Un niño abandonado

Un obispo de una ciudad mesopotámica allá inmersa en el interior de un gran país habló con coraje verdades en la noche de Navidad. Es cierto, habló de sus verdades y las acunó en sus creencias, en su fe religiosa. Pero lo que dijo llegó con una brisa casi universal más allá de alambrados y de religiones demarcadas. Habló de la ternura y de las caricias; del consumismo y de lo superfluo; de querer siempre divertirse sin sufrir; de anestesiar el pensamiento y, ninguna sorpresa, de caer en la angustia existencial, aquella temida compañera de mil noches, madrugadas y cabezas. Un niño abandonado [[Sentimientos inspirados en el artículo Un niño llora en la noche de Belén, de Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú, publicado en La Nación el 24 de diciembre de 2010]]

Un obispo de una ciudad mesopotámica allá inmersa en el interior de un gran país habló con coraje verdades en la noche de Navidad. Es cierto, habló de sus verdades y las acunó en sus creencias, en su fe religiosa. Pero lo que dijo llegó con una brisa casi universal más allá de alambrados y de religiones demarcadas. Habló de la ternura y de las caricias; del consumismo y de lo superfluo; de querer siempre divertirse sin sufrir; de anestesiar el pensamiento y, ninguna sorpresa, de caer en la angustia existencial, aquella temida compañera de mil noches, madrugadas y cabezas.

No pudo con su genio y, cuando un locutor presentó al gordo traspirado vestido de rojo y barba con paquetes de colores como el personaje central de la Navidad, estalló. Habló como una persona, creyente o no creyente, debiera hablar. Pongo mis palabras a sus ideas al escribir que demasiado goce compulsivo entraña nada; empujamos y apretamos para quedarnos con la nada. Del aturdido y alienado egoísmo emerge un consumismo irresponsable que despedaza la fibra del planeta; es la glotonería incontenible de la ansiedad y del miedo; es la contra cara de amordazar búsquedas y preguntas que, por simples, terminan esenciales, como por qué y para qué vivo, qué siento por los otros y por el niño abandonado.

Las palabras-fuerza asustan por que son fortalezas abiertas a las que podríamos acceder; mejor ahuecarlas y sentirlas fuera, un poco ajenas: paz, justicia, libertad, amor, plenitud.

Difícil reconocer senderos en praderas inmensas porque, dijo el poeta, se hace camino al andar y, al mirar atrás, resulta que nuestros pasos son estelas en el mar ¿Cómo explicar una marcha de siglos con tantas brújulas con montones de nortes? Quizás no haya que explicar nada, tan sólo buscar inspiración e inspirar. Construir con semillas y una espalda para soportar pesos.

Pasamos, dijo el religioso, del “pienso, luego existo” al “consumo, luego existo”. Y, en cambio, cuando la hojarasca cae (aunque mejor lo fuera antes del desnude final), habla del “Amo y soy amado, luego existo”.

¿Querrá decir que los millones que odian desde las tripas andan allá perdidos en un no-existir? Pero es que esos odios dañan a 360 grados. Me pregunté: ¿Es el amor o la firmeza nuestra protección? Pensé y pensé y apenas si pude imaginar que la firmeza es el escudo y el amor la construcción.

Mucho más habló de la Navidad pero aquello ya no humedeció como la garúa al campo madrugador. Más bien me intrigó el niño abandonado que llora en la noche y me pregunté si sería realmente el de Belén, o el de la villa, la favela, el barrio; ¿sería el de la pobreza o el de la abundancia? No recuerdo quien me escuchó pero sí recuerdo que dijo que ese niño abandonado que llora una noche cualquiera de las navidades cotidianas somos nosotros mismos. Con ello me acurruqué y completé el día.

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