Juego cruel en Medio Oriente: Todos mienten y se pelean entre sí, pero todos y cada uno patean, o peor destruyen, a los de abajo.
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Para quien tiene la vista afinada no es infrecuente observar que cuando alguien miente debe seguir mintiendo para encubrir el fraude original. Así se crea toda una estructura de ficción. Mentira sobre mentira: tarde o temprano el castillo de naipes se desmorona y lo hace con estrépito. Y a veces con violencia.
Al mirar el mapa político del Medio Oriente, se puede ver una serie de países cuyos límites funcionan “como si” fueran fronteras entre naciones de verdad. En realidad esos límites fueron dibujados hace más de un siglo en algún gabinete de potencias coloniales europeas, entre el humo de cigarros y el sabor del coñac.
Una mañana de abril de 1920 Francia y el Reino Unido armaron una conferencia en una pequeña población de la Riviera italiana –San Remo– cuyo objetivo era oficializar el reparto del Medio Oriente otomano. París se quedaría con Líbano y Siria, mientras que Londres tomaría el control de Irak y Palestina, según lo acordado en la conferencia de San Remo, celebrada del 19 al 26 de abril de 1920, hace exactamente 103 años.

Esta repartición entre las dos grandes potencias coloniales de la época se había pactado cuatro años antes, en una reunión secreta en la que, con el consentimiento de Rusia, el francés François Georges-Picot y el británico Sir Mark Sykes negociaron el ahora famoso Acuerdo Sykes-Picot.
En aquella semana primaveral no sólo se sentaron las bases de las actuales fronteras de Medio Oriente, sino también de muchos problemas que continúan en la actualidad y se manifiestan en la cruenta guerra actual.
Los límites eran arbitrarios: entre países inventados, países desmembrados, países impuestos, y un país instalado. Con el pasar del tiempo cada invención cobró vida propia, erigiendo estructura sobre estructura de ficción y aplastando cualquier resistencia en poblaciones preexistentes. Así llegaron al presente.
Hoy la antiquísima Siria pretende ser un país pero no es más que un régimen diabólico que reina en un cementerio. Libia pasó de ser el invento en el desierto de un estrambótico coronel a una zona disputada por tribus contrapuestas. Irak también sostuvo una ficción similar bajo un duro dictador hasta que el ejército norteamericano lo despanzurró. Hoy es ingobernable. Los emiratos riquísimos han construido ciudades como espejismos del desierto: regímenes policiales dentro de grandes y lujosos shopping centers. Arabia Saudita es un típico reino feudal de corte antiguo que usa la inmensa riqueza del subsuelo para jugar “como si” fuese una gran potencia regional si no mundial y “muy moderna.” En Egipto aparecen con deprimente regularidad nuevos faraones[1], con sesgos parecidos a Ali Baba, “como si” lo moderno no hiciera mella en lo antiguo, y con la complicidad callada de Occidente. El único país antiguo y estructurado –Irán– ha caído bajo la férula de una teocracia que aplasta a una sociedad modernizada y compleja. Desde el poder, una caterva de viejos clérigos misóginos castigan a latigazos a jóvenes mujeres por su vestimenta. Su régimen es belicoso y corrupto, pero actúa “como si” fuese puro y austero.
La otra sociedad moderna y bien estructurada de la región es notablemente Israel, con logros maravillosos pero basados en una imposición original sobre una población desplazada, y actuando cada vez más “como si” esa población oriunda no existiera[2]. Su sistema político –único en la región—es una democracia de corte occidental que hasta ahora ha funcionado “como si” tuviera una Constitución. Pero no la tiene y por ello las presupuestas garantías constitucionales estan a punto de caer a mano de un gobierno lleno de extremistas y oportunistas. Este desliz autoritario es resistido por amplios sectores de la población civil. Una consecuencia perversa y no deseada de tal enfrentamiento provocado por el primer ministro (este actúa “como si” fuese un gran estadista y no un ladrón y un coimero[3]) es la distracción y el debilitamiento del estado frente a sus enemigos.

En la franja o corredor de Gaza, que es un gran campo de concentración palestino, una población muy sufrida (y mantenida mayormente por la ayuda humanitaria europea e internacional) está dirigida por una organización terrorista “como si” fuera un gobierno que la protege[4]. En su carta fundacional, fechada el 18 de agosto de 1988, Hamas se presentó como una rama del movimiento internacional de los Hermanos Musulmanes en Palestina y declaró que sus miembros son musulmanes que «temen a Dios y levantan la bandera de la yihad en la cara de los opresores.» La carta afirma «nuestra lucha es contra los sionistas, muerte a los judíos» y pide la eventual creación de un estado islámico en Palestina, en lugar de Israel y los Territorios Palestinos, y la obliteración o disolución de Israel.
En realidad Hamas usa la legítima aspiración del pueblo palestino como pretexto para provocar una respuesta masiva de Israel para dañar el prestigio de ese país y provocar un cambio en el tablero geopolítico regional. Su estrategia es sabotear el acercamiento entre Israel y varios países árabes, en particular Arabia Saudita. Maneja el salvajismo (copiado del manual del Dáesh o mal llamado estado islámico[5]) para retratar a Israel cuando se defiende “como si” este fuese el único victimario. Se trata de un actor sistemático y bien organizado, que aunque no es un estado, actúa “como si” fuese una potencia en el juego geopolítico.
Podríamos seguir la enumeración y abundar en los detalles sobre cómo cada uno creó y mantuvo su invención. Por encima y por detrás de estos países y sus elites de poder está el juego geopolítico de las grandes potencias, que podríamos llamar verdaderas, aunque ellas también son adictas a la ficción (pero a una escala mayor). Por debajo estan poblaciones sojuzgadas cuyo dolor es azuzado hacia el odio por los de arriba y los de atrás, que juegan con ellos como peones de un sangriento ajedrez. La mega ficción que cubre el conjunto es la suposición que “es lo que hay,” que “todo es normal”, que seguirá siempre igual, en suma: “como si” la historia fuese naturaleza.
Bajo este horrendo “como si” se acumulan muchas culpas, que me llevan a decir, con Eduardo Galeano:
De los topos, aprendimos a hacer túneles.
De los castores, aprendimos a hacer diques.
De los pájaros, aprendimos a hacer casas.
De las arañas, aprendimos a tejer.
Del tronco que rodaba cuesta abajo, aprendimos la rueda.
Del tronco que flotaba a la deriva, aprendimos la nave.
Del viento, aprendimos la vela.
¿Quién nos habrá enseñado las malas mañas? ¿De quién
aprendimos a atormentar al prójimo y a humillar al mundo?
Porque detrás del análisis frío en materia geopolítica lo que cuenta al fin de cuentas es el sufrimiento de la gente común: sufrimiento innecesario, sufrimiento inaceptable, aprendido y construido, inhumano pero humano.
[1] El más reciente es el general Abdel Fattah el-Sisi, que derrocó al gobierno electo del presidente Mohammed Morsi, miembro de los Hermanos Musulmanes, en un golpe de Estado en julio de 2013,. El general ha dirigido el país con puño de hierro desde entonces, utilizando las leyes antiterroristas egipcias para encarcelar a unas 60.000 personas, muchas sin cargos ni juicio.
[2] Para una breve historia, ver la publicación de las Naciones Unidas https://www.un.org/unispal/es/history/
[3] El fiscal general de Israel acusó formalmente al primer ministro Benjamín Netanyahu por corrupción, en tres casos separados que incluyen soborno, fraude y abuso de confianza.
[4] Son 2,2 millones de personas, de los cuales la mitad son niños, encerrados en una franja de tierra de 40 Km. de largo, por 14 Km. en su parte más ancha, que limita al sur con Egipto, al este y norte con Israel y por el oeste con el Mar Mediterráneo.
[5] La Dirección de salvajismo:La etapa más crítica a través del cual la Umma Pasará, por Abu Bakr Naji traducido por William McCants , Instituto John M. Olin de Estudios Estratégicos de La Universidad de Harvard.
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