Estábamos hace muy poco celebrando el pasaje del siglo XX al XXI, pestañamos y he aquí el 2011. En estos acelerados años nuestros países del hemisferio sur han logrado ajustar algo del rumbo y vamos camino a consolidar un crítico punto de inflexión: de haber sido inestables sociedades con economías fuertemente dependientes de los países afluentes, nos encontramos construyendo democracias todavía imperfectas en busca de mayores grados de independencia y sustentabilidad. Es una marcha esta vez con mejores perspectivas que en el pasado porque, además de ciertos vientos favorables, nos hemos enrumbado hacia más promisorias utopías referenciales. Las agendas del sur apuntan a abatir desigualdad y pobreza, fortalecer nuestras jóvenes democracias, enfrentar la corrupción y el crimen organizado, proyectar el presente crecimiento hacia un desarrollo sustentable. Algunas de las primeras señales son alentadoras, la dirección parece acertada pero los resultados no están para nada garantizados: es que toca encarar una nueva generación de importantes desafíos y las miopías y divisiones internas comprometen nuestra efectividad.
La desigualdad y la pobreza, entre otros factores, han generado inestabilidad económica y política, menor cohesión social, un absurdo derroche del enorme potencial que anida en nuestros sectores mayoritarios. Un modelo de crecimiento que tienda a la concentración no resuelve sino que reproduce ampliadamente estas situaciones. Los favorecidos por el orden prevaleciente se dividen entre quienes procuran preservar a ultranza el presente rumbo y forma de funcionar y quienes, con mayor visión, han tomado conciencia que el rumbo es insostenible y sólo puede extenderse hacia el futuro a costa de mayor inestabilidad e inseguridad: en esta década es imprescindible abatir pobreza y desigualdad. Por su parte, los perjudicados con el proceso concentrador se suman a iniciativas políticas para controlar resortes públicos y desde allí forzar los cambios. Si los sectores más recalcitrantes de lado y lado llegasen a imponer sus perspectivas, el pronóstico auguraría tiempos huracanados y traumas sociopolíticos de inciertos desenlances. Si en cambio la mayoría de sectores lograse converger sobre soluciones inclusivas que cierren brechas y reduzcan al máximo rezagados y excluídos, la transformación será menos traumática, relativamente pacífica y, hasta cierto punto, más o menos programada. No es sencillo alinear tantas y tan diversas necesidades, intereses y emociones y, sin embargo, es por ahí que vale orientar y concentrar los mejores esfuerzos si se desea que la plena potencia del planeta pueda canalizarse hacia preservar el medio ambiente, reducir antagonismos y pacificar espíritus.
Es una marcha cuesta arriba intentar fortalecer jóvenes democracias si ellas se mostrasen incapaces de solucionar necesidades esenciales de sus ciudadanos. El fortalecimiento de las instituciones democráticas va de la mano con resolver necesidades y satisfacer anhelos de larga data; hacen parte de sus principales basamentos. Una democracia política pero no económica se torna fragil y manipulable; la representatividad de partidos y dirigentes cae en un cono de sombra; la estabilidad y gobernabilidad democráticas se ven amenazadas. Se abren además peligrosísimos espacios para que crezcan la corrupción y el crimen organizado, perversas formas alternativas para acceder a recursos y poder.
Un funcionamiento económico que genera riqueza de forma concentrada y luego procura, siempre a medias, emparchar dificultades con medidas redistributivas, no pareciera ser la mejor forma de emerger de los problemas presentes. La redistribución de ingresos es algo que muy probablemente haya que mantener pero como una política complementaria, no sustitutiva, de medidas orientadas a generar riqueza e ingresos desconcentradamente; esto llama a una convergencia de políticas macroeconómicas, iniciativas mesoeconómicas y acciones de apoyo directo que faciliten la movilización productiva de nuestros sectores mayoritarios y su acceso a actividades más promisorias. En el presente número de Opinión Sur abordamos este crucial aspecto que contribuye a la construcción de un sendero de desarrollo sustentable. También nos sumamos a las festividades de fin de año acompañando la reflexión que un obispo realiza sobre cómo se desvirtúa la celebración navideña.
En este inicio del 2011 deseamos un buen año para todos; ojala podamos trabajar para que así resulte.
Cordial saludo.
Los Editores
Opinion Sur



