras la crisis disparó a niveles insostenibles los intereses que pagan Italia, España y Grecia por colocar sus títulos de deuda, Alemania se financia con tasas de casi el cero por ciento con lo que ahorra en plena crisis europea unos 10.000 millones de euros al año. Por su parte, quienes producen bienes y servicios de lujo obtienen jugosos beneficios ya que ese segmento del mercado se ha tonificado como nunca. Es que la concentración de la riqueza y de los ingresos se ha acelerado alcanzando niveles inauditos: los privilegiados se han hecho mucho más ricos mientras que el resto, las inmensas mayorías, van con la pena, el sufrimiento y la indignación.

Este proceso de concentración es global por su alcance geográfico y por la forma de operar y los mecanismos que se utilizan. Así, por ejemplo, (i) en aquel «lejano» y hoy más cercano Oriente sucede que en cinco años los millonarios de Singapur se duplicarán respecto a 2010 y los de China se triplicarán; (ii) en el mercado internacional de alimentos básicos suben sostenidamente los precios mucho menos por el aumento de demanda que debido a la especulación que realiza el capital financiero lo cual compromete a países enteros con hambrunas y desnutrición. Y si esto no alcanzase para sublevar conciencias, quede explicitado que los que lucran desaforadamente suelen operar en el delito, la corrupción y sin responsabilidad tributaria que exprese algún grado de solidaridad con los que menos tienen (véase entre miles de casos el denunciado mientras esta Nota se escribía y consta en pie de página en uno de los artículos de esta edición).

Duele todo esto pero ya sabemos que sólo la indignación o una mirada azorada no sirven. Toca movilizarse como está ocurriendo en varios países para adoptar otras trayectorias que las que se han impuesto en Europa: no más ajuste ni concentración sino un rumbo sustentable y transformar la forma de funcionar.

Cordial saludo,

Los Editores

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