De enemigos a adversarios

Ocurre que mía es la verdad; toda ella, siempre; procuro imponerla y, si no es posible, descarto otras verdades y me resisto a colaborar. Me frusta y genera rencor quienes no aceptan mi verdad. Esta actitud provoca serios daños que se agigantan cuando entran en colisión varias personas igualmente convencidas de poseer toda la verdad. El choque de verdades absolutas hace más difícil distinguir entre enemigos y adversarios, lo que lleva a cometer errores e injusticias y a dilapidar oportunidades de construir en conjunto.Ocurre que mía es la verdad; toda ella, siempre; procuro imponerla y, si no es posible, descarto otras verdades y me resisto a colaborar. Me frusta y genera rencor quienes no aceptan mi verdad.

Este tipo de conducta provoca serios daños y sus efectos se agigantan cuando entran en colisión varias personas igualmente convencidas de poseer la verdad, toda ella, siempre. El diálogo se traba, los argumentos se radicalizan , no interesan formas de colaboración o de apoyo mutuo. Surgen antagonismos cargados de agresiones abiertas o encubiertas que desvían energía social hacia la confrontación esterilizando talento y determinación.

En ese cruce de egos e intereses es más sencillo reconocer las conductas destructivas de los demás que las propias. Ocurre que tenemos una inagotable habilidad para negar que actuamos sesgados por nuestros intereses y que somos capaces de justificar lo que sea con tal de arrogarnos la razón.

En un contexto de fuertes antagonismos es complejo convocar y ser convocado, utilizar a pleno el potencial de un grupo, de un país o de la aldea global. Es que, más que buscar alinear diversos intereses y necesidades, procuramos imponer los nuestros. ¡Cuánto dolor con ello generamos, cuánta energía dilapidamos, cuántas luces se apagan o no logran ser encendidas!

En parte estas actitudes nos vienen legadas por historias de enfrentamientos ancestrales que cargan a cada generación con viejos odios, recelos y prejuicios. Pero también agregamos lo nuestro a esos desencuentros con antagonismos de nuevo cuño que, muchas veces, provienen de no saber distinguir entre enemigos y adversarios.

¿En qué se distingue un enemigo de un adversario? Enemigo es aquel que busca mi destrucción o sumisión. Adversario es aquel que, luchando por sus propios intereses (materiales, emocionales, religiosos, ideológicos), lo hace sin intentar destruirme o someterme, no a expensas de mi propia realización. Si bien hay casos donde esta distinción se torna borrosa, hay muchos otros donde está claro quiénes son adversarios y quiénes enemigos.

No estamos frente a una simple disquisición académica. Si supiésemos distinguir unos de otros podríamos tomar conciencia de cuántos supuestos enemigos en verdad son tan sólo adversarios y, por ende, de los errores e injusticias que estamos cometiendo y de las oportunidades de construir en conjunto que hemos dilapidado.

Esta diferencia entre relaciones adversariales y de enemistad pueden darse en casi todas las esferas de la vida social, política y económica. En materia política algunas personas, tanto del gobierno como de la oposición, parten de la concepción que sólo pueden hacer crecer sus ideas, sus proyectos, destruyendo al adversario transformado en enemigo. Con ello se esteriliza potencialidad social porque muchas contribuciones quedarán truncas o nunca existirán, y se desvían energías de la construcción hacia el choque ya que nadie se entregará sin ofrecer resistencia.

Una cosa es la visión de una torta única y estática que quiero para mí y mi grupo, y otra la de procurar ensanchar entre todos el espacio del conjunto y compartir resultados. En la primera solo caben codazos y crecer pisando cabezas, en la segunda colaboración, justicia y crecimiento orgánico.

Concebir enemigos donde hay adversarios tiene que ver con los valores y concepciones que nos guían. Quienes valoren el esfuerzo del otro, la legitimidad y el aporte de la diversidad, los riesgos que entraña la homogeinización de perspectivas, tendrá menos razones para categorizar como enemigo a un adversario. Y, si por error lo hiciese, sabrá en algún momento reconocerlo y repararlo.

En cambio, los formados en fundamentalismos de cualquier naturaleza ven enemigos por doquier, los cuales es necesario eliminar, neutralizar o someter. No saben de generosidad espiritual, de la verdad dubitativa, de la amplitud de miras y de sentimientos. Han sido formados en la jungla de la confrontación y la imposición, impermeables a opiniones y perspectivas que relativicen su propia visión. Practican el autoritarismo y son cortos en misericordia y buena voluntad.

Siendo que valores, intereses y actitudes constituyen el basamento de nuestra conducta, es posible apoyarse en la experiencia y en un buen entrenamiento para distinguir como enemigos a los que realmente lo son y rescatar como adversarios legítimos y respetables a tantos otros que creímos y tratamos como enemigos cuando nunca lo fueron o ya no lo son.

Mirar hacia adentro

Nuestra primera reacción es siempre pensar qué debería hacer el otro para dejar de ser mi enemigo y transformarse en adversario legítimo y respetable. No vale caer en esta trampa. La mirada inicial debe ser hacia adentro: qué tengo yo que cambiar para llegar hasta el otro con una actitud que lo invite, lo induzca, facilite, su propia reflexión y cambio de perspectiva sobre mi persona, nuestro grupo, nuestra comunidad, nuestro país.

Lo ideal es que, al mismo tiempo, “el otro” o “los otros” también inicien ese recorrido pero no vale condicionar por completo nuestra revisión porque, además de mantenernos en el pantano del cual queremos salir, estaríamos subordinándonos a la iniciativa y a los tiempos de los demás. Se trata de encarar un recto y pragmático proceder tomando las precauciones del caso. Si después de un genuino esfuerzo no se lograse transformar la dinámica de la relación, sabremos de todos modos proteger nuestros espacios.

Son tantos los vericuetos de nuestro ego, el dolor y los tejidos sensibles que dejaron viejas heridas, los temores, resquemores, ofensas recibidas e inseguridades que fuimos acumulando en la vida, como para creer que nuestro entendimiento está libre de esos condicionantes y nuestra subjetividad no es engañosa. Si bien es imposible desprenderse de la propia subjetividad, comprender como fue estructurada nos ayudaría a redoblar el esfuerzo por escuchar más plenamente al otro e intentar captar lo esencial de su palabra, de sus sentimientos, de sus intereses.

Anhelos y cauces

Hay momentos históricos que requieren de verdaderos puntos de inflexión en la marcha política de una sociedad; cambios dramáticos de rumbo que son necesarios en situaciones muy especiales, particularmente cuando por largos períodos no hemos sido capaces de ajustar el rumbo sobre la marcha. Pero es negativo ir constantemente de salto en salto, con cortes de trayectoria y gruesas disrupciones. Más vale estar alertas y tener la determinación de practicar ajustes a tiempo para resolver serios problemas, que postergar o ignorar esas soluciones lo que sólo conduce a represar fuerzas que luego se desbordan causando altos costos y permanente discontinuidad de esfuerzos.

El canibalismo político, el sobrepeso de egos e intereses personales atentan contra los intereses del conjunto social e impiden atender apropiadamente nuestras necesidades y aspiraciones. Aunque pasiones y mezquindades bajen fuertes vale erguirse por sobre esos torrentes para mirar al otro en sus ojos, reconocer sus temores, asegurarle nuestro respeto y encarar juntos la empresa común de construir paz y bienestar. Será la justicia y la firmeza de los justos, la generosidad y la compasión que brotan de la buena voluntad, la creatividad y el talento de cada quien, la responsabilidad, la habilidad y la visión de nuestro liderazgo, lo que posibilitará construir senderos de desarrollo sustentable, cicatrizar heridas, acercar a los hermanos, abatir juntos la desigualdad y la pobreza. En ese devenir –que no es utopía sino desafío- habrá también oportunidad de reflexionar sobre los enigmas de la vida y de la desorientación en la que ciclicamente caemos. Nadie podrá decir que es angosta la agenda de la humanidad; no lo fue y no lo será mientras sigan germinando anhelos que buscan nuevos y mejores cauces. Que el 2009 nos encuentre determinados a continuar esa búsqueda.

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