Efectos de una macrocefalia financiera

Lo financiero ha crecido desmedidamente con graves consecuencias para el planeta y los pueblos que lo habitamos. Cada vez más el sistema financiero, en lugar de facilitar el desarrollo de la economía real y el bienestar social, se concentra en actividades especulativas que le permiten crecer a tasas explosivas: se ha convertido en un gigantesco mecanismo de succión de excedentes que, al concentrarse y globalizarse, ha alcanzado una dinámica muy difícil siquiera de moderar. El capital financiero hoy proyecta su influencia en todos los resortes claves de la marcha global: incide con mucha fuerza sobre las decisiones estratégicas del desarrollo internacional, nacional y local; ejerce gran influencia sobre los medios de comunicación y las más publicitadas usinas de pensamiento estratégico; en todas las latitudes ha establecido una influyente red de relaciones no sólo institucionales sino sociales con políticos, jueces y periodistas. Algunas grandes entidades financieras utilizan paraísos fiscales para facilitar transacciones ilegales de lavado de dinero y evasión impositiva.

Al disponer de tan desmedido poder, los actores financieros logran condicionar el desarrollo económico, el bienestar social y el cuidado ambiental -el rumbo sistémico- a su afán por maximizar propios resultados y de quienes los secundan como gestores, asesores e intermediarios. Aunque está claro que el universo de actores financieros no es homogéneo y que en su interior coexisten, como en el resto de actividades, desde quienes actúan rectamente hasta los que son socios de sistemas delictivos agravados, el drama es que la lógica financiera prevaleciente establece reglas de juego tan fuertes que son difíciles de evadir por cada actor financiero actuando individualmente. Y como los propios encargados de regular la actividad financiera están insertos en esa lógica sistémica, el proceso mismo de funcionamiento de los mercados conduce a la mayoría de actores financieros a no desaprovechar las «oportunidades» que se les presentan, más allá de cuales terminen siendo sus efectos sobre las personas y el medio ambiente. La crisis por la que atraviesan los países afluentes fue gatillada por esas ambiciosas conductas y, sin embargo, las «salidas» que se plantean no hacen sino restaurar en buena medida los mismos factores que la generaron. El desafío es desarrollar otras opciones. Los artículos de este número de Opinión Sur abordan estas delicadas y no siempre explicitadas cuestiones. Confiamos que sean de su interés.

Cordial saludo.

Los Editores

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