De ví­ctimas y encarcelados a labradores

Encarcelar más es un proceso sin fin que no equivale a más seguridad. Hacinamiento y falta de control son las consecuencias. Los presos también son sujetos de derecho y antes o después verán la calle; “si los tratamos a patadas, saldrán mordiendo».Ya en el inicio del siglo XIX se hablaba del fracaso de las prisiones, por su incapacidad de transformar “criminales” en ciudadanos respetuosos de la ley. Lo cierto es que la privación de la libertad nunca logró el objetivo de re-socializar infractores, por la sencilla razón de que es contradictorio esperar que alguien aprenda a vivir en libertad estando privado de la libertad.

El fracaso de las cárceles es un titular que aun hoy se repite pues poco ha cambiado ni es previsible que cambie a mediano plazo. Encarcelar más es un proceso sin fin que no equivale a más seguridad. Hacinamiento y falta de control son las consecuencias.

Dedicamos enormes esfuerzos a construir una persona, darle sus rasgos humanos e individuales en un contexto donde las circunstancias arrasan con lo humano, desprecia lo individual e idiosincrásico. En una realidad violenta se impone redimir la individualidad, reclamar la singularidad del individuo, el valor al espacio personal, experimentar la flexibilidad de un cambio de perspectiva a partir de apreciar la realidad como otros la ven, incluso de aquel que vemos como nuestro enemigo.

Integrar a nuestra visión otras visiones no debilita nuestra perspectiva de hechos y procesos sino que la enriquece. Nos obliga a ver la complejidad de toda realidad sin deformarla con la realidad que soñamos en base a propios anhelos, miedos e ilusiones. Recién entonces podríamos comprender, como no lo hemos entendido antes, a ese aterrador conjunto de personas que es en verdad un grupo de personas aterradas, atormentadas, desesperadas, que sienten lo suyo como el resto de mortales. Ver la realidad a través de los ojos de “otros” nos puede librar de la tiranía de la verdad única.

Una sociedad más justa reduce los focos de delincuencia; no los elimina pero genera fuertes impactos positivos en términos humanos y materiales. Prevenir no es todo pero es salvación para muchos. La prevención incluye educar y dar trabajo; hacer frente a la droga, la trata de personas y de armas.

Y qué decir cuando las víctimas son presos que no conmueven porque les hemos retaceado su condición humana. Sin embargo, nos guste o no, los presos también son sujetos de derecho y antes o después verán la calle; “si los tratamos a patadas, saldrán mordiendo».

Frente a personas que cometen delitos la reacción casi siempre empieza y termina sobre-poblando las cárceles existentes o construyendo otras nuevas que reproducen las condiciones de ignominia de las viejas.

Pensar que el Código Penal resuelve por sí mismo la delincuencia constituye un peligroso reduccionismo porque elude plantear la responsabilidad social para resolver problemas complejos; no sólo nos alejamos de las soluciones sino que la demagogia carcelaria suma problemas nuevos.

Duele reconocer que el sistema de justicia penal está estructurado de forma tal que penaliza con la privación de la libertad los delitos de los grupos mas excluidos de la población; se afirma que allí está el peligro y que con el encierro “la sociedad está a salvo”. ¿Cómo se explica entonces el constante aumento del número de detenidos; el hacinamiento, la cárcel como escuela de delitos agravados, la reincidencia?

Son más sencillos los pronunciamientos demagógicos bajo la apariencia de escuchar reclamos sociales de seguridad que trabajar en la recuperación de “seres humanos” presos, los que -dicho sea de paso- en su gran mayoría no tienen trabajo remunerado, no han pasado el nivel primario de educación, no participan en programas de capacitación laboral, uno de cada cuatro fueron lesionados en prisión y uno de cada tres alguna vez intentaron fugarse: una conducta que podríamos calificar de bastante humana, dadas las circunstancias a las que están sometidos.

La violencia en y fuera de las prisiones expresan problemas estructurales de nuestras sociedades y habla de la irracionalidad con la que se los aborda. Pero quien no puede ser irracional es el Estado ya que es quien garantiza los derechos de todas las personas.

Para aliviar los efectos perniciosos de la pena de privación de la libertad, le corresponde al Estado proveer asistencia sanitaria y jurídica a los detenidos, dinamizar el trabajo, la educación y el aprendizaje de oficios en la prisión de modo de mejorar capacidades y posibilidades cuando llegue el momento de reintegrarse a la vida en libertad.

Cuando nos atrevamos a entrar en contacto con toda la complejidad de las vidas de los encarcelados y de nuestras propia vida, cuando reconozcamos que no sólo nosotros tenemos historia y experiencias sino que los demás también tienen las suyas con sus injusticias y su propio sufrimiento, cuando sepamos mirar la realidad del otro cara a cara sin demonizar a quienes cometieron delitos ni idealizarnos nosotros, si en verdad lográsemos que las voces contradictorias puedan expresarse plenamente, en ese momento las víctimas, “nosotros y ellos” dejaremos de ser víctimas y encarcelados sino labradores de mejores sociedades para todos.

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Claudia Laub – Socióloga, Asociación El Agora

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