Los grandes cambios geopolíticos (en tiempo humano), igual que los cambios tectónicos (en tiempo geológico) se preparan primero lentamente y luego irrumpen con fuerza en poco tiempo. Podemos hacer una extensión del significado habitual propio del ámbito de la geología que se produce por movimientos de la corteza terrestre, y aplicarla al estudio de la política entre estados.
Los movimientos estructurales de la placa terrestre provocan cambios profundos, radicales, muy fuertes. Este mismo sentido se ha extendido al lenguaje político en frases como «La agresión directa de un país contra otro, como la invasión rusa de Ucrania, seguida por el distanciamiento norteamericano de Ucrania con Trump y su acercamiento a Rusia han provocado cambios terribles, tectónicos;” así como en otros ámbitos los cambios provocados por el mundo digital –en especial la inteligencia artificial– afectan a todos los sectores de la economía y de la sociedad.
El panorama geopolítico del siglo 21 contiene cuatro alternativas: (1) nueva hegemonía norteamericana; (2) hegemonía china; (3) condominio; (4) guerra. Agrego: cada una de ellas tiene variantes y presenta opciones. Me concentraré en la primera.
La primera alternativa es la más fácil de apreciar, porque los EEUU ejercieron la hegemonía por unos 80 años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días. Hoy ese modelo de hegemonía o “arquitectura mundial” está resquebrajado en parte por las consecuencias de su propio éxito. Propiciaron un crecimiento global que empoderó a otros beneficiarios, y estos se fueron volviendo rivales en poder y en riqueza. Hoy los EEUU estan en pleno retroceso como poder hegemónico, — no en todas las dimensiones, pero si en dos pilares fundamentales de su dominio anterior: sus alianzas y sus valores.
En el modelo hegemónico anterior, las alianzas fueron en general tanto extensas como sólidas. Comprendieron países importantes en varios continentes, desde Europa hasta Asia y Oceanía, pasando por el vecindario en su propio hemisferio. Ese conjunto recibió nombres distintos –‘mundo libre,’ ‘Occidente’, ‘primer mundo,’ etc., enfrentado con éxito as su rival soviético. Los países aliados por lo general gozaban de una afinidad electiva en sus sistemas políticos y sociales, a saber, la democracia liberal y el reformismo social. En el mundo desarrollado los países socialistas rivales –a veces denominados el ‘segundo mundo,’ quedaron a la defensiva. Sólo en el llamado ‘tercer mundo’ (países dependientes o en desarrollo) mantuvieron una actitud ofensiva, con su apoyo a varias revoluciones y movimientos de liberación, porque allí la hegemonía norteamericana era más brutal y despótica. Siguiendo a un distinguido politólogo de esa era, podemos calificar ese orden con el rótulo de ‘democracia depredadora.’[1] La guerra en Vietnam fue emblemática al respecto. Su desenlace fue un anticipo de una retirada posterior en otros terrenos.
Con esa retirada internacional sumada a una involución reaccionaria interna, los EEUU pasaron de ser una democracia depredadora a una autocracia depredadora. La estructura esquizoide del primer sistema –democracia y prosperidad fronteras adentro; propaganda y explotación en el mundo subdesarrollado con destrucción de democracias en nombre de la seguridad—está siendo reemplazada por una amalgama de autoritarismo interno y rapiña descubierta en lo externo. No se trata de un complejo esquizoide sino de un extraño autismo prepotente (autarquía más robo).
El problema estratégico de los EUU en esta transición es la indistinción entre una postura dura de poder sin cortapisas, que recuerda a la interacción entre las potencias en el siglo 19 y la mitad del 20 (a veces denominado de equilibrio de poderes entre estados fuertes), y una postura disruptiva y caprichosa, sin plan de largo plazo, y a merced de un autócrata impulsivo. Esta última postura exacerba la anarquía inherente a un sistema de estados carente de un ordenamiento superior. El resultado neto es una mayor probabilidad de guerra. Peor aún, las armas de destrucción masiva (nuclear y cibernética) pierden capacidad disuasiva directamente proporcional a su proliferación.
En otros términos, se advierte una puja entre un realismo estratégico clásico con abandono del liberalismo expansionista de las décadas anteriores, por un lado, y un aislacionismo prepotente frente a antiguos aliados y transaccional con nuevos rivales, por otro lado. En el frente externo (relación entre estados), la primera mitad de la ecuación es correcta; la segunda es desastrosa.
En el frente interno se advierte una fuerte tendencia al autoritarismo –la llamada “democracia iliberal.” En los EEUU se observa una claudicación o sumisión voluntaria e incondicional de las instituciones republicanas similar a otros ejemplos históricos. Un buen análisis de ese proceso puede encontrarse en el trabajo de investigación del sociólogo Iván Ermakoff, de la Universidad de Wisconsin-Madison. La teoría de Ermakoff, explorada en su libro Ruling Oneself Out: A Theory of Collective Abdications,[2] analiza la abdicación como resultado de un proceso de alineamiento colectivo, especialmente en tiempos de crisis e incertidumbre, utilizando una metodología interdisciplinaria.
Ermakoff se centra en casos paradigmáticos de abdicación voluntaria y sin condiciones, como la aprobación del conocido Gesetz zur Behegung der Not von Volk und Reich (Ley para el remedio de las necesidades del Pueblo y del Reich, o súper ley de necesidad y urgencia, de 1933) que permitió a Hitler cambiar la constitución sin supervisión parlamentaria, y la transferencia de poderes a Pétain en Vichy, Francia, en 1940.
Las explicaciones convencionales atribuyen estas acciones a presiones coercitivas, errores de cálculo o contaminación ideológica. Ermakoff argumenta que estas explicaciones son incompletas o engañosas. Ermakoff reinterpreta la abdicación como el resultado de un proceso de alineamiento colectivo, destacando los mecanismos de alineamiento en tiempos difíciles y la importancia de las creencias, percepciones y estados subjetivos de los actores.
Su teoría puede explicar el ascenso al poder de personajes como Trump en los EEUU y Milei en Argentina. El problema de estos personajes es que no logran hasta ahora consolidar el alineamiento colectivo que los llevó al poder. A mi juicio, esta es una diferencia importante con las dictaduras del siglo 20. Se parece más bien a la descripción de la situación del imperio austro húngaro en las postrimerías del siglo 19. Se atribuye a un político de la época (Víctor Adler) la expresión “Autoritarismus gemildert durch Schlamperei”, que podemos traducir por “Autoritarismo moderado por la torpeza.” En las administraciones (sic) de Trump y de Milei, como señala el historiador y periodista argentino Carlos Pagni, la torpeza se ha vuelto más que un defecto una ideología, proclamada por líderes de la anti-política.
No es mi propósito en este artículo analizar el proceso interno de alineamiento colectivo frente a los desplantes del ejecutivo en la administración norteamericana. Me concentraré en los resultados de su actuación en la modalidad de “toro desatado” en el campo de las relaciones internacionales.
El cambio de una democracia liberal depredadora a una autocracia demoledora producirá con cierta probabilidad los siguientes resultados geopolíticos, tanto deseados como no deseados. Queda a cargo del lector hacer el balance de los dos.
Con el giro de 180 grados en la relación de los EEUU con los aliados históricos, los principales efectos (relativamente positivos para Occidente) serían:
- Efecto revelador de la debilidad europea. Sinceramiento.
- Posible refuerzo de la unidad europea frente a su desprotección estratégica.
- Rearme de la potencia principal en la Unión Europea (Alemania) y coordinación con los dos poderes nucleares en Europa.
- Acercamiento estratégico del Reino Unido a la UE post-Brexit.
- Acercamiento relativo entre EEUU y Rusia, dejando las manos libres a los EEUU para enfocar su estrategia de contención de China.
Efectos negativos o no deseados:
- Posible proliferación nuclear en Europa (Polonia, Alemania)
- Fracaso (por impericia) en el intento de “desenchufar” la alianza Rusia-China.
- Resquebrajamiento de confianza y coordinación estratégica de los EEUU
con Europa. Fin de la OTAN.
- Mayor antiamericanismo europeo tanto de izquierda como de derecha.
- Fragmentación europea continua con abandono de un rol geopolítico central.
- Transición en Europa de potencia mundial a un continente museo.
- Cambio en la identidad de Occidente.
- Continuo y paciente avance geo-estratégico de China.
Este último es el punto clave y será objeto de una reflexión ulterior.
Por el momento me atrevo a decir que las ganancias geopolíticas de los EEUU en el corto plazo aseguran su declino estratégico a largo plazo. Una hipótesis que podemos barajar a futuro sostiene que la ideología y práctica de la torpeza por parte de líderes de la anti-política, si logran imponerse en sociedades complejas, ha de conducir a una fragmentación localista (como ocurrió en la Edad Media), con esta novedad: el conjunto geopolítico estará (mal) coordenado por las redes y la inteligencia artificial.[3]
[1] Barrington Moore, Jr., Reflections on the Causes of Human Misery, Boston: Beacon Press, 1972.
[2] Publicado por Duke University Press, 2008.
[3] Ver Yanis Varoufakis, Techno feudalism, New York: Melville Press, 2025.
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