Cómo se hipoteca el futuro, o el segundo Deutsches Requiem

Alemania, país clave de Europa, se empecina en sostener políticas negativas y tecnocráticas frente a una crisis que ya ha dejado de ser económica para volverse una catástrofe social y política. Se necesita un gran giro para evitar la paulatina o repentina desintegración del continente.

Cómo se hipoteca el futuro, o el segundo Deutsches Requiem [1]

A la memoria de Ulrich Beck (1944-2015)

Al final de su segundo septenio en la presidencia de Francia, François Mitterrand se despidió con palabras algo similares a las de su predecesor monárquico Luis XV. No dijo, como aquel rey «Après moi, le déluge” (“después de mi, el diluvio”), pero se atrevió a decir, “Après moi il n’y aura plus que des financiers et des comptables” (“después de mi sólo habrá financistas y contadores”). Como artífice –junto a Helmut Kohl—del euro y de la consolidación de la Unión Europea, Mitterrand era consciente de los peligros que podrían acechar a la Unión. En ausencia de coraje estadista, de voluntad solidaria, y de lucidez geopolítica, la asociación de pueblos y estados europeos quedaba en manos de banqueros, contadores y tecnócratas. Con estos eximios redactores de reglas (la mayor parte negativas) cuya principal visión del riesgo es la ejecución de un vencimiento de pagos, el gran proyecto de una Europa fuerte en el mundo, faro de civilización , de alto nivel de vida y vibrante mercado, se desintegraría paulatinamente. En su lugar quedaría un conjunto deshilvanado de naciones dispares, con políticas diversas y un solo y triste común denominador: la pusilanimidad.

Tal destino no le interesa a los Estados Unidos de Obama, pero si le interesa a la Federación Rusa de Vladimir Putin, y tal vez también, como es vieja tradición, a ciertas elites de Inglaterra. Y deja sin cuidado a casi todos los demás actores en el tablero geopolítico mundial, que se aprovecharían de la situación con mordiscos oportunistas. Si ese escenario se cumpliera, quedaría un solo país fuerte y ordenado en el conjunto europeo: Alemania. Pero esta potencia europea habría entonces perdido la oportunidad de liderar –con visión de futuro y concesiones solidarias a sus socios rezagados—una Europa mas optimista y esperanzada. Para Alemania ésta es y ha sido la mejor opción. Si no se da cuenta y despierta a tiempo, quedará atrapada en el siguiente dilema: será una nación demasiado grande para Europa pero demasiado chica para el mundo. El viejo continente sería testigo de un segundo Deutsches Requiem, con Alemania sujeta a los vaivenes de tres potencias que se la disputarían: Estados Unidos, Rusia, y China.

¿Por qué abdica Alemania –junto a la mayoría de los gobiernos europeos—un liderazgo digno de un gran destino? De causas, las hay lejanas y otras mas próximas. En los siglos dieciocho y diecinueve, la nación alemana (todavía no unificada) no participó de ninguna revolución democrática exitosa, pero se sumó a todas las contrarrevoluciones. Cuando se unificó bajo la férula prusiana, se industrializó y se modernizó de arriba hacia abajo, y en modo fuertemente autoritario. «Gegen Demokraten helfen nur Soldaten» (en traducción libre: “Sólo los soldados ayudan a enfrentar a las fuerzas democráticas”) es un aforismo alemán que gustaba citar el rey de Prusia y formulado originalmente por el escritor Wilhelm von Merckel en contra de los liberales de Frankfurt en 1848.

En el siglo veinte, primero el autoritarismo y luego el totalitarismo alemanes dominaron al continente europeo, produjeron el Holocausto con el nazismo y sumieron al mundo en dos guerras que cobraron cien millones de muertos. En la posguerra, Alemania fue ocupada y dividida en dos sistemas, y obligada a incorporarse a ellos. Desde 1989 una nueva Alemania unificada se transformó en la economía mas fuerte de Europa, llevó a cabo reformas neoliberales, y se sumó a Francia como socio político principal en el proyecto de la Unión Europea. Con la celebrada voluntad de dejar definitivamente atrás el sombrío legado de autoritarismo y militarismo se manifestó la comprensible reticencia alemana a asumir un liderazgo político y cultural a la altura de su nuevo poderío económico. La nueva Alemania hubiese preferido ser una gran Suiza en algún rincón perdido del mundo.

En materia de seguridad, Alemania se cobijó bajo el manto militar norteamericano dentro de la OTAN, y en materia de liderazgo geopolítico, se dejó dirigir por los Estados Unidos, que había estado a cargo de Occidente en la Guerra Fría. Al finalizar esta última, y ya avanzado el proyecto de unión comercial y monetaria europea, Alemania quedó al frente del continente en una posición para la que no se había preparado y que le resultaba incómoda. Eligió el compromiso y el disimulo y se benefició de ellos hasta que estalló la crisis mundial del capitalismo en 2008.

Alemania fue el prestamista principal de otros países europeos en una década de expansión y especulación financiera. Se benefició así de una mercado europeo para las exportaciones alemanas pero lubricado por una deuda de otros a ojos vistas insostenible. Europa fue el nuevo y endeble Lebensraumeconómico alemán. Cuando en el casino financiero del capitalismo tardío llegó el inevitable “No va mas” Alemania se empecinó en forma dura y sistemática en una doble política: salvar a sus bancos prestamistas e imponer la austeridad a los pueblos de los países deudores. Hoy el motete alemán seria “Gegen Demokraten helfen nur Technokraten” (”Contra los demócratas sólo sirven los tecnócratas.”)

El “liderazgo” alemán pasó de especulativo a represivo, y el euro –expresión monetaria de la unión europea—se transformó, de lubricante de expansión, en un chaleco de fuerza para países como España, Grecia, y Portugal, en los que la prosperidad artificial había disimulado la falta de reformas y de un modelo mas viable de desarrollo. Como principal gestor de la nueva austeridad, Alemania se escudó detrás de organismos multilaterales y de la burocracia de Bruselas, mientras cundía por el continente una crisis que de económica pasó a ser social y finalmente política.

Frente a esta crisis profunda, que se desarrolló primero en los países de la periferia europea y luego llegó hasta Italia y Francia, la respuesta alemana ha sido, en materia económica, pro-cíclica y contraproducente, en material social, regresiva y enajenante de vastos sectores de la población, y en lo político, polarizante hacia partidos de izquierdas y derechas. El veredicto histórico hoy parece duro: Europa tiene a su frente un país fuerte, reacio y negativo que, en pos de una solución económica utópica y limitada, la está llevando a una crisis social y política la cual a su vez, y a falta de una visión amplia y positiva, conduce a experimentos xenófobos, nacionalistas y extremistas.

La encrucijada de Europa va mucho mas allá de la deuda griega. La desarrollaré en notas futuras. Como anticipo y resumen, presento dos fotografías y dos capciones de autores que me parecen apropiadas: una del siglo diecinueve y que se aplica a un sesudo funcionario alemán, y la otra, argentina, del siglo veinte que se aplica a un hábil político griego.

Wolfgang Schaeuble, Ministro de Finanzas aleman, abogado, experto en impuestos.

Gegen Demokraten helfen nur Technokraten

Yanis Varoufakis. Ministro de Finanzas Griego. Economista, experto en teoría de juegos, se autodefine como un marxista ocasional.

“Los dirigentes a la cabeza del pueblo o el pueblo con la cabeza de los dirigentes.”

Notas

[1] Para el primero, recordar el cuento homónimo de Jorge Luis Borges, en El Aleph.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *