Buenas prácticas, mejores propuestas

Los programas que identifican y premian buenas prácticas han hecho una importante contribución para alentar innovaciones y diseminar resultados. Como toda línea de acción, pueden valerse de esa experiencia para evaluar su desempeño y ajustarse a las cambiantes necesidades de nuestros países del Hemisferio Sur. Este artículo analiza algunas características de los programas de buenas prácticas y ofrece sugerencias para robustecer su efectividad Diferentes organizaciones nacionales y foros internacionales han venido desarrollando programas para identificar y hacer conocer buenas prácticas, formas de resolver necesidades que afectan a grupos sociales o comunidades. Se considera que una práctica es “buena” cuando cumple ciertos criterios que quienes han diseñado el programa de buenas prácticas han establecido previamente según su “leal saber y entender”. Esto tiñe, condiciona y orienta el accionar de los programas ya que, como se verá más adelante, las ideologías, perspectivas y valores de los programadores y sus mandantes inciden sobre la comprensión de lo que sucede y se proyectan sobre la intencionalidad e impactos esperados de la buena práctica.

Las buenas prácticas surgen de esfuerzos que, frente a desafíos contemporáneos, han logrado ejecutar apropiadas soluciones. Cada programa define cuáles son los desafíos contemporáneos que recomienda encarar y sobre qué base se evalúa una solución como apropiada; quedan así consagrados los propósitos que se persiguen y los tipos de buenas prácticas a identificar.

Adicionalmente se requiere que los esfuerzos se sostengan en el tiempo de modo de asegurar que sus positivos efectos sobre las dinámicas sociales movilizadas puedan mantenerse o acrecentarse. Una buena práctica que se estanca en sus logros iniciales y no logra sostenerse en el presente para luego proyectarse hacia el futuro habría perdido buena parte de sus atributos y esterilizado la potencialidad que anidaba en ella.

Representatividad de las buenas prácticas

Las buenas prácticas que los programas identifican representan una fracción ínfima de las que germinan como soluciones y potencialidades en el mundo. Esto es así por varios factores entre los cuales destacamos los siguientes:

(i) Dentro del universo de buenas prácticas que existen se identifican unas pocas dadas las restricciones y limitaciones propias de todo proceso de selección: (a) por razones de difusión y acceso a la información, el proceso de selección es conocido por un reducido segmento de quienes impulsan las innovaciones/buenas prácticas que se están implementando en el mundo; (b) algunos de quienes se informan del proceso no les interesa participar del mismo, sea porque son suficientemente conocidos y consideran que lo que obtendrían de su participación es marginal o no relevante, sea porque no coinciden con los criterios y pautas de selección; (c) otros se interesan pero no disponen de la energía institucional ni de la familiaridad respecto a un proceso de selección que lleva inherente en su seno una dimensión administrativa más o menos burocrática con exigencias que restringen su capacidad de participar; (d) numerosos grupos están realizando valiosas iniciativas sin considerarlas buenas prácticas, sea por modestia, falta de reconocimiento de terceros o por desconocer esa categorización.

Estas restricciones pueden reducirse con mejores enfoques y metodologías de trabajo pero no eliminarse. Por cierto no invalidan el esfuerzo de selección pero marcan una seria limitación y una inevitable imperfección expresada en un severo sesgo en cuanto a la representatividad y naturaleza del conjunto escogido de buenas prácticas: tienen enorme ventaja las que están cercanas y familiarizadas con las redes de diseminación utilizadas, de ellas sólo participan las que aceptan los criterios y pautas de selección establecidos, que además disponen de la energía institucional necesaria para preparar su presentación que no suele ser sencilla (requiere de una cierta pericia) y se avienen a navegar las distintas fases establecidas por el proceso de selección. En este sentido puede presentarse un sesgo a favor de prácticas mediocres que disponen de buenos equipos de comunicación en detrimento de prácticas más significativas que “no tienen quien les escriba”.

(ii) Las buenas prácticas que están en ejecución pudieron concretarse por una serie de factores impulsores y otros facilitadores que son esencialmente singulares y propios de cada situación específica. Identificarlos ayuda en algún grado porque podrían hacer parte de un menú de factores deseables para generar buenas prácticas. Sin embargo, esto se relativiza y se hace enormemente complejo cuando vemos que no sólo cabe identificar factores impulsores y facilitadores sino que, además, es imprescindible apreciar cómo se relacionan entre sí, sus múltiples efectos cruzados, las secuencias temporales y territoriales, contradicciones, tensiones, eventuales sinergias, fuertes cambios del contexto nacional o global, entre muchas otras cuestiones que hacen a la singularidad y especificidad de cada situación; este cúmulo de circunstancias dificulta cualquier extrapolación o, en ciertos casos, puede incluso tornarla de futilidad absoluta.

Esto tampoco invalida el esfuerzo por conocer buenas prácticas pero afecta uno de los más importantes atributos exigidos: que sirva como referente para distintos esfuerzos que pudieran estar germinando o prontos a germinar en otras partes. Hay quienes no son conscientes de las inevitables peculiaridades, siempre singulares, de todo proceso social y consideran ingenua o negligentemente que una determinada buena práctica podría funcionar como un modelo a seguir. Esa prédica de modelos termina siendo una imposición cultural que ignora y no respeta los valores y las utopías referenciales de las comunidades locales, enfrentadas así con concepciones y rumbos propuestos que les son ajenos. Las buenas prácticas pueden ser inspiradoras y en ese sentido servir como motivación para actuar según propias concepciones y anhelos; conocerlas podría llevar a emular, transformar o negar la buena práctica de modo de ayudar a labrar una senda original.

Esta dimensión política-cultural de toda buena práctica exige actuar con suma cautela para no terminar contrabandeando valores o intereses extraños a las comunidades que se pretende servir. Es una alerta que los programas de buenas prácticas harían bien en adoptar: prevenir que enfoques presentados como “consagrados” no afecten la singularidad creativa que anida en toda comunidad.

Naturaleza de las buenas prácticas

Existen muchos tipos de buenas prácticas y pueden ser clasificadas de muy diversas maneras. Una opción es diferenciar entre buenas prácticas que (a) resuelven problemas específicos dentro del orden establecido y pueden inspirar otras intervenciones similares y (b) sirven como elementos de prueba para el establecimiento de políticas públicas que faciliten transformar el rumbo y la forma de funcionar de comunidades, regiones o países.

Unas y otras se diferencian por los propósitos que persiguen, los desafíos que les toca encarar, sus enfoques de trabajo y las dinámicas e impactos que van generando. Requieren, por tanto, muy distintos apoyos y eventuales acompañamientos de los programas de buenas prácticas.

Condicionantes que pesan sobre la replicabilidad y la sustentabilidad

Vale introducirse en este tema visualizando las notorias diferencias que existen en esta materia entre el accionar privado que básicamente procura obtener beneficios económicos y el accionar de buenas prácticas principalmente orientadas a aportar al bienestar de grupos o comunidades. Tomemos como referencia del accionar privado a las franquicias comerciales que, por su propia estructura, están obligadas a prestar especial atención a la replicabilidad y sustentabilidad de su modelo de negocio. Las franquicias comerciales, grandes, medianas y pequeñas, son negocios privados que se crean para atender alguna necesidad de consumo masivo de la población. Se estructuran como una red de establecimientos todos bajo una conducción centralizada que es la que establece las reglas de funcionamiento y de distribución de resultados entre las partes intervinientes (franquiciador y franquiciados). En ellas la replicabilidad es esencial porque sustenta su eventual crecimiento que asegura ofreciendo un modelo supuestamente atractivo de negocio al eventual franquiciado siempre que acepte ciertos términos contractuales.
Se establecen derechos y obligaciones asegurando financiamiento para equipamiento y puesta en marcha de la unidad franquiciada, asistencia tecnológica y de gestión, capacitación, comercialización de la marca, provisión de insumos, supervisión general. De este modo, la replicabilidad del modelo de negocio va estrechamente asociada con una propuesta de sustentabilidad económica. Algunas franquicias, forzadas por la opinión de clientes o por convencimiento, pueden respetar criterios de cuidado ambiental e interesarse por el bienestar de las comunidades en las que operan pero ninguna se desvía de su propósito básico que es obtener el máximo posible de utilidades.

En cambio, cuando nos referimos a la replicabilidad y sustentabilidad de una buena práctica no estamos concibiendo una organización que se expande sino considerando formas lo más efectivas posibles para compartir experiencias y resultados entre diversos actores sociales con la esperanza que puedan servirles para resolver parecidas necesidades no cubiertas en sus comunidades. No hay por cierto una unidad centralizada de gestión, tampoco se ofrece financiamiento y sólo muy eventualmente alguna ocasional asistencia técnica. A esto se suma lo ya señalado acerca de la singularidad de cada situación y las gruesas diferencias de contexto y de circunstancias internas con que se enfrentan las prácticas sociales. Tal vez el común denominador que acerca a quienes conducen estas iniciativas sea básicamente tener similares preocupaciones y una real necesidad de testar y mejorar sus enfoques de trabajo. No sorprenden entonces las enormes disparidades que existen con respecto al accionar privado, no sólo en cuanto a la posibilidad de replicar buenas prácticas sino también a la naturaleza de lo que se anhela replicar y a los mecanismos técnicos y motivacionales disponibles.

Todo esto no anula pero sí condiciona los espacios para promover la replicabilidad de las buenas prácticas vinculándola con sus condiciones de sustentabilidad; obliga a re-conceptualizar y mejorar significativamente las actividades orientadas a compartir experiencias sobre novedosas formas de abordar soluciones. Eventos masivos donde decenas de buenas prácticas son presentadas en tiempos forzadamente cortos a grupos con muy diversos intereses y necesidades no logran buenos resultados; se necesitan otras más efectivas modalidades para alcanzar los objetivos perseguidos. El enfoque debiera ser personalizado, esto es adaptado a las circunstancias singulares de las diferentes situaciones y, en todo lo posible, ver de integrar la posibilidad de replicar una práctica con mecanismos concretos para favorecer su sustentabilidad económica y ambiental.

Este tipo de enfoque abre un promisorio aunque poco transitado espacio de innovaciones para facilitar al mismo tiempo la replicabilidad y la sustentabilidad de las prácticas sociales. Esto no es sencillo para quienes operan distantes de las realidades específicas que tienden a percibir como relativamente homogéneo el universo de “sus beneficiarios” cuando en realidad no lo es. Esto más que a ignorancia se debe a ciertas comunes características de las acciones burocráticas que, frente a la exigencia de lograr masividad de intervenciones y de resultados, responden con soluciones estandarizadas que no se adecúan ni compadecen con las singularidades propias de la diversidad de actores y circunstancias.

Los esfuerzos para replicar buenas prácticas necesitan iniciarse comprendiendo las carencias y las necesidades que priman en cada situación específica y qué opciones estarían disponibles para encararlas. Esto descarta eventos masivos tradicionales y llama a organizar otros más pequeños con grupos afines por objetivos y sectores de actividad para de ahí extraer formas de intercambios y seguimientos a la medida de sus necesidades y circunstancias. Este tipo de enfoque exige contar con sistemas descentralizados de apoyo y acompañamiento de prácticas sociales compuestos por redes de organizaciones y personas movilizadas por nodos coordinadores. Un aspecto crítico es que la selección del tipo de apoyo a recibir se realice en conjunto con los responsables locales de las prácticas y no se impongan como parte de un menú pre-establecido por quienes dirigen los programas de buenas prácticas; de igual modo valdría proceder para escoger a quienes fuesen a trabajar con ellas.

El caso de buenas prácticas económico-productivas

Dentro del universo de prácticas sociales existe un segmento con una muy diferente especificidad, el de actividades productivas y generación de empleos para trabajadores, pequeños productores y desocupados. Con los imprescindibles ajustes, esas actividades pueden beneficiarse de algunas de las modalidades de estructuración y organización que utilizan emprendimientos comerciales del tipo de las mencionadas franquicias.

Vale explicitar que el poder económico no es comparable y que la manipulación de preferencias que una actividad productiva orientada a maximizar ganancias impone con una masiva publicidad no se corresponde con las condiciones económicas ni con los valores sostenidos por quienes trabajan en el área de la economía social. En cambio existen efectivas modalidades organizativas que, debidamente adaptadas, pueden ser utilizadas. Por ejemplo, puede utilizarse una variante del sistema de franquicias que permite integrar en emprendimientos económicos de porte medio a pequeños productores hoy dispersos o desocupados con socios estratégicos que refuercen la capacidad de gestión y de acceso a mercados. Estas franquicias populares tienen otra estructura de propiedad que las comerciales, diferente forma de gestionar y de distribuir internamente los resultados, mecanismos para impedir abusos, instancias de apoyo económico y no económico a nivel de su Directorio, pero también utiliza algunos elementos de una franquicia comercial. En este sentido las franquicias populares consideradas buenas prácticas tienen mejores posibilidades de ser replicadas y de funcionar con sustentabilidad.

Quienes se interesen en revisar este tema puedan consultar [Desarrolladoras de emprendimientos inclusivos->http://opinionsur.org.ar/Desarrolladoras-de-emprendimientos?var_recherche=emprendimientos%20inclusivos] donde se explicitan principales características de las franquicias populares y un mecanismo para promoverlas; un ejemplo de aplicación a una realidad específica puede verse en [Turismo comunitario de excelencia->http://opinionsur.org.ar/Turismo-comunitario-de-excelencia].

Sugerencias para potenciar programas de buenas prácticas

Fue señalado que valiosos planteos, propuestas y posibilidades de acción quedan fuera del ámbito adoptado por los programas de buenas prácticas. Por cierto es legítimo sostener que este sesgo estructural, con las consecuentes ausencias debidas a “diseño”, no los invalida ya que todo campo del accionar humano es siempre un recorte de la realidad y, por tanto, de las posibilidades de actuación. Si bien aspiramos a enfoques integrales, son tantas las dimensiones y variables que intervienen para perfilar una realidad concreta que estamos forzados a escoger sólo subconjuntos de esos grandes y siempre expandibles universos. De ahí que uno de los mayores desafíos resulte ser seleccionar dimensiones y variables relevantes, cuestión que inevitablemente introduce un sesgo ideológico-interpretativo acerca de qué es más relevante y porqué lo es. Esto obliga a explicitar el sustento de nuestras preferencias que siempre cargan con algún grado, mayor o menor, de subjetividad.

Con esto en mente, lo que se propone es ajustar el accionar de los programas de buenas prácticas en varios frentes:

(i) trabajar para minimizar sesgos, facilitar mejoras sobre la marcha de las buenas prácticas y democratizar al máximo posible procesos y criterios de selección de las mismas;

(ii) incorporar un nuevo componente de prácticas emergentes, iniciativas recién iniciadas que aun sin trayectoria presentan un sólido potencial transformador;

(iii) si bien todas las buenas prácticas de una forma u otra pueden llegar a incidir sobre políticas públicas, hay algunas que actúan específicamente como elementos de prueba en el proceso de transformar las políticas públicas existentes o de establecer otras nuevas; se propone considerarlas diferenciadamente;

(iv) operar no como responsables de identificar y premiar buenas prácticas sino como nodos de movilización de organizaciones de promoción, asistencia y acompañamiento de buenas prácticas; en lugar de actuar esencialmente como tribunales de selección de buenas prácticas, promover mecanismos descentralizados de incubación de buenas prácticas estableciendo sistemas locales de apoyo y acompañamiento de su desarrollo y consolidación.

Cada uno de estos frentes requiere de conjuntos de medidas de implementación que Opinión Sur procurará considerar con quienes ejecutan programas de buenas prácticas antes de presentarlas en un próximo artículo.

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El autor agradece a la Socióloga Claudia Laub por sus comentarios al revisar los borradores de este artículo que permitió profundizar en buen grado el análisis e incluir aspectos que no habían sido considerados.

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