La semana pasada una joven que atendía en la panadería del barrio me preguntó si había asistido a una multitudinaria presentación de un famoso grupo musical que mueve a bailar a quienes lo escuchan. Quedé desconcertado porque no conocía tan famoso grupo. Broma va, broma viene, terminé preguntándole si conocía o había escuchado nombrar a dos famosísimos cantantes, Zitarrosa y Belafonte. Quedó tan desconcertada como lo había estado yo. Le expliqué quienes habían sido y la enorme aclamación que suscitaban en cada presentación (vean como muestra en la Sección Iniciativas de este mes el video de Harry Belafonte cantando, ya maduro, en 1988). Sorpresivamente me hizo preguntas sobre ambos y escribió mis respuestas. Le expliqué lo que significó en aquellos años el “Adagio a mi país” cantado por Zitarrosa y los cientos de calipsos cantados por Belafonte. Compartí que conocí a Belafonte en su casa cuando organizó un evento de recaudación de fondos en apoyo a Mandela y su movimiento en Sud África; dijo que algo había escuchado sobre Mandela. En fin, terminó la conversación ante la entrada de otros clientes.
Pensé que son legítimas las diferencias generacionales, que los gustos, los ritmos y los contenidos de las canciones van cambiando y que, cada vez más, las modas y modismos son inducidas por los medios de difusión. Que cuando esos medios están tremendamente concentrados a nivel global un resultado es que se tiende a homogeneizar preferencias y audiencias, así el caso que una nueva moda musical termine siendo escuchada en la India, Inglaterra y Ecuador. Y aunque no es sencillo saltar de la música a realidades sociales y políticas pensé también que en estos tiempos se angosta la diversidad de perspectivas, se olvidan hechos, historias y protagonistas, pesa fuerte lo que generan las usinas de pensamiento hegemónico.
Valdría entonces preguntarse cuánto margen tendrán hoy los albedríos para expresar su singularidad más allá de las manipulaciones orquestadas, lejos de los odios y antagonismos inducidos. Es que es densa la niebla que generan las falsedades y los engaños, lo encubierto, aquello que no es nuestro pero creemos que lo es. Pena, pena grande pensar que todo eso y mucho más irrumpe brutalmente en un proceso electoral. No se contrastan propuestas, argumentos y trayectoria de los candidatos sino teatralidades, ecos, no voces, repitiendo guiones de expertos en engañar y seducir. En estas situaciones, que duelen porque abundan, reconocemos aún más la crítica importancia del esclarecimiento y de militar opciones. A ese esfuerzo colectivo nos sumamos.
Sabrán disculpar los lectores esta cascada de emociones y reflexiones.
Cordial saludo,
Los Editores
Opinion Sur



