Parece que nos encontrarnos ante un dilema. Por una parte, la gran prioridad que se le da en la gestión de negocios a lo medible, a lo tangible y, por otra, la dificultad que tienen muchas prácticas responsables de demostrar beneficios medibles. Además un comentario sobre la crítica incidencia de los estímulos internos de una empresaEsta cita, atribuida comúnmente a Einstein, refleja de manera muy gráfica la problemática que enfrentan las prácticas responsables dentro de las empresas, sobre todo las derivadas de quienes insisten que los beneficios sean medibles y puedan verificarse en el corto plazo: anteponen la alternativa de que “solo se puede gestionar lo que se puede medir”. Según ellos, si no lo podemos medir, no lo podemos gestionar. Esto sería mala noticia para las prácticas responsables.
Parece que nos encontrarnos ante un dilema. Por una parte, la gran prioridad que se le da en la gestión de negocios a lo medible, a lo tangible y, por otra, la dificultad que tienen muchas prácticas responsables de demostrar beneficios medibles. Lamentablemente el problema no se presenta tanto en la parte de los costos que sí se pueden medir, lo cual presiona sobre los que promueven prácticas responsables para lograr beneficios y resultados que sean medibles. El argumento de ser responsable porque es lo correcto, porque es lo que hay que hacer, pierde fuerza al confrontar la realidad empresarial.
Para convencer a los escépticos e iniciar o continuar programas de responsabilidad corporativa muchas veces hay que apelar al argumento empresarial (business case) de que esas prácticas rinden beneficios, ya sea en forma de mejoras de ingresos, de reducciones de costos o de reducción de riesgos. Para muchos promotores de estas prácticas bastaría decir que los beneficios son intangibles y de largo plazo, pero los escépticos los quieren ver tangibles y en el corto plazo. Ambos tienen razón.
Lamentablemente muchas veces los que controlan las decisiones son partidarios de la última versión, sobre todo si sus bonificaciones están ligadas a beneficios en el corto plazo. Algunos puristas hasta toman la versión contable, la que exige que los resultados de las prácticas se reflejen en los estados financieros en su componente de ingresos y no solo en la parte de costos que en la mayoría de los casos son tangibles y verificables en el corto plazo. Para ellos, los beneficios que no se pueden medir no cuentan. Sería de gran ayuda si se pudiera ampliar el campo de lo medible.
Con estos fines, se han publicando recientemente muchos artículos y libros. Parece que la reciente crisis los ha hecho más necesarios. La crisis hizo ver más claramente los costos de las prácticas responsables y las puso a competir, dentro del presupuesto, con otras inversiones y gastos con beneficios más tangibles. Tienen el riesgo de perder la batalla, aunque no la guerra.
Antonio Vives ([email protected])
La crítica incidencia de los estímulos internos de una empresa (comentario de Roberto Sansón Mizrahi)
Como bien señala Antonio Vives, los estímulos internos de una empresa -expresados en premios (bonos, promociones) y castigos- condicionan el comportamiento corporativo. Lo crítico es que el impacto de esos estímulos internos trasciende la esfera de la empresa ya que inducen decisiones que afectan no sólo a la propia empresa sino también al contexto social y económico en el que se desenvuelven. Un caso paradigmático es el del sistema financiero de los países afluentes que operaba con generosos premios para quienes lograban ganancias extraordinarias en un ejercicio aunque luego, en los siguientes ejercicios, fracasaran estrepitosamente como ocurrió con el estallido de la crisis global aun en curso. Si lo que se premia son sólo aquellos logros que impactan los resultados financieros de corto plazo, es decir las ganancias del año, se estaría desvalorizando lo que es estratégico para la empresa, como es, contribuyendo al desarrollo, lograr beneficios sustentables en el mediano y largo plazo.
Al concentrarse exclusivamente en generar beneficios tangibles de corto plazo, la miopía estratégica distorsiona lo que es considerado eficaz y eficiente desvirtuando y reduciendo de manera alarmante las opciones en las que asignar energía corporativa. Una empresa moderna no se juega a lo inmediato, a lo instantáneo, sino que está acostumbrada a trabajar opciones capaces de satisfacer objetivos propios y de terceros cuya maduración incluye más de un ejercicio. La responsabilidad social de una empresa no se fundamenta tan sólo en algunas contribuciones filantrópicas sino en ejercer responsabilidad mesoeconómica con toda su cadena de valor y la comunidad que posibilita su existencia y operación.
Por cierto que esto no debiera ser excusa para esconder la ineficiencia o, peor aún, la intrascendencia de ciertas prácticas supuestamente responsables detrás de beneficios que, por ser intangibles y de larga maduración, no llegan nunca a poder ser comprobados o materializados. De este modo caeríamos en el extremo opuesto del vector de riesgos asociado con las nuevas prácticas de responsabilidad corporativa.
Las soluciones aconsejables podrían pasar por utilizar criterios y prácticas que reconocen que efectivamente hay beneficios intangibles derivados de buenas prácticas responsables que maduran en el mediano y el largo plazo pero sustentándolos a través de explicitar cómo se estima que impactarán a la comunidad, al mercado, a la trama productiva de la que hace parte y, por ende, a la propia empresa que depende muy directamente de la evolución de esos espacios y de las conductas de los actores que en ellos se desenvuelven.
Opinion Sur



