En todo momento pero más aun en épocas donde estallan los problemas (la crisis siendo un enorme y traumático estallido), toca preocuparse por lo que la realidad presenta, comprender la lógica de lo que sucede y procurar transformar aquellas dinámicas que generan los problemas que hemos decidido encarar.Preocuparse implica pre-ocuparse. Esto es, prestar atención y adoptar ciertas medidas preventivas respecto a una situación amenazante antes que las circunstancias obliguen a encarar sobre la marcha los desafíos. Ello nos forzaría a actuar sin el tiempo suficiente para considerar la complejidad de cualquier situación ni para identificar posibles opciones explicitando implicaciones y consecuencias de cada una en cuanto a impacto, costos, sentido y proyección. Desarrollar la capacidad de anticipar posibles desenlaces hace a la madurez de personas y organizaciones.
Preocuparse no es lo mismo que temer, aunque puedan emerger asociados. Un cierto nivel de temor al imaginar lo que podría suceder de no actuar a tiempo es con frecuencia un ingrediente necesario para que los actores se movilicen y se pre-ocupen de aquello que anuncia turbulencia. Pre-ocuparnos puede también ayudarnos a visualizar que hay oportunidades que se asoman en el horizonte y que valdría ver cómo hacemos para acceder a ellas.
Muy distinto es el pánico por que en esos estados la razón se obnubila, las urgencias se arremolinan y afectan la adopción de apropiadas decisiones. Cuando cunde el pánico (con frecuencia fogoneado por espurios intereses) nos transformamos en manadas que huyen despavoridas, complicando aun más la situación. El sálvese quien pueda acorrala la solidaridad y amordaza la compasión.
Tanto en situaciones de crisis como de turbulencias resulta crítico comprender lo que sucede. No sólo constatar lo evidente, los efectos de lo que sucede, sino identificar los procesos subyacentes que generan las dificultades: qué fuerzas actúan, cómo se relacionan y entrelazan, cual es la dinámica resultante, qué puntos de intervención existen, cuál la viabilidad, las implicaciones y las consecuencias de cada tipo de intervención.
Comprender es un proceso complejo por que se sustenta en una diversidad de factores. Por de pronto, la información acerca de lo que sucede es siempre parcial, incompleta y, por tanto, imperfecta. De todos modos, aun con esas limitaciones y restricciones vale procurar comprender lo que sucede.
Adicionalmente, para interpretar lo que sucede se acude a diversas combinaciones de conceptos, teorías, valores, ideologías, referencias de “especialistas” y experiencias que cada uno lleva consigo. Esto se traduce en que, frente a una misma realidad, coexistan diferentes perspectivas e interpretaciones de lo que sucede y por qué sucede.
Para agregar otro nivel de complejidad, la forma como cada quien visualiza, procura comprender y encara la realidad viene sustentada y, al mismo tiempo, “teñida” por sus intereses, necesidades y emociones. Es una forma de describir y admitir que siempre se desliza un sesgo subjetivo, inevitable deformación de nuestra visión, que compromete nuestra capacidad de comprender plenamente los procesos que conforman una realidad.
La filosofía, la psicología y otros ámbitos del conocimiento han reflexionado y debatido desde antaño sobre límites y relaciones de lo objetivo y lo subjetivo, acerca de verdades absolutas y relativas. El análisis económico y político está lejos de poder evadirse de estos condicionantes lo que obliga a estar atentos a las imperfecciones que cargamos en nuestra capacidad de comprender y en las formas que utilizamos para transformar lo que sucede. Para colmo, la linealidad que pareciera emerger de la secuencia “preocuparse, comprender, transformar” no se da en la realidad por lo que, aunque pueda ayudar en ciertas fases y aspectos, resulta en definitiva difícil y hasta inconveniente de sostener a ultranza.
¿Querrá esto decir que estamos inhibidos de comprender cabalmente lo que sucede y de actuar racionalmente? Pues sí y no al mismo tiempo, que es una forma de reconocer que debemos ser prudentes con nuestra percepción de lo que sucede aunque necesitemos elaborar una para guiar nuestras decisiones. Obviamente que esto no promueve dejarse arrastrar por los acontecimientos ni ignorar implicaciones hasta que los problemas nos desborden y colapse nuestro acontecer. Sin embargo, ante el cúmulo de factores que intervienen y condicionan la elaboración de apropiadas decisiones haríamos bien en recoger diversas perspectivas sobre lo que sucede y por qué sucede; sería una forma pragmática de enriquecer nuestra comprensión y hacer más efectiva la consecuente intervención. Por el contrario, aceptar el pensamiento único, la preeminencia de perspectivas impuestas por el poder y no la sabiduría de quienes las expresan, entraña riesgos ciertos de incurrir en gruesos sesgos al describir la esencia de los procesos y, por tanto, compromete la efectividad de las soluciones que se adoptan.
Frente a fenómenos naturales como terremotos, tsunamis, huracanes, inundaciones, olas de calor o frío extremos no cabe sino protegerse; estar preparados –pre-ocuparnos- para morigerar sus efectos destructivos así como, con responsabilidad ambiental, inhibirnos de destruir los equilibrios ecológicos de modo de no agigantar con nuestra propia acción el impacto de algunos de esos fenómenos naturales.
Muy distinto es el caso de los fenómenos económicos ya que, aunque condicionados por la dinámica ambiental, surgen de procesos concebidos y gestionados por personas y por organizaciones creadas por personas. Así, al considerar y actuar en la realidad social, particularmente en los “mercados” (local, nacional y global), lo que se pone en juego es el ya mencionado conjunto de intereses, necesidades, emociones, valores, ideologías, teorías, conceptos, información disponible siempre parcial, incompleta e imperfecta.
Es con esto en nuestras mochilas que encaramos distintas opciones de actuación. Una primera gran divisoria de aguas es si optamos por transformar lo que fuese necesario de nuestra forma de funcionar de modo de alterar la dinámica subyacente que genera la inestabilidad o si, por el contrario, escogemos orientar los esfuerzos a restaurar lo que existía antes de aparecer los problemas preservando la forma prevaleciente de funcionar.
Si se ignorasen los cambios que, inevitable y permanentemente, se van produciendo en nuestras sociedades y no se adoptasen oportunamente las necesarias adaptaciones o correcciones de rumbo, llegará un momento en que ese desacople tornará inviable la forma de funcionar y será necesario acudir a profundas transformaciones para poder encarar la magnitud de los problemas represados. Si, por el contrario, la lucidez y madurez del conjunto social permitiese acompañar la dinámica socioeconómica con pequeños pero constantes ajustes, la transformación resultante se logrará fluidamente sin mayores efectos traumáticos.
Se transforma lo existente a partir y con lo que existe aunque obviamente reorganizando relacionamientos de modo que posibiliten adoptar los nuevos rumbos; arrasar con lo existente entraña altos costos y riesgos pocas veces cabalmente estimados. Si bien la transformación es generalmente necesaria, esto no implica que todo lo existente carezca de valor, significación y utilidad.
Pre-ocuparnos por nuestras circunstancias y búsquedas, comprender el sustrato de lo que sucede y las formas como se expresa en la superficie, generar utopías referenciales que puedan ser ampliamente compartidas, ajustar con prudencia y fundamento el rumbo, transformar dinámicas sociales y personales, sostener la marcha con el sentido y significación que vayamos vivenciando, son mojones que marcan la construcción de las más promisorias trayectorias.
Opinion Sur



