¿QUO VADIS AMERICA? Irrupción de la DPL:  Democracia plebiscitaria con liderazgo autoritario

Las elecciones norteamericanas del 2024 no fueron el comienzo del fin de la crisis social y política que aflige al país (desigualdad, insatisfacción y resentimiento = polarización) sino el fin del comienzo de un posible caos peor. Entramos en una nueva era. Hay varios escenarios posibles, pero ninguno es halagüeño.

Las elecciones norteamericanas de 2024 han puesto en vigencia la tesis de Max Weber sobre el desliz democrático en las sociedades modernas –de una democracia representativa republicana hacia una democracia plebiscitaria con líderes autoritarios.  Según Weber se trata de un tipo de dominación carismática, donde el líder ejerce control a través de la devoción y confianza personal de sus seguidores, más que por estructuras institucionales. Depende del apoyo popular directo.  No es una forma de gobierno en sí misma, sino una transformación de los partidos políticos (y hasta su desaparición) impulsada por el sufragio extendido. Weber pudo vislumbrar el auge de este cambio, pero no vivió para verlo.  Por lo tanto, no pudo investigar su dinámica, sus ventajas y sus peligros.  Nos toca a nosotros hacerlo. Comenzaré con la imagen de dos gorras y una digresión latina.

Hoy                                                

 ¡agitación!                                    

Mañana

¿conducción?

Non ducor, duco es una expresión en latín que significa “No soy conducido, conduzco.” Podría parecer que proviene como tantas otras expresiones, de la antigüedad romana.  Sin embargo, su origen es más modesto y reciente.  Se trata del lema de la ciudad de São Paulo adoptado en 1917 y creado por dos poetas brasileños para simbolizar la capacidad de esa metrópolis para guiar y no ser simplemente conducida por otros.  Quedó así grabada en su escudo.


En la Argentina bien pudo haber sido el lema de Juan Domingo Perón (apodado “gran conductor”), cuyo libro Conducción política (1952) es el manual de su propia interpretación de Maquiavelo en la Escuela de Guerra. También sabemos que el título de Il Duce para designar a Mussolini proviene del mismo verbo latino.  La relación no es casual.  Perón se formó militar y políticamente en Italia, y Vittorio Mussolini, hijo del Duce, llamaba a la Argentina la patria di riserva.[1]

Los tiempos cambian, pero la simbología no tanto.  En toda época, las armas han sido insignias del poder.  En el escudo paulista el brazo guerrero empuña una clásica (arma mediana) que se remonta a la conquista de América y que era favorita de Hernán Cortés.  De la alabarda de los conquistadores a la motosierra de Milei cambian la tecnología y el contexto, pero no la pregunta básica de cualquier análisis político y geopolítico, a saber: ¿Quién manda?

En un artículo anterior sostuve que el mundo político y por ende geopolítico de hoy ha entrado en lo que llamé el “momento Maquiavelo”.  El gran florentino fue el fundador de una política realista que es importante en la actualidad.

La originalidad de Maquiavelo y su relevancia actual pueden resumirse en pocas preguntas que son guías para el análisis.  Repito: ¿Quién manda? Y después: ¿Cómo ejerce el mandato? ¿Quién le tiene miedo a qué?

En el Renacimiento italiano, la primer pregunta tenía por lo general dos respuestas: o República o Principado.  A veces, entre los dos modelos trascurría un episodio de anarquía o confusión, que podía desembocar en un golpe de estado.

Las elecciones presidenciales de los Estados Unidos en 2024 han puesto al país frente a esa misma encrucijada, no un bivio sino un trivio: república, autocracia, y anarquía. ¿Cuál de éstas entrará en vigencia, o mejor dicho ¿cuál será la combinatoria o la secuencia entre ellas?  En una república, el poder es compartido y es ejercido en forma equilibrada pero sin caer en la parálisis.  Esto es cierto tanto para una república oligárquica como para una república democrática.  En una autocracia, el poder es ejercido en forma centralizada y sin contrapeso, lo que le da una eficacia inicial pero luego también fragilidad porque los errores estratégicos  no se corrigen sino se potencian. Para volver al lema de este artículo, república y autocracia son dos maneras de ejercer el duco.  La anarquía, en cambio es el reino del ducor, es decir, del descontrol. ¿Y la democracia, es decir el poder del pueblo?  En el primer caso éste participa y elije a través de representantes legítimos.  En el segundo caso sus opciones son la adoración, la sumisión, o la subversión. Allí se ubica el populismo actual con todos sus matices.  En el caso de la anarquía, hay exceso de participación pero sin dirección. In extremis se llega a la guerra civil.

¿Quo vadis America?  

Vayamos por partes para considerar escenarios posibles.

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La primera constatación que cabe hacer es que, ya antes de las elecciones sabíamos que triunfara quien triunfase en la contienda electoral, la crisis de la democracia se iba a acentuar.  En el caso de un triunfo de Harris, la democracia norteamericana hubiera seguido su curso de interregno con crecimiento económico por sectores, una cierta redistribución del ingreso, pero también con un continuo resentimiento popular y continuidad del movimiento trumpista o pos-trumpista, con una posible insurrección. La satisfacción de las elites con la “macro” se contrasta con la bronca de una mayoría silenciosa con la “micro.”  En las elecciones fue esta bronca la que prevaleció.  Ya existen algunos estudios sobrios sobre este fenómeno.  Los mejores son los que se centran en un análisis de clase.[2] 

La bronca es un fenómeno propio a una clase social (o importantes estratos) en movilidad descendiente.  Genera un populismo reaccionario, típico, como sostenía Gino Germani, de movilizaciones sociales secundarias.  Aquí reside la diferencia entre el populismo de Trump y el de Perón.  Este último dirigió una movilización primaria optimista –es decir esperanzada entre quienes hasta entonces no habían participado en el sistema y ahora se veían incluidos (los nuevos obreros).  El populismo de Trump en cambio, es una movilización secundaria de quienes estaban ya en el sistema y ahora se ven desplazados o rezagados.  Es una movilización pesimista y enojada.  En el caso norteamericano, esta reacción o reaccionarismo popular también se distingue del fascismo clásico europeo, en el que la bronca o indignación cundía en la clase media baja (para los marxistas, la pequeña burguesía).  En el caso norteamericano, cunde entre sectores de la clase obrera (tanto blanca como negra como hispana), que sienten y actúan como otrora lo hacía la clase pequeño burguesa.

Con el triunfo de Trump habrá una ofensiva directa a varias instituciones  de la república (la prensa, el poder judicial, las garantías individuales y grupales del disenso y la protesta, las universidades, organizaciones no gubernamentales, etc.), como ha sucedido en otros países (la India, Hungría, Polonia) donde una segunda administración autoritaria se hizo más dura y represiva que la primera. La anunciada deportación en masa de inmigrantes indocumentados encontrará resistencias, pero su corte ideológico (tipo gobierno de Vichy en Francia, o tipo leyes raciales de Mussolini en Italia) se hará evidente. Implicaría, entre otras cosas el establecimiento de campos de concentración por primera vez en la historia norteamericana desde la internación de personas y familias japonesas durante la Segunda Guerra Mundial. Peor aún, éstos centros de internación podrían tener un uso político ulterior, como sucedió en Europa y América del Sur en los años treinta.

Una pregunta pertinente es si el trumpismo (para evitar por el momento la palabra fascismo porque se ha vuelto un epíteto más que un concepto analítico) continuará en ascenso o no después de Trump, cuya edad avanzada y previsibles problemas de salud casi garantizan que deberá dejar el poder directo en un futuro a corto o mediano plazo. Como hay ciertas similitudes con el populismo histórico argentino (con las importantes salvedades antes indicadas), recordemos que Perón, al llegar al poder tenía 50 años.  Trump en cambio, tenía 70 al comenzar su primera presidencia y tiene 78 ahora.  Si cumple su mandato entero, tendrá 82 cuando deba abandonar la Casa Blanca de acuerdo con la Constitución.  Mas allá de este dato, recordemos que el peronismo sobrevivió la caída de Perón, sus 18 años de exilio, su regreso al poder, y más allá de su muerte a los 80 años, hasta hoy en dia.  ¿Sobrevivirá el trumpismo al propio Trump, a pesar de su celebrado “comeback” (que comparte con otros líderes como Benjamín Netanyahu)? Debemos fijar la mira en el vicepresidente Vance y en el partido republicano después de Trump. Aquí bien puede cumplirse la advertencia de Max Weber sobre la muy difícil transferencia del carisma individual.

Hemos dado una respuesta provisoria a cada una de las dos primeras preguntas de Maquiavelo: ¿Quién manda? y ¿Cómo ejerce el mando? Afrontemos ahora la tercera: ¿Quién le tiene miedo a que?

En la sociedad civil cundirá inicialmente la cultura del miedo.  Se intensificará la lucha que se viene librando desde la derecha y por muchos años para restablecer la antigua jerarquía racial y política norteamericanas frente a los avances en las luchas por derechos civiles y reivindicaciones raciales, de género, y de orientación sexual. El miedo y la paranoia son sentimientos característicos de la vida bajo una tiranía, y bajo el terror de estado, o su amenaza.[3] Provisoriamente podemos anticipar que continuará el miedo a la inflación de quienes hoy culpan a Biden pero no verán una mejora bajo Trump.  Su política arancelaria y proteccionista será inflacionaria.  Y también lo será el cierre de la inmigración. Intentará, pero sin éxito, la búsqueda de otros chivos expiatorios. Veremos.

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La segunda constatación se refiere por lo tanto a la política económica y sus consecuencias.  En este orden hubo tanto puntos en común como diferencias importantes entre los dos candidatos y las fuerzas políticas que representaron.

Los puntos en común entre los demócratas de Harris  y los trumpistas republicanos fueron dos: mantenimiento de altas tarifas a la importación de productos considerados estratégicos –sobre todo chinos—y re-industrialización con sustitución de importaciones.  Se trata en ambos casos de una retirada de la globalización librecambista  a ultranza típica del neoliberalismo anterior y su sustitución por una cierta autarquía con políticas mercantilistas[4]. Pero ahí terminan las coincidencias. 

Según el economista de mi alma mater (NYU) Nouriel Roubini, las diferencias son significativas en una serie de órdenes importantes: fiscal, comercial, climático o ambientalista, inmigración, y monetaria,  amén de la relación con China. Para él y muchos otros economistas, la agenda de Trump ha de causar inflación, reducirá el crecimiento económico (a causa de altas tarifas, depreciación de la moneda, y restricción de la inmigración), y causará un aumento explosivo del déficit del presupuesto.  Por el momento los mercados (sobre todo el financiero) no se han percatado de la seriedad de tales consecuencias.  Wall Street espera mayores ganancias y reducción de impuestos con Trump, por lo que sus gestores se hacen los sordos o los distraídos. Los grandes empresarios monopolistas se mantienen callados, con una excepción notable: Elon Musk, ardiente soporte del gran taita y tahúr de casinos. Su gran apuesta a favor de Trump le traerá grandes dividendos y hasta un puesto en el gobierno –a cargo de una “motosierra” marca Milei. Los dueños de periódicos de gran prestigio (es decir, de elite), The Washington Post y  Los Angeles Times[5], (tienen intereses asociados a contratos con el estado) han decidido no pronunciarse por ningún candidato (como solían hacerlo en elecciones anteriores), para evitar la ira de Trump cuando éste llegará a la presidencia.  Esta estrategia ha sido denominada de “sumisión preventiva.”[6] En el pasado había sucedido con la sumisión preventiva de los magnates alemanes Thiessen y Krupp frente a Hitler. Trump suena la trompeta de los libertarios mientras reduce la libertad de los que considera rivales u opositores, a quienes trata de enemigos.  Se propone usar el arma económica (y tal vez otras medidas represivas judiciales o extra-judiciales) para perseguirlos.[7] Los libertarios quieren desarmar el estado, excepto el aparato represivo. La libertad avanza, a veces con carros blindados.

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La tercer constatación se refiere a las consecuencias directas e indirectas en el campo geopolítico.  Allí  hubo algunas coincidencias y varias disidencias.  Ambos partidos mantuvieron la continuidad de su postura en Medio Oriente con el apoyo militar incondicional al estado de Israel, a pesar de opiniones opuestas en relación al castigo colectivo que ese estado inflige a los palestinos. Hubo una distinción en la retórica  agresiva frente a Irán, pero evitando una escalada de mayor envergadura. En los dos casos se trata de una distinción entre mayor o menor hipocresía. En todo caso no existe una estrategia razonable de largo plazo.  Por lo tanto habrá conflicto y guerra sine die en esa región. La cupla Trump-Netanyahu potenciará la “estrategia” del sionismo extremo de lograr extender el dominio judío a toda Judea, es decir el “Gran Israel”, a mi juicio (y el de altos mandos israelíes) desastrosa a mediano y largo plazo. Aumenta el peligro de una guerra abierta con Irán y de una proliferación nuclear en la región.

Con respecto a Ucrania la diferencia se ubicará en el matiz con que los EEUU apoyarán el congelamiento de hostilidades sin paz duradera, y en las concesiones mutuas entre Ucrania y Rusia que habrán de tolerar.  Sea como fuese, el “fin” de esta guerra no ha de superar el modelo de la guerra congelada que hoy existe en Asia entre las dos Coreas. Una estrategia más inteligente que la perseguida por Biden, Blinken y compañía hubiese ya impuesto un fin un poco más justo a la invasión rusa, con la Finlandia de Mannerheim como modelo (1939-41). Curiosamente en este tema Trump se ha mostrado más “realista” que la camarilla de Biden y Blinken. Los opositores de Trump que predicen una “entrega” de Ucrania a Rusia se equivocan.  Trump sabe muy bien que sería el equivalente de la entrega de Afganistán al Talibán por parte de Biden. Pero tal vez no le importe. Si la guerra sigue hasta que Trump asuma el mando el 20 de enero, Ucrania estará al borde de la rendición frente a la aplanadora rusa.

En general, en cualquiera de estos escenarios, los EEUU seguirán estando distraídos de su rivalidad principal con China.  Desde un punto de vista ideológico, el autoritarismo de Trump pondrá fin al “soft power” democrático del país en el mundo y estimulará el ascenso de la extrema derecha en más de un continente, siendo Europa y la OTAN las víctimas principales.  El eje Paris-Berlin, que fue el meollo de la Unión Europea, ya está resquebrajado y me temo el surgimiento en Europa de un “sálvese quien pueda” por derecha.

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¿Caos o conducción?

En lo interno: Si como sostengo, la gran crisis de la democracia norteamericana sólo ha comenzado, los días, meses, y años que seguirán a estas elecciones se han de caracterizar por varias crisis de gran envergadura: crisis constitucional –cambio en la relación entre los tres poderes, recorte de ciertas garantías, restricciones a la participación electoral y los derechos civiles (fin de la democracia representativa republicana);  crisis cívica, con un mayor ambiente  malsano caracterizado por el miedo, la paranoia y la apatía (paso de una ciudadanía participante a una masa de espectadores tipo hinchas de futbol con barras bravas y todo); y crisis de dominio internacional, campo en que el poderío estadounidense conducirá (duco) menos que antes y en cambio será en varios dominios reducido (ducor).

Sin embargo, del lado positivo, el triunfo electoral aplastante de Trump aleja el espectro de una guerra civil, que se hubiera vislumbrado con un resultado electoral muy estrecho, como predecían muchas encuestas y expertos de opinión. Pero no aleja el peligro de una tiranía.

En lo externo: Ejemplos notorios del ducor que se viene es la pérdida de iniciativa (a pesar de las bravuconadas) frente a otras potencias (Rusia, China) y la falta de estrategia frente a actores “truhanes” (rogue states) como Israel, Norcorea, Hungría, y otros varios que se sumarán a una pléyade de estados que a pesar de su escaso peso demográfico o económico, definirán la agenda geopolítica de los mayores.  En palabras de Churchill: son países que producen más historia que la que son capaces de consumir.  O en palabras criollas: son la cola que mueve al perro y no al revés, como debería ser. Veremos si Trump invierte esa relación malsana.

Estos son los desafíos de la democracia plebiscitaria con liderazgo autoritario. Para nosotros analistas es un momento de aprendizaje y de humildad.  Recordemos que cuando se acabó la Guerra Fría el experto Francis Fukuyama lanzo una tesis que se hizo famosa: el fin de la historia con el triunfo definitivo del Occidente liberal.  Para el entonces, el único problema a resolver en ese futuro pasible era el aburrimiento.  Hoy en cambio ni la historia ha terminado ni nos vamos a aburrir.  Por el contrario, y en el lunfardo porteño: “Agarrate Catalina que vamos a galopar.”[8]


[1] Ver Federica Bertagna, La patria di riserva. L’emigrazione fascista in Argentina, Roma: Donzelli, 2006.

[2] Para un análisis lúcido, leer la nota de David Brooks en The New York Times del 6 de noviembre de 2024, “Voters to Elites: Do you see me now?”.

[3] Los latinoamericanos conocen bien estos estados anímicos.  Ver al respecto Juan E. Corradi, Patricia Fagen y Manuel Antonio Garreton, eds., Fear at the Edge: State Terror and Resistance in Latin America, Berkeley: University of California Press, 1992.

[4] Esta política no favorece a la Argentina excepto si consigue una excepción bilateral con los EEUU de Trump, como premio a su alineación ideológica y militar bajo Milei.

[5] Ver la nota de David Remnick “Standing up to Trump, en The New Yorker, 11 de noviembre de 2024, pp. 17-18.

[6] Ver Timothy Snyder, On Tyranny: Twenty Lessons from the Twentieth Century, New York: Tim Duggan Books, 2017. El tema es tan antiguo como el panfleto de Étienne de la Boetie, Sobre la servidumbre voluntaria (1574). Mas recientemente ver Ivan Ermakoff, Ruling Oneself Out. A Theory of Collective Abdication, NC: Duke University Press, 2008.

[7] Para un análisis pormenorizado ver el artículo de Martin Wolff, “Trump is the man who would be King,” Financial Times, 30 de octubre de 2024.

[8] La expresión tiene su origen en los gritos del público “Agarrate Catalina” hacia una joven trapecista de circo en los años 40 en Buenos Aires.  Se refería también y por extensión a la  historia de la emperatriz Catalina de Rusia que era “ligera de cascos” en sus relaciones sexuales.

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