El futuro del planeta y las naciones está siendo gravemente comprometido; la marcha global es social, económica y ambientalmente insostenible. Pueden y deben discutirse singularidades, matices, inconsistencias, variantes, pero el rumbo sistémico exige ser transformado. Se impone un nuevo rumbo que comience por desarmar la desaforada concentración de la riqueza, gravando con firmeza a la opulencia y eliminando mecanismos de apropiación de valor para evitar que la desigualdad se reproduzca indefinidamente; junto con ello toca promover una amplia y efectiva inclusión productiva de nuestras postergadas mayorías.
Esta nueva construcción requiere una acción multidimensional, incluyendo a nivel político el establecimiento de coaliciones transformadoras y a nivel de los valores la predominancia de justicia, equidad, responsabilidad, cohesión social, solidaridad, cuidado ambiental en reemplazo de la codicia sin fin, el egoísmo, el ninguneo de los otros. Este cambio de rumbo, ojala democráticamente legitimado, debe ser definido por los pueblos y no por los mercados: el sistema económico corresponde que sea un instrumento para lograr el bienestar general y no el timonel del destino colectivo.
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Opinion Sur



