Un mundo turbulento de esperanzas reducidas[1]
Después del neo-liberalismo y en la antesala del fascismo, la democracia occidental tan vapuleada ha dado señas de cierta resiliencia, pero no logra disipar los peligros que la acechan.
Los resultados de las recientes elecciones en el Reino Unido y en Francia han mostrado un panorama más halagüeño que el previsto por tantos analistas y comentaristas en el establishment mediático. Los ciudadanos de ambos países optaron por una corrección de curso de derecha a izquierda o mejor dicho, al centro-izquierda. La votación parecería confirmar el equilibrio pendular característico de la democracia liberal moderna en los países capitalistas avanzados.
¿Serán una excepción o el retorno a la media? En estadística, la regresión hacia la media es el fenómeno en el que, si una variable es extrema en su primera medición, tenderá a estar más cerca de la media en su segunda medición. Pero a mi juicio estos dos “mejores” casos no indican un retorno a la normalidad, sino un compás de espera.
Las reglas del juego electoral son distintas en los dos países (potencias nucleares medianas pero importantes) y en cada caso acotan los resultados.
En el Reino Unido, el que sale primero se lleva todo (first-past-the-post). De este modo, con un tercio de los votos, el Partido Laborista conquistó dos tercios de las bancas parlamentarias[2]. La sobre-representación del ganador no significa un desequilibrio del sistema, sino más bien lo contrario, demostrado una y otra vez en la historia política inglesa. Lo que preocupa es otra cosa, a saber: la pesada herencia de parálisis y fracaso administrativo de los gobiernos conservadores durante 14 años en total y en los 8 que siguieron al Brexit. En esos años, el conservadurismo inglés se dejó llevar por el impulso nacionalista y reaccionario que promovió el Brexit, bajo la dirección de agitadores y no de estadistas. Hoy ese partido está en ruinas y en camino a una recomposición (probablemente por extrema derecha, por razones que explico más adelante), algo que sucedió en los EEUU con la captura del Partido Republicano por Donald Trump[3]. Por el momento le toca al laborismo re-estabilizar el sistema y remendar el tejido social con una economía estancada y un estado roto, algo tan difícil como volver de hacer una tortilla a los huevos que la componen.
En Francia, el sistema de representación proporcional hace muy difícil lograr una mayoría sólida en la Asamblea legislativa, y conduce a coaliciones frágiles y repetidas –un equilibrismo que hace penoso gobernar y deslegitima a todo el sistema. Una cosa es frenar el avance de la extrema derecha y otra gobernar de manera sostenida. No conviene confiar demasiado en la eficacia de una línea Maginot[4], ni en la guerra ni en política.
Por su parte, en el país más importante del sistema occidental, los EEUU, el modelo de elecciones presidenciales indirectas hace que una minoría de votantes pueda llevar al poder a un partido que perdería por lejos en una sistema de elección directa[5], con el agravante que ese partido hoy es enemigo declarado de la democracia liberal republicana.
Dadas estas primeras observaciones, y mirando hacia el contexto más amplio, cabe preguntar ¿cuál es la situación global de la democracia en el 2024? A primera vista es positiva. A fines del 2024 se habrán realizado votaciones importantes en 64 países del planeta que contienen cuatro mil millones de personas. Es la mitad de la población global. Sin ver más acá ni más allá, parecería que estamos frente a una gran marea democrática. Pero no es así si logramos ver precisamente tanto más cerca como más lejos. Para aclarar todo lo dicho hasta ahora me permito presentar dos diálogos imaginarios, tal como sigue.
(1)
Un Optimista: –El vuelco de los votantes hacia el centro y hacia la izquierda en el Reino Unido y en Francia es el mejor de los mundos posibles para la democracia.
Un Pesimista: –Mucho me temo que así sea.
(2)
Un Optimista: –Que la mitad de la población mundial elija gobernantes por votación significa el triunfo de la democracia.
Un Pesimista: –Es un triunfo de la demi-cracia: una democracia a medias o en nombre solamente.
Frente a estos diálogos ficticios, me inclino por la versión pesimista, y explicaré porqué. Lo que a primera vista parecería un sunami democrático, si nos adentramos en los detalles, no es para nada un motivo de celebración. Daré seis razones.
- La votación no basta.
En muchos casos la concurrencia a las urnas se da en un marco manipulativo o peor aún represivo, que limita las opciones y distorsiona la opinión popular, y más todavía la que Rousseau llamaba “voluntad general.” La proscripción, la desinformación, la censura, el silenciamiento de opiniones disidentes, o la lisa y llana persecución de los supuestos “enemigos del poder” produce cifras electorales como una pantalla para esconder la dominación. El acotamiento de la voluntad popular puede ser duro (represión física) o sutil, sobre todo en épocas de medios masivos monopólicos y redes (des)informáticas. Hay una versión muy sofisticada del antiguo “fraude patriótico” de triste memoria en algunos países. Regímenes dictatoriales publican con frecuencia cifras estrambóticas de mayorías aplastantes a su favor. En estos casos viene en mente la crítica lapidaria de Jorge Luis Borges (destinada a la provocación). En cierta oportunidad Borges le respondió en un reportaje a un conocido periodista lo siguiente:
“Para mí la democracia es un abuso de la estadística. Y además no creo que tenga ningún valor. ¿Usted cree que para resolver un problema matemático o estético hay que consultar a la mayoría de la gente? Yo diría que no; entonces ¿por qué suponer que la mayoría de la gente entiende de política? La verdad es que no entienden, y se dejan embaucar por una secta de sinvergüenzas, que por lo general son los políticos nacionales. Estos señores que van desparramando su retrato, haciendo promesas, a veces amenazas, sobornando, en suma”.
Descontando su anti-populismo visceral y su anticuado conservadurismo, hay que reconocer que apuntó con certeza al flanco débil de las demi-cracias, es decir democracias degradadas que traicionan el imperativo de “educar al soberano.” En otras palabras más serenas, Borges reivindicaba la educación y la cultura cívica como requisitos de una votación democrática. Seguía a Sarmiento. Esta y otras opiniones similares tratan de aprehender el cambio de votante a seguidor (esta última es palabra clave en las redes sociales) en la política posmoderna. En el primer caso se mantiene un residuo de deliberación. En el segundo, que lo sucede, la adhesión a un líder o a una causa es emotiva, total e irreflexiva, como la de algunos hinchas de futbol.
- Por vía democrática se puede llegar a su opuesto.
Cuando el voto expresa desilusión e insatisfacción con un sistema corrupto, puede ser encauzado hacia las promesas –con frecuencia punitivas—de un supuesto “salvador.” En épocas pre-industriales los salvadores no llegaban al poder con el voto, sino por aclamación de alguna muchedumbre. Provenían del cuadrante religioso, y a veces del cuadrante militar. Los ejemplos clásicos se dieron en Italia: en Roma, con el tribuno Cola di Rienzo (siglo XIV), y un siglo más tarde en Florencia con el fanático monje predicador Savonarola. En época industrial, el voto popular fue parte del andamiaje totalitario, construido con técnicas modernas de agitación y desinformación. En 1932, el futuro ministro de propaganda de Hitler Joseph Goebbels fue el inventor de la moderna ingeniería de manipulación en democracia. Inventó las campañas electorales y otras astucias de mercadotecnia política que se usan hoy en día. Teniendo en cuenta que el objetivo de Goebbels era claramente el de manipular a las masas, y sustituir el juicio crítico por las impresiones sensoriales, hoy podemos considerarlo un adelantado de los que Giuliano Da Empoli llama “los ingenieros del caos.”[6] Las redes sociales y el Internet completan, en la era pos-industrial, la utilería de agitación que permite servirse de la democracia para llegar a la dictadura. Pero el objetivo es el mismo que aquel lema de Cola di Rienzo: “Hagamos Roma Grande Otra Vez”. En inglés, el eslogan es muy cercano al que hoy proclama Donald Trump para USA.
- La representación clásica ha sido superada.
Hemos pasado de la política tradicional con instituciones y partidos que moldean y representan al electorado, al vínculo electrónico directo entre un líder y sus seguidores. No se busca la representación sino la adhesión y la identidad con el electorado. Este estado de cosas fue previsto hace cien años por el sociólogo y politólogo más erudito del siglo XX: Max Weber. Propuso un concepto novedoso en 1920: la democracia plebiscitaria con liderazgo fuerte (Plebiszitaren Fuhrerdemokratie).[7]
- La emoción reemplaza a la razón.
Cuando los agitadores llegan al poder utilizando a la democracia como medio y no como fin; cuando saltan por encima de las instancias representativas y de los filtros institucionales característicos de una república, y se adhieren a un público mal informado (“soy uno de ustedes”), se valen de una emoción como instrumento principal de la movilización política. Esa emoción es el miedo. Veamos cómo funciona.
- La cascada de miedos.
Una de las características principales del capitalismo tardío, amén de la concentración pavorosa de la riqueza, es la inseguridad social que cunde en casi todos los estratos de la sociedad. En ese sentido, la movilidad social descendiente puede ser interpretada como una cascada de temores que cada clase social tiene de descender al escalón inferior. En la sociedad industrial se podía hablar de proletariado y proletarización. Los movimientos sociales eran preponderantemente de izquierda. En la sociedad actual (pos-industrial o “líquida”[8]) debemos hablar de un creciente precariado. Y no es sólo en materia de ingresos, sino en particular en materia de status, o dignidad social. La cascada de miedos al descenso genera un resentimiento reaccionario y una búsqueda de chivos expiatorios. En lo político, favorece a la derecha extrema, como observamos en muchos países, incluyendo a los más “avanzados.”
- Nacionalismos belicosos y ruptura de la solidaridad internacional.
El mismo retraimiento frente al descenso social se reproduce a nivel global en un deseo de autarquía y en la competencia recelosa en materia de seguridad entre los estados. Aumenta el gasto militar por doquier[9], a costas de inversiones en la protección del planeta y de la convivencia. Antiguas alianzas sólidas y bloques regionales son reemplazados por acercamientos parciales, temporarios, y de ocasión.
Conclusión: Las demi-cracias que hoy predominan en el mundo no logran calmar, sino que más bien agravan, la turbulencia nacional e internacional. Es un período con alto riesgo de guerra —tal vez no una guerra total, pero si múltiple y metastásica. Como un navío que atraviesa aguas procelosas, deberá pasar por ellas sin zozobrar y con la esperanza limitada de llegar a aguas más calmas en las que se pueda restañar las heridas de la turbulencia. Quedamos así con una “minima moralia” de resistencia.
In Memoriam de Juan Rial, amigo y politólogo uruguayo
[1] El título proviene del famoso libro homónimo Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada, por Theodor W. Adorno, publicado en 1949, en el que señalaba la dificultad de una vida auténtica en el fascismo posliberal.
[2] Para ser más precisos: el Partido Laborista consiguió 412 bancas, contra 121 de los conservadores Obtuvo 65% de bancas con 34% de votos. Tiene un apoyo muy amplio pero poco profundo. Ver James Butler, “What’s a majority for?”, London Review of Books, July 18.
[3] Tardará más tiempo en el Reino Unido, pero es la estrategia de Nigel Farage, un artífice del Brexit. También es probable que en los EEUU el esfuerzo vuelva a fojas cero después de la desaparición de Trump.
[4] Para una analogía, ver https://es.wikipedia.org/wiki/L%C3%ADnea_Maginot
[5] En la elección del 2016, Donald Trump llegó a la presidencia con 3 millones de votos menos que su rival Hillary Clinton.
[6] Giuliano Da Empoli, Los ingenieros del caos, Madrid: Anaya, 2020. Un brillante antecesor de este argumento, por parte de autores de la escuela de Frankfurt, es el estudio de Leo Löwenthal y Norbert Guterman, Prophets of Deceit. A Study of the Techniques of the American Agitator, publicado en 1949 y re-editado varias veces, con prefacios de Max Horkheimer y Herbert Marcuse. Es un texto premonitorio sobre el avance de la derecha extrema bajo el capitalismo tardío.
[7] Ver “Between Ratio and Charisma: Max Weber’s Views on Plebiscitary Leadership Democracy” by Sven Eliaeson, Uppsala University, Disciplinary Domain of Humanities and Social Sciences, Faculty of Social Sciences, Uppsala Centre for Russian and Eurasian Studies.
1991 (English) In: Statsvetenskaplig Tidskrift, ISSN 0039-0747, no 4, pp. 317-339.
[8] Concepto de Zygmunt Bauman, https://catedraepistemologia.wordpress.com/wp-content/uploads/2009/05/modernidad-liquida.pdf
[9] https://es.statista.com/estadisticas/1419257/gasto-militar-mundial/
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