Aventuras y Desventuras de la Democracia en el Contexto Geopolítico Actual

Este articulo trata de rastrear las raíces sociológicas de la polarización política en el ámbito nacional e internacional y su relación con la democracia.

Como sostuve en una entrevista reciente en un periódico argentino[i], la democracia tiene una justificación histórica y filosófica: la alternancia en el poder con la esperanza de que cada gobernante sucesivo sea menos arbitrario y despótico que el precedente. En ese proceso va aumentando la participación de la ciudadanía. Es un proceso largo, incompleto, y con altibajos. Ese es su atractivo general, aunque la practica democrática tiene muchas etapas y variaciones en cada contexto nacional.

Empezó a ser una democracia de masas hace más de un siglo. Ahí existe un peligro: la posibilidad de volverse una democracia totalitaria, donde una presunta voluntad general expresada en las urnas suprima otras posiciones; en la que quien gana, gana todo y no puede aceptar la disidencia. El peligro existe desde su propia fundación como idea.

Para evitar el desborde democrático,  en Occidente se le agregó un componente republicano: una estructura institucional que evite la concentración de poder. Se trata de la división tripartita entre un poder legislativo, un poder ejecutivo y un poder judicial. Ese fue el modelo anglo-sajón: participación popular sin desborde social, sin cortocircuitos a las instituciones republicanas.

Ocurre que las democracias contemporáneas tienen un fuerte sesgo populista y unitario. En consecuencia, pueden generan una conexión directa entre el mandatario y el pueblo, sin filtros, donde se pasa por alto a los partidos políticos y a la división de poderes. El sociólogo alemán Max Weber le dio un nombre a esta versión: democracia plebiscitaria con líderes fuertes (Plebiszitaren Fuhrerdemokratie). Esa tendencia se ve reforzada cuando existe una polarización en el seno de la sociedad.

Me explico. La polarización política (adherencia grupal a posiciones intransigentes) socava el componente social de la democracia, que es la cultura cívica. A mi juicio la polarización política es una gramática de poder, una misma forma con distintos contenidos. Esto quiere decir que primero se busca la pelea y después el pretexto para la misma. Por eso se traslada a cualquier ámbito.

Esta tendencia proviene de un rechazo o resentimiento a una sociedad moderna, compleja y anómica. En este marco, algunas personas apuestan a todo o nada. Ese tipo de pensamiento binario, tajante, reduce la política a un enfrentamiento entre amigo y enemigo en vez de una discusión entre rivales capaces de negociar. La teorización de esta polarización la hizo otro teórico alemán: Carl Schmitt. En la polarización la cultura cívica no existe, ya que se rechaza la convivencia, el debate, el compromiso y la alternancia. Esta división tajante entiende la política como una guerra y no como espacio de discusión. Prende en contextos de incertidumbre en los que las sociedades buscan soluciones rápidas.

En muchos países esa polarización se dio a veces en términos de una idea de democracia desbordante: ella genera el temor a desembocar en un sistema totalitario, y entonces se propiciaron soluciones (como un golpe autoritario-militar) que la paren. Eso no es alternancia sino un péndulo peligroso. Aquí entra a jugar una variable que he estudiado con alguna detención: el papel que juega el miedo en la política y en la sociedad.

Estamos en una época en la que se suele utilizar con exceso el miedo para movilizar políticamente a un electorado. Se exagera la inseguridad, el auge del crimen o el narcotráfico, para dar ejemplos. Este tipo de movilización del miedo se da hoy en muchas sociedades.

El miedo a perder derechos o ser atacados es un factor de movilización. La existencia de un enemigo, muchas veces ficticio, genera una situación disfrazada de emergencia que, a su vez, lleva al reclamo de una autoridad fuerte. No es una política de movilización fundada en la esperanza, que es la antítesis del miedo, por ejemplo una movilización primaria de los excluidos que quieren entrar al sistema, sino una política que presagia un mundo más peligroso, es decir, una actitud reaccionaria y defensiva.

¿Cómo se vinculan la libertad del individuo, la sujeción y el miedo? Así como hay un deseo de libertad para salir del miedo, existe también un miedo a la libertad. Frente a la angustia de quedar desplazado y en soledad surge la búsqueda de protección. Esta puede ser autoritaria, donde alguien indica qué hacer, o comunitaria, al estilo de una tribu o manada.

Hay dos motores que impulsan la acción social: el deseo de autorrealización y el deseo de dar a los descendientes un futuro mejor. Cuando el futuro parece incierto, surge el deseo de orden y seguridad, es decir, una demanda de autoritarismo. Lo contrario a ello sería que la libertad signifique progreso, tranquilidad, y aumento de la felicidad. Pero hoy, por ejemplo, en el discurso ecológico o el de cambio climático hay advertencias sobre un futuro peor, y angustia respecto del porvenir. Lo mismo sucede con emergentes tecnológicos como la inteligencia artificial. Entonces queremos certezas. De ahí viene un resurgimiento de las religiones, pero también de los prejuicios y todo aquello que implique rechazar la incertidumbre y buscar la salvación de manera no racional. Esto tiene consecuencias en el plano geopolítico.

En las relaciones internacionales hoy cada país se ensimisma y se aferra al tradicional concepto de soberanía. Quiere vivir con lo suyo y es receloso de los vecinos. Eso entra en profunda contradicción con la necesidad, cada vez más urgente, de producir una respuesta coordinada internacional frente a los desafíos planetarios, que no pueden afrontarse desde el nacionalismo.

Hoy, en un mundo globalizado con tensiones entre grandes potencias, otros países pueden correr el riesgo de que los hagan jugar en un partido que no es necesariamente el suyo. En la nueva pugna globalizada entre Estados Unidos y China, a la que se van sumando otras potencias, un país diferente tiene que hacer caso a la advertencia que hacen los africanos con la expresión “cuando dos elefantes se pelean, el que sufre es el pasto”. Y así será mientras no se vislumbre un nuevo orden internacional que reemplace al que estábamos acostumbrados y que a ojos vistas hoy fenece.


[i] https://www.clarin.com/opinion/juan-corradi-polarizacion-politica-gramatica-poder-socava-democracias-dentro_0_PRROqBK95h.html

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