Un pensamiento para tiempos difíciles

No estamos en “tiempos normales.” ¿Quién se atreve a pensar a fondo dónde estamos y hacia dónde vamos? Maquiavelo planteó la pregunta como ninguno. Su fantasma la sigue planteando.
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En tiempos turbulentos, tanto dentro como entre los países, (ensimismados y ciegos) conviene recordar el pensamiento de Maquiavelo. Uso el nombre propio y no el adjetivo porque “maquiavélico” se ha prestado siempre a las malas interpretaciones. Con frecuencia se lo usa como insulto. Por fortuna, historiadores y politólogos serios han logrado rescatar del vituperio a este gran florentino[1].
Hace muchos años (1998) tuve el divertido privilegio de que el sindaco (alcalde) de Florencia me dejase pasar una hora, a puertas cerradas, en el estudio de Maquiavelo dentro del Palazzo Vecchio, que normalmente está vedado al público. Sentado en aquel escritorio comencé una reflexión sobre su vida y pensamiento que sigo hasta estos días como algo mas que un hobby.
En las décadas del 80 y 90 tuve la oportunidad de investigar el uso del miedo como ejercicio del poder, a propósito de las dictaduras militares del Cono Sur. La investigación sobre la “cultura del miedo” produjo un volumen colectivo titulado Fear at the Edge, muy citado desde entonces. El proyecto lo inició el politólogo argentino Guillermo O’Donnell y lo seguí yo con un grupo de científicos sociales patrocinado por el Social Science Research Council de los Estados Unidos. En aquel proyecto tuve como compañero de ruta silencioso y fantasmal, a Niccolo Maquiavelo.
Maquiavelo fue el primer pensador en afrontar el problema de la política, muy turbulenta en su época, de manera empírica y despiadada, al abandonar la tradición moralista del “buon governo” y la elaboración de modelos de un estado ideal, que se remonta a Platón y a Aristóteles. Su máxima era andare diretto alla verita effetuale della cosa, es decir ver las cosas como son y no como deberían ser. Fue el fundador de una política realista que hoy se conoce en su expresión alemana de Realpolitik. Está vigente en la actualidad en el pensamiento geopolítico de figuras conocidas, como Henry Kissinger y John Mearsheimer.
La originalidad de Maquiavelo y su vigencia actual pueden resumirse en pocas preguntas que son guías para el análisis. ¿Quién manda? ¿Cómo ejerce el mandato? ¿Quién le tiene miedo a qué?
En el Renacimiento italiano, la primer pregunta tenía por lo general dos respuestas: o la república o la autocracia. La primera era un concejo municipal con un jefe de estado o alto magistrado elegido por el mismo –el gonfalonier. La segunda era el dominio del jefe (dictador) de una familia poderosa –en Florencia uno de los Medici. En otras palabras: o República o Principado. A veces, entre los dos modelos trascurría un episodio de anarquía o confusión, que podía desembocar en un golpe de estado.
El libro más famoso de Maquiavelo es justamente un análisis entre práctico y teórico del modo de gobernar de un principado –en su caso el acceso al poder de uno de los Medici por un golpe de estado, después de un periodo bastante largo dominado por un agitador religioso reformista: el monje Savonarola. El libro sobre los principados (De principatibus) terminó llamándose El Príncipe. Fue escrito en el exilio forzado de Maquiavelo, que había sido secretario del gonfalonier Soderini en una república débil destituida por los florentinos. Para un lector argentino, el libro de Maquiavelo hace acordar al texto del opúsculo del general Perón: Conducción política (1952) pero va mucho más allá en dirección a una teoría del poder.
El florentino tuvo que navegar en mares procelosos. Lo que fue un infortunio personal para Maquiavelo fue un beneficio para su posteridad. Como dijo Borges en otro campo, la represión y la censura son malos para el escritor pero buenos para la literatura. Pasó del consejo y la observación cotidiana (su correspondencia con los amigos es valiosa mina de comentarios) a la reflexión general, a bastante distancia de la coyuntura accidental. Miró con cuidado la historia antigua –es especial la romana—para sacar de ella lecciones valiosas. También expresó su desencanto con sarcasmo e ironía en otros géneros de escritura: el teatro y la poesía. Como Mozart en la música tres siglos después, era capaz de tocar instrumentos varios y componía obras de distinto porte, y todo con maestría. En muchos aspectos podemos decir que es nuestro contemporáneo. Encontró palabras para captar lo que ocurría a despecho de los vocablos huecos y usados del discurso corriente. Lo atraía en especial la ambigüedad y la sorpresa en la acción social, y las consecuencias no deseadas del quehacer político.
Para responder a nuestra segunda pregunta, la vulgata dice inmediatamente mal citando a Maquiavelo: “el fin justifica los medios”. Pero Maquiavelo era muy consciente que los fines no se revelan hasta mucho después, y con frecuencia no son los originalmente deseados. Daré un ejemplo “maquiavélico,” con la ventaja que otorga el pasar del tiempo. La dictadura militar argentina de entonces (1976-1983) –auto denominada “Proceso de Reorganización Nacional”– que usaba el terror como medio de control social, temía a su vez perder todo apoyo social a causa del pobre manejo de la economía. Para salir del impasse se lanzó a una arriesgada aventura militar: la invasión de las islas Malvinas (1982). Fue un grave error estratégico, ya que para entonces Inglaterra estaba a punto de desguazar su marina de guerra. El objetivo de recuperación de las islas pudo haberse perseguido por medios diplomáticos. La guerra provocó todo lo contrario: el rearmamento de la flota inglesa, que con ayuda norteamericana (erróneamente los militares argentinos pensaban que no iba a suceder) atacó a los invasores y los venció en un corto y cruento conflicto. La consecuencia no deseada fue que los dictadores cayeron del poder y el país recuperó no las islas sino la democracia. Es un caso de manual sobre la mala aplicación de medios y fines, del intercambio de miedos y de consecuencias no deseadas, en este caso benéficas. Para la geopolítica de entonces, el conflicto merecía el juicio lapidario de Jorge Luis Borges: dos calvos se pelean por un peine. Otro ejemplo es la invasión norteamericana de Iraq (2003) que produjo como efecto el refuerzo geopolítico de su enemigo principal en el Medio Oriente: Irán.
Teniendo en cuenta lo anterior, Maquiavelo se preguntaría cómo es posible ejercer una política responsable. La respuesta la ofreció nadie menos que el fundador de la sociología moderna –Max Weber– en una conferencia que dio en Múnich en 1919,[2] en plena conmoción social después de la derrota de Alemania en la Gran Guerra. Weber quería servir de guía basado en el trabajo intelectual a una juventud recién licenciada del servicio militar y profundamente trastornada por las experiencias de la guerra y la posguerra[3]. En aquella conferencia hablaba a esos jóvenes acerca de las situaciones que condicionan al político y de las características psicológicas que debe tener una persona para que se la considere un “político de vocación”. Dadas sus propias circunstancias ese tipo de político debe sopesar las diversas consecuencias posibles y probables de su acción y pensar a futuro de manera estratégica. Weber opone a tal político que llama “responsable” el fanático que sólo se aferra a valores absolutos y “fines últimos,” sin querer calcular las consecuencias (pensaba sin duda en una versión entonces en boga de la “voluntad de poder” de Nietzsche).
Weber tenía otra afinidad con Maquiavelo: era un hombre de poder frustrado. Atento observador de la vida política alemana y mundial, Weber fue cofundador del Partido Demócrata Alemán. Su paso por la política fue poco exitoso, pero lo suficientemente intenso para captar la esencia del comportamiento humano en ese contexto.[4] Acompañó a la delegación alemana a la conferencia de Versailles, donde su país fue obligado a aceptar una paz punitiva y desastrosa que terminó por provocar un fuerte revanchismo y en última instancia facilitó el acenso al poder del nacional socialismo. Otra vez vemos un caso de malos medios que producen fines no deseados y perversos, a contrapelo de los propósitos idealistas de Woodrow Wilson y de la arrogancia absolutista de los aliados europeos.
La respuesta de Maquiavelo a nuestra tercer pregunta nos ubica de plano ante una disyuntiva política por excelencia: ¿persuadir o intimidar? Para ser más precisos: ¿cuándo corresponde usar uno u otro, tanto en la consecución como en el mantenimiento del poder? Para Maquiavelo no se trata de un juicio moral sino técnico. Los dos términos estan relacionados y el telón de fondo es siempre el miedo. Thomas Hobbes elaboró su respuesta en su Leviatán. La lucha de todos contra todos produce una fuerte demanda de orden: el miedo constante al prójimo lleva al deseo colectivo de intercambiarlo por el miedo de todos a uno: e pluribus unum, que es el fundamento del estado. Una vez establecido el monopolio de intimidación el miedo se aleja de la vida cotidiana y se presenta sólo como una amenaza virtual (ultima ratio) que permite el desarrollo de otros tipos de intercambios en la llamada esfera pública. En pensadores posteriores la esperanza de un mundo más tranquilo se ubica en el intercambio comercial y en un ambiente cívico de competencia y composición de diferendos con reglas[5]. Nacen la economía política y la teoría democrática. Pero el fantasma de Maquiavelo advierte que la paz republicana tal como él la vivió y pensó es siempre frágil. (Hoy podríamos agregar que el intercambio comercial no basta para calmar las pasiones.) Cuando una república se descompone vuelve el miedo a primera plana en formas de anarquía y de despotismo.
En “tiempos normales” un político hábil sabe cuándo y cómo valerse de las mañas del zorro (por composición) o del rugido del león (por imposición). Es el maquiavelismo más sencillo. Pero con Maquiavelo los tiempos normales eran la excepción y no la regla. En Italia la alternancia de zorros y leones fue la herencia que recibieron de Maquiavelo Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto. Hoy urge un aggiornamento. Tarde o temprano las naciones y el mundo tropiezan y caen en una reducción infernal de la política a la lógica binaria de amigo/enemigo como pensaba el oscuro genio de Carl Schmitt.
Ahora estamos en ese momento de fragilidad que aquel florentino supo comprender y que podemos llamar la sobria amargura de Niccolò Maquiavelo.
[1] Para quienes se interesen, recomiendo la lectura de la extensa biografía escrita por Alexander Lee, Machiavelli. His Life and Times, London: Picador, 2020. Como otra guía sugiero el libro brillante de Patrick Boucheron, Machiavelli. The Art of Teaching People What to Fear, New York: Other Press, 2018. Original francés Un été avec Machiavel (2017).
2. https://www.u-cursos.cl/facso/2015/2/PS01011/2/material_docente/bajar?id_material=1187931
3.Consultar el excelente estudio de Wolfgang Schivelbush, The Culture of Defeat: On National Trauma, Mourning, and Recovery, New York and London: Picador, 2004.
[4] Para un ejercicio de análisis y de estilo similar al Maquiavelo de la correspondencia epistolar debo citar el estupendo libro de Juan Carlos Torre, Diario de una temporada en el quinto piso. Episodios de política económica en los años de Alfonsín. Buenos Aires: Edhasa, 2021.
[5] Considerar la tesis magistral de Albert O. Hirschman , The Passions and the Interests. Political Arguments for Capitalism Before its Triumph. New Jersey: Princeton Classics, 2013.
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