Calmar los mercados, redistribuir ingresos, establecer un rumbo soberano e inclusivo

Países que procuran establecer un rumbo soberano e inclusivo se enfrentan con riesgosas situaciones de inestabilidad económica y política. Se les plantea el desafío de “calmar los mercados”, redistribuir ingresos y, al mismo tiempo, consolidar el rumbo escogido. Mucho hay para desenmascarar cuando toca definir medidas en el contexto de las circunstancias que se atraviesan. 

Comenzamos considerando la significación, restricciones y opciones de cada uno de los tres desafíos para concluir con una suerte de síntesis si es que se desease establecer o reforzar un rumbo nacional soberano e inclusivo.

Calmar los mercados

Calmar los mercados es una expresión que suele encubrir los intereses del puñado de actores que controlan los mercados. Es que poco existen los ideales mercados “perfectos”, sino más bien, predominan los mercados oligopólicos liderados por poderosas corporaciones. Estas corporaciones funcionan aplicando a rajatabla el criterio ordenador de maximizar su lucro. Los demás propósitos que tengan se subordinan a ese criterio principal.

Vale señalar que nadie querría intranquilizar o destemplar a los mercados por el puro gusto de hacerlo. Lo que sucede es que no es posible calmar a quienes dominan los mercados sin garantizarles que puedan seguir maximizando ganancias, aunque con ello se perjudicase a la mayoría de la población del país. En este sentido la expresión “calmar los mercados” es un eufemismo utilizado para encubrir la defensa del orden concentrador prevaleciente.

Los mecanismos utilizados para imponer los intereses hegemónicos son muchos y diversos. De un modo u otro, procuran desestabilizar las bases de sustentación de cualquier gobierno que amenace su predominancia. Siembran alarmas, temores, agigantan incertidumbres para forzar ajustes de políticas públicas que les favorezcan. Inducen inestabilidad cambiaria y presiones inflacionarias, manipulan exportaciones e importaciones (no registran movimientos, sub o sobre facturan según les convenga), evaden o eluden impuestos, fugan capitales mal habidos. Si sostener todo esto implica calmar los mercados estaríamos castigando con dureza a sectores medios y populares.

¿Será que esa forma de “calmar los mercados” es la única posible? ¿No existen políticas que mejoren el funcionamiento de los mercados sin reforzar el proceso concentrador? Las hay solo que implican pulsear o antagonizar con el poder económico predominante.

Vale recordar que los mercados no son espacios homogéneos que perduran indefinidamente; todo lo contrario, sus estructuras y dinámicas cambian permanentemente. La historia muestra que todo sistema es vulnerable a circunstancias que afectan su sustentabilidad sea por la lucha de actores que resisten el sometimiento a las fuerzas hegemónicas, por el impacto de cambios tecnológicos, por crisis ambientales o sanitarias, por enfrentamientos geopolíticos o, también, por descomposición al interior de los sistemas.

Con esto en mente señalamos que hay estrategias alternativas para “calmar los mercados”, muy diferentes a las que sólo favorecen a las corporaciones dominantes. Estas estrategias se orientan a desmontar las operaciones especulativas, los abusos de poder de mercado con los que someten a trabajadores y a la amplia base del aparato productivo. Estas y otras medidas apuntan a que el propio proceso productivo asegure salarios justos y que las cadenas de valor funcionen de manera que se capitalicen todos quienes participan y no sólo las empresas que las lideran y controlan. Para materializar estos cambios de rumbo se requiere de un Estado no sometido al poder económico, capaz de regular la economía en base a la equidad y efectividad sistémica. Lejos de destruir los mercados, esta forma de “calmarlos” los refuerza a medida que logra despejar trabas y contradicciones que desvirtúan su funcionamiento.

De ahí que una forma alternativa de “calmar” los mercados plantee muy diferentes medidas que los dominadores. Entre otras, la necesidad de reducir los déficit fiscales sin sacrificar gasto social y ambiental sino mejorando la estructura tributaria y la efectividad del gasto público, eliminar la evasión tributaria y la fuga de capitales mal habidos, promover cambios en la matriz productiva para evitar recurrentes estrangulamientos de sector externo, reforzar y diversificar la actividad exportadora y de sustitución de importaciones, impulsar emprendimientos de base popular, asociativos y familiares, asignar los recursos necesarios a la ciencia y tecnología. Estos son apenas una muestra de las alternativas estratégicas.  

Esta forma de calmar a los mercados no refuerza el proceso concentrador sino busca movilizar factores productivos y culturales del país que han sido represados o esterilizados. Hace a una fase del derrotero soberano e inclusivo.

Redistribuir ingresos

Cuando se habla de redistribuir ingresos se asume, erradamente, que se trata de redistribuir a favor de los sectores medios y populares. Ojalá así fuera, pero con frecuencia, los ingresos se redistribuyen desde la base del sistema social hacia quienes siguen concentrando la riqueza y el poder decisional. De ahí que, aunque asombrase a algunos, lo primero a dirimir es a favor de quienes se redistribuyen los ingresos. Esta es una decisión política del más alto nivel necesaria para desenmascarar lo que habitualmente se encubre.

Si la redistribución de ingresos estuviese claramente orientada a favorecer sectores medios y populares, toca también decidir para qué se redistribuyen los ingresos. Esto es, se redistribuye para atender una emergencia social ocasional (imprescindible encararla) o una carencia que no cede (luz roja de alarma). En este segundo caso cambia el propósito redistributivo ya que toca enfrentar causas y no sólo los efectos del proceso concentrador negociando con dispar fuerza los recursos a redistribuir. Esto es sumamente peligroso porque en casos que el neoliberalismo retome el control del Estado, puede reducir montos y cambiar destinos redistributivos, como suele imponer. Para evitar brutales contramarchas toca consolidar lo propuesto para calmar los mercados, reforzando instituciones y asignando en mucha mayor magnitud los recursos a redistribuir.   

Ya no serían medidas iniciales para calmar la economía sino medidas estructurales orientadas a movilizar a plenitud la capacidad productiva, la justicia distributiva y el cuidado ambiental de la entera sociedad.    

Vale considerar algunos ejemplos concretos. En lo que hace a un eventual déficit fiscal ya no se trataría de reducirlo sino consolidarlo en un umbral apropiado para el desarrollo nacional. Esto exigirá establecer un sistema tributario progresivo, complementado con regulaciones, control y dura normativa para quienes evaden y fugan capitales mal habidos. Otra crítica asignación de parte de los ingresos redistribuidos debiera orientarse a transformar la estructura de la matriz productiva alentando actividades con baja demanda de insumos importados y alto potencial exportador. Otros ingresos redistribuidos debieran financiar a desarrolladoras y fideicomisos especializados en establecer o reforzar emprendimientos de base popular, mucho más allá de a una escala reducida como suele plantearse, sino a un nivel consistente con la magnitud que tiene la economía popular. Estas y otras aplicaciones de los recursos redistribuidos ayudarían a desmontar la apropiación concentrada de la riqueza y el consecuente oligopolio decisional.   

Rumbo soberano e inclusivo: hacerlo posible

Un país soberano que toma decisiones para beneficiar al conjunto de su población encara un proceso no súbito, sino que se construye con determinación colectiva sostenida en el tiempo. Como se señaló, puede avanzarse incluso cuando surge el reclamo de calmar a los mercados, siendo que puede realizarse a favor o en contra de los sectores medios y populares. Más aún el rumbo soberano e inclusivo se fragua cuando se aprueban medidas redistributivas, definiendo quienes se favorecen con la redistribución, con qué propósito, para financiar qué aspectos, con qué envergadura y cuáles secuencias estratégicas.

La traba inicial es desmitificar la engañifa que hay una sola forma de hacer las cosas, aquella que favorece a los dominadores. Con palabras encubridoras, la promesa que la riqueza que hoy se concentra “más adelante” se derramará hacia la sociedad nunca se cumple. De ahí que vale apuntar en otra dirección, que la riqueza (activos e ingresos), se genere distribuida desde el proceso productivo, cultural y de cuidado. Esto es, riqueza generada al interior de todas las cadenas de valor expresada en salarios justos para los trabajadores, en precios a pequeños y medianos proveedores que posibiliten puedan cerrar la brecha de capitalización respecto a las empresas líderes, y protección a los consumidores para que no tengan que ceder ingresos ante los abusos que ejercen las corporaciones oligopólicas.

Quede claro que ese rumbo soberano e inclusivo no apunta a destruir actividades productivas sino a reforzarlas asegurando equidad en el reparto de los resultados que la sociedad genera. No sólo los dueños del capital generan la riqueza, se la atribuyen abusando del poder que detentan. La riqueza es generada por la entera sociedad, trabajadores, organizaciones sociales, entidades de desarrollo y el Estado con servicios que presta e infraestructura que construye. Si se ignorase como se genera la riqueza, quedaría expuesta la sociedad a una artera justificación ideológica de la dominación.  

Como cierre una reflexión que muchos realizamos sobre la viabilidad de lo pregonado. No es posible enfrenar poderes que oprimen con una población fragmentada, desmovilizada, presa del temor y la desesperanza. Los dominadores saben manipular la opinión pública e imponer valores y sentido común que les sirve para debilitar resistencias. Para superar el sometimiento es esencial superar la fragmentación social, hacer converger voluntades, alinear la diversidad de intereses que anida en los sectores medios y populares. Se trata de construir otro poder surgido de establecer esclarecidas coaliciones políticas que permitan triunfar electoralmente y, más fundamental aún, gobernar con efectividad sin traicionar a la base social representada.  

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