¿QUIÉN QUIERE GUERRA?

Máscara mortuoria de Friedrich Nietzsche y tapa de la edición original de La voluntad de poder

Hemos entrado en una nueva era geopolítica marcada por la crueldad y la mezquindad y por el recurso a la guerra con intereses desarrapados. Entre los principales poderes no existe ni voluntad de paz ni verdadera voluntad de poder –traducida como inteligencia estratégica a favor de la humanidad.

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A comienzos del 2024 pasé unos días en la deliciosa aldea de Sils Maria, en los Alpes suizos, al lado de St. Moritz y al sur de Davos.  Al abrigo de la nieve, pude visitar la casa de Friedrich Nietzsche, donde el enfant terrible de la filosofía occidental solía pasar algunas temporadas de verano.  En realidad era una pensión donde sus magros recursos le permitían alquilar una pieza.  Hoy es un museo que guarda la memorabilia del escritor.  Más tarde varias figuras notorias del temprano siglo 20 pasaron vacaciones en la aldea, entre ellos Hermann Hesse, Thomas Mann, y la desdichada Anne Frank en su niñez. Compré una copia en traducción inglesa, de El Ocaso de los Ídolos (Götzen-Dämmerung) y me dediqué a su relectura, muchos años después de haber ojeado el librito (versión española) en la lejana Buenos Aires de mi juventud. 

Los párrafos de El Ocaso son cortos y contundentes.  Más aun los aforismos.  Ambos se deslizan con frecuencia hacia el vituperio. Para Nietzsche la guerra era el ámbito donde el ser humano alcanza su mejor y más genuina expresión.  Así Nietzsche se ubica de lleno en la tradición que se remonta a la Grecia arcaica en nuestra civilización (la obra de Homero, en particular La Ilíada). No habría forma más auténtica de vida que la muerte dada y recibida por los guerreros. Frente a frente, cuerpo a cuerpo, son héroes y semidioses –todos machos, ya que las mujeres participan del combate sólo como botín o como diosas. 

El guerrero es el máximo libertario: egoísta y soberano, arriesga su vida, que al exaltarla la desprecia. Pero Nietzsche reserva un mayor desprecio –otro tipo de desprecio—para el bien pensante, el pacifista, el humanista de buenas intenciones, de amor al prójimo, que resume en la figura del “cristiano.”  En resumidas y groseras cuentas, es un ser auténtico aquel que busca la pelea –el terrible mano a mano de la lucha a muerte. El corolario de este pensamiento es el siguiente: la paz genuina no está en la rendición o el compromiso, sino en el don recíproco de grandes guerreros. Sólo es capaz de hacer la paz quien se ha distinguido en la guerra.  Para Nietzsche la verdadera paz surge de una decisión de los héroes de la guerra. 

En otro opúsculo titulado El caminante y su sombra, el filósofo vislumbra esa posibilidad de paz sostenible y duradera, que he citado en un artículo anterior y que versa (repito):

“Y quizá llegue un gran día en que un pueblo distinguido por guerras y victorias, por el más alto desarrollo de la disciplina y de la inteligencia militares y habituado a hacer los más grandes sacrificios por estas cosas, exclame espontáneamente: «Nosotros rompemos la espada,” y desmantele hasta sus últimos cimientos su organización militar. Desarmarse cuando se ha sido el más armado a partir de una altura de sentimiento, ése es el medio para la paz real, que siempre tiene que estribar en una paz de actitud; mientras que la llamada paz armada tal como hoy en día se da en todos los países es la cizaña de la actitud que desconfía de sí y del vecino, y a medias por odio, a medias por temor, no depone las armas. Mejor perecer que odiar y temer, y doblemente mejor perecer que hacerse odiar y temer: ¡ésta tiene que ser algún día también la máxima suprema de toda sociedad estatal singular!”                

Esta versión heroica de guerra y paz en la obra de Nietzsche hoy más que nunca me parece utópica.  La evolución tecnológica y organizativa de las sociedades modernas ha hecho de la guerra no un combate heroico (ni siquiera “clásico” en el sentido de Clausewitz) sino una guerra sucia. Citaré sólo dos datos que me parecen confirmar la suciedad de la guerra.  Uno es la preponderancia de guerras asimétricas, que no son luchas entre nobles guerreros a la Nietzsche sino entre invasores y resistentes, donde “todo vale” y no hay distinción entre justos y pecadores, combatientes y no-combatientes, civiles y militares, próximos y distantes, agentes e inocentes. Quien mata con un dron lo puede hacer a miles de kilómetros de distancia, frente a una pantalla, tomando café. En el terreno, frente a un niño que lleva una bomba, un soldado encara este dilema: si no lo mata es un imbécil, y si lo mata es un monstruo.               

El otro dato ilustrativo es la proporción de víctimas civiles y militares en las guerras recientes en comparación con las guerras del pasado.  En la época de Clausewitz (guerra clásica) la proporción era: 9 de cada 10 víctimas eran soldados, y 1 civil. En la actualidad la proporción es exactamente inversa: de cada 10 víctimas de guerra, 9 son civiles.[1] Se trata de las guerras “calientes” en curso, guerras civiles o guerras inter-estatales de carácter regional y acotado.  En cuanto a una guerra nuclear generalizada, hasta ahora no ha estallado a causa del temor que causa la posibilidad de la destrucción total de la vida en el planeta.  Esta es la espuria “paz armada” despreciada por Nietzsche.              

Si la evolución técnico-social ha relegado la “guerra noble” exaltada por Nietzsche a un museo, otro tanto ha sucedido con su concepto de la “voluntad de poder.” Hoy quienes promueven la guerra o la incitan no lo hacen como un soberano ejercicio del famoso Der Wille zur Macht sino por apetitos mezquinos o para evitar ser expulsados de un “poder” usurpado o ilegítimo. La voluntad en Nietzsche, en cambio, es firmeza en los propósitos, solidez en los planes a llevar hacia delante, ánimo ante las dificultades. Todo lo grande es hijo del esfuerzo y la renuncia. Quien tiene educada la voluntad es más libre y puede llevar su vida hacia donde quiera. Tal vez corresponda traducir el concepto como “deseo de superación“. Los mejores ejemplos no se encuentran en la esfera política, donde prevalece un ramplón “apetito de dominación” (que no es Wille zur Macht) sino en la esfera artística, en la energía creadora –la voluntad poderosa de un Michelangelo, o en la de un Bach, o un Shostakovich. Tal energía superadora se encuentra también en algunos líderes carismáticos y visionarios y hasta en algunos hacedores de imperios, desde Alejandro hasta Bonaparte, pero son minoría entre los autócratas.  En esos raros ejemplos la violencia y la guerra son parte de la energía creadora, no un recurso al que se recurre por defecto para satisfacer intereses mezquinos.              

No encontraremos hoy en el área geopolítica ejemplos de grandeza.  Por el contrario, en las altas esferas se multiplican las bajezas. Al contemplarlas me viene en mente el muy mentado y cómico insulto ideado por el Dr. Samuel Johnson (y repetido por Jorge Luis Borges) entre dos supuestos caballeros de otro siglo: “Señor, debo advertirle que su esposa, bajo pretexto de regentear un prostíbulo, hace contrabando de objetos robados.” Detrás de las frases grandilocuentes (o escandalosas como en el ejemplo citado) se esconden apetitos banales o sórdidos.  Allí se ocultan quienes ganan sumas grandes o pequeñas, y alguna porción de poder mundano.  No son héroes sino ladrones o coimeros. Hoy hasta las frases altisonantes se han gastado y han dado lugar a un intercambio de insultos con conceptos devaluados: entre otros, “derechos humanos,” “terrorista”, y “genocidio.” Con frecuencia son meros taparrabos. Esas palabras han perdido valor, igual que la moneda corriente que pierde valor en zonas de guerra.[2]

¿Quiénes quieren guerra?  En los EEUU, país que ha dejado de ser “indispensable” pero que continúa siendo “inevitable”, el complejo militar-industrial es el beneficiario principal de guerras donde mueren otros y el Pentágono vende mucho.  En Medio Oriente, los líderes de dos bandos (Israel/Hamas) provocan y luego prolongan una cruenta guerra para quedarse en el poder.  En Irán y sus satélites sucede otro tanto.  También China azuza y provee armas mientras pretende abstenerse.  En Rusia un régimen corrupto cuenta con la guerra (por ahora en Ucrania) para mantenerse: asesina adentro y afuera de sus fronteras, al por menor y al por mayor. La guerra es el río revuelto en donde esperan sacar ganancia inescrupulosos pescadores. Sólo bregan por la paz organismos internacionales que se ven reducidos a una penosa irrelevancia.              

A mi juicio estamos por entrar en una nueva era de la geopolítica, o de la historia mundial: una era reaccionaria que se muestra en conflictos armados por doquier y en el regreso de la autocracia en muchos países.               

Hace 232 años, con la Revolución Francesa el mundo ingresaba a una nueva época histórica, signada por la soberanía popular, el concepto que había avanzado Rousseau y era favorito de los fundadores de nuevas repúblicas en el continente americano. En 1792 los ejércitos de las potencias europeas opuestas a la revolución fueron vencidos en una batalla en la localidad de Valmy, bastante cercana a Paris. Con esa batalla se abrieron las puertas a la expansión de las ideas revolucionarias en todo el continente, impuestas por las armas. La noche de la derrota, el 20 de septiembre, junto al fogón de un campamento y ante los oficiales de la vieja Europa allí reunidos, el gran poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe, que los acompañaba, pronunció la famosa sentencia: “Aquí, y en el día de hoy, comienza una nueva época de la Historia Universal, y podréis siempre decir que estuvisteis presentes.”               

Con fecha menos precisa, en estos días de guerras en Oriente y Occidente también comienza otra nueva época, que recibimos con menos exaltación que Goethe y con mucha mayor aprensión: el regreso a la crueldad por parte de países e imperios, nuevos y arrogantes o viejos y tambaleantes, a la arbitrariedad despótica en vez del debate y la alternancia democrática, a una manera de hacer política que muchos siglos atrás era práctica corriente en el imperio romano[3]. Trump, Putin, Xi, Modi, Orban, los ayatolas, y tantos líderes más se sirven de la democracia (en su mayor parte capturada y desvirtuada por vía del populismo) para instalar autocracias.  Luego se sirven de la guerra o del asesinato para mantenerse en el poder. Es una gran restauración, y es mezquina.  En este retroceso, los que sobrevivan a la destrucción que se avecina podrán decir que estuvieron presentes en el nacimiento de esta nueva época oscura. Esperemos que no dure mucho ni produzca daños irreparables en el planeta.              

Entretanto, ¿cómo podría extenderse la guerra en Medio Oriente hasta llegar a una gran guerra regional o a una mundial (si se conecta con la de Ucrania)?  La clave está en el comportamiento de Israel e Irán con sus desbordes y en el próximo caos político de los EEUU.  Basta ojear el mapa del llamado “eje de resistencia”[4] para sacar una grave conclusión:

Si el mundo occidental (USA y Europa[5]) llega a definir a Irán como el epicentro de todos los conflictos en la región –cosa que ya está sucediendo– se alineará con los intereses del gobierno actual de Israel en un ataque mayor al país persa.  Lo que vendría después nadie lo sabe.  Pero las cosas están así: todos los poderes estatales o para-estatales están al borde de un precipicio, con algunos dispuestos a dar un paso adelante. La visión estratégica es escasa; la voluntad de paz: ninguna.  Es la versión geopolítica de la “tragedia de los comunes.”  Cada actor juega para sí, y el conjunto azorado vislumbra destrucción.


[1] Informe de las Naciones Unidas, 25 de mayo 2022 https://press.un.org/en/2022/sc14904.doc.htm

Para una visión histórica más larga, ver https://www.jstor.org/stable/23609808

Para la evolución de la proporción en el siglo 20 ver https://militaryhistory.fandom.com/wiki/Civilian_casualty_ratio

[2] Hasta la muy bien argumentada acusación de genocidio contra Israel por parte de la República de Sudáfrica pierde valor frente al notorio silencio de esa misma república frente a las masacres cometidas por otros estados en su propio continente. Por otra parte, al presidente de Sudáfrica la guerra de Medio Oriente le viene de perillas para distraer de sus problemas domésticos y recuperar algo de popularidad.

Para apreciar la sordidez del  poder en una potencia recomiendo el libro de Giuliano Da Empoli, El mago del Kremlin, Barcelona: Seix Barral, 2022.

[3] Ver el notable estudio de Mary Beard, EMPEROR OF ROME: Ruling the Ancient Roman World, NY: Norton, 2023, en especial el epílogo.

[4] La expresión se refiere a un tratado de seguridad antiisraelí entre Irán, Siria y el grupo chií libanés Hezbolá, que se enfrentó a Israel en 2006, con respaldo de iraníes y sirios. La alianza también incluye a Hamas y algunos grupos guerrilleros palestinos. Venezuela forma parte del Eje de la Resistencia en contra de Israel y Estados Unidos. (Wikipedia).

[5] La Unión Europea se enfrenta a un incómodo dilema: está muy cerca de los EEUU que la usa pero también la desprecia. En la expresión gauchesca, es como “un perro en cancha e’ bochas.”

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