Resolviendo la Crisis Alimentaria: los lí­deres globales fracasan en hacer cruciales reformas

Los picos de subas ocurridos en los precios globales de alimentos en 2007-2008 sirvieron como llamada de atención para la comunidad global sobre las deficiencias de nuestro sistema alimentario global. Los precios de los productos primarios que son commodities se duplicaron, el número de personas que padecen hambre superó los mil millones y los disturbios a causa de los alimentos se extendieron por los países en vías de desarrollo. Un segundo pico de precios en 2010-2011 que elevó el monto global de importaciones de alimentos a un aproximado de $1.3 billones, mostró que mientras los líderes globales pueden ahora estar alertados sobre los problemas, nuestros sistemas agrícolas siguen siendo gravemente defectuosos.

Varias instituciones intergubernamentales respondieron con rapidez y determinación a las señales de alarma de los precios de alimentos. Pero los gobiernos más poderosos aún se muestran renuentes a una reforma. Solamente en los últimos dos meses del año pasado, tanto el G20, la OMC como la Cumbre Climática de Durban convirtieron grandes oportunidades para actuar en pequeños comunicados de poca importancia.

En nuestro nuevo informe, “Resolviendo la Crisis Alimenticia: Evaluando las reformas políticas globales desde el 2007”, encontramos que la reciente crisis ha sido un catalizador para importantes reformas de políticas pero los gobiernos deben aún encarar sus causas subyacentes. Al evadir reformas estructurales más profundas, los países que dominan los mercados agrícolas internacionales dejan al mundo en riesgo de otra devastadora crisis alimenticia.

El informe, publicado por el Global Development and Environment Institute (Instituto de Desarrollo Global y Medioambiente) de la universidad de Tufts, está basado en un análisis integral de las políticas y acciones implementadas desde el 2007 por cuatro grupos de actores: las Naciones Unidas, el G-20, el Banco Mundial y donantes internacionales.

Hay mucho que aplaudir. La crisis de precios ayudó a revertir un declive de hace tiempo en el apoyo de donantes a la agricultura de los países en desarrollo. Gran parte del renovado apoyo reconoce el importante rol que juegan los gobiernos para reparar las fallas de mercado que asolan a la agricultura. Muchos gobiernos de países en desarrollo comenzaron a repensar la ortodoxia predominante acerca de que podían importar en vez de invertir en cultivar sus propios alimentos. Muchos hoy enfatizan la producción nacional de alimentos y el rol central de los pequeños agricultores y mujeres. También notamos una alentadora atención en planes locales y nacionales hacia los aspectos ambientales, incluyendo el cambio climático.

No obstante, estas reformas distan considerablemente de lo que se requiere para satisfacer las actuales y futuras necesidades globales de alimentos en forma sustentable. Un nuevo financiamiento internacional es bienvenido, pero solamente $6.1 mil millones de los $22 mil millones a los que se comprometió el G8 a lo largo de tres años verdaderamente representaría nuevo financiamiento. Esas promesas podrían no materializarse y de todos modos están muy por debajo de lo que se necesita. Además tienen un enfoque muy limitado CONCENTRADO EN ((a)) incrementar la producción. Esto sólo alienta la expansión de una agricultura industrial basada en insumos externos y en un petróleo cada vez más costoso.

Como dijo el Delegado Especial sobre el Derecho a la Alimentación de las Naciones Unidas cuando aceptó su tercer mandato en 2011, “Se ha prestado demasiada atención a encarar el desajuste entre oferta y demanda en los mercados internacionales – como si el hambre global fuese el resultado de la escasez física a nivel agregado – mientras se ha prestado comparativamente demasiada poca atención tanto a los desequilibrios de poder en los sistemas alimentarios como al fracaso en apoyar la capacidad de pequeños agricultores para alimentarse a sí mismos, a sus familias y comunidades.”

Un cambio estructural en los mercados globales está en marcha, causado por la profundización de la integración de mercados agrícolas, energéticos y financieros en un mundo limitado en recursos y aún más vulnerable debido al cambio climático. Poderosas multinacionales dominan esos mercados y demoran, desvían o frenan necesarios cambios en políticas. Esto lleva a que instituciones internacionales promuevan reformas favorables al mercado pero que se resistan a imponer regulaciones requeridas para asegurar el buen funcionamiento de mercados agrícolas y de alimentos.

Un cambio de paradigma en políticas también es necesario. Los gobiernos deben desanimar la expansión de biocombustibles industriales, regular la especulación financiera, limitar inversiones irresponsables en tierras, alentar el uso de reservas de estabilización para moderar las fluctuaciones de precios, reducir la dependencia de combustibles fósiles, promover prácticas agro-ecológicas y reformar las reglas de comercio global.

Desafortunadamente, las instituciones examinadas han mostrado poca inclinación a tomar firmes acciones. Las naciones económicamente más poderosas del mundo declararon en el G20 que ejercerían su liderazgo en seguridad alimentaria pero luego no encararon reformas. Esto ha enfriado los esfuerzos por promover reformas en otros sitios del sistema internacional, más notablemente en las Naciones Unidas.

En especial tres áreas requieren de una acción decidida. Primero, la expansión de biocombustibles debe ir más despacio. Ella es ampliamente reconocida como uno de los factores clave detrás de la suba de precios de los commodities agrícolas, impulsada en los países afluentes por incentivos gubernamentales. Segundo, los elevados niveles de volatilidad de los precios deben ser encarados. Las regulaciones financieras deben limitar la especulación en mucha mayor escala de lo que lograron las débiles medidas ya promulgadas. Deben volver a ponerse barreras de protección entre las actividades de cobertura de riesgo de los operadores comerciales y la inversión especulativa. Las reservas alimenticias también son necesarias para amortiguar las fluctuaciones de precios. Tercero, debe ponerse un freno a las apropiaciones de tierras en naciones de recursos limitados por parte de inversores especulativos. Tales inversiones comprometen el potencial de producción alimenticia a largo plazo de los países en desarrollo y violan los derechos de aquellos que hoy viven en esa tierra.

Afortunadamente, muchos países en vías de desarrollo están haciendo cambios. Nuevos programas de desarrollo agrícola en África se enfocan en pequeños agricultores y mujeres usando técnicas de bajos insumos y recursos locales al tiempo que desarrollan adaptación climática. Bangladesh y otros países usaron reservas alimentarias para reducir el impacto de los picos en el precio de los alimentos; las reservas alimentarias están nuevamente en la agenda de trabajo. Como dijo la Unión Africana en su respuesta al Plan de Acción Agrícola de Junio del G20, “debemos confiar en nuestra propia producción para satisfacer nuestras necesidades alimenticias. De hecho, la importación no es la meta de África.”

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