Los Juegos Olímpicos de Invierno como Teatro Geopolítico

Macintosh HD:Users:juancorradi:Desktop:images.jpg

Vista de Taiwán y China continental. Una foto vale mil palabras sobre el futuro de la región.

En un mundo multilateral, los presupuestos maniqueos de la Guerra Fría no funcionan y descolocan a una potencia como los Estados Unidos y en menor medida a la Federación Rusa y a China en el indispensable ejercicio de la negociación continua y variada en contextos diferentes. Nos encontramos frente a un delicado re-equilibrio de poderes.  La situación se hace visible en el gran escenario de los juegos olímpicos de invierno del 2022.

Dejando de lado su indiscutible belleza, sería ingenuo pensar que el deporte es ajeno a la política en cada país, y que los mayores campeonatos mundiales son ajenos a la geopolítica en el campo de las relaciones internacionales.  En este artículo tomaré las olimpiadas de invierno del corriente año como un ejemplo muy claro por su importancia, que es mucho más que simbólica.  Sin embargo, comenzaré con el simbolismo, porque cuenta.

No es casual que estos juegos olímpicos tengan lugar en China, en una capital que es algo más que el centro del tradicional Reino del Medio (Zhōngguó  中国).  Junto a las grandes cosmópolis tradicionales –Paris, Londres, New York– Beijing se ha vuelto una capital mundial en un planeta que cambia vertiginosamente.  Es casual pero curioso y ocurrente que los juegos tengan lugar en invierno, cuando los medios se empecinan en mencionar nuevas “guerras frías” (China-US/OTAN-Europa). Y son coincidentes con un despliegue mayúsculo de un muy severo pero exitoso control público de la pandemia (la proporción de muertes de pandemia en relación a los habitantes es ínfima en China[1]).  El presidente Xi Jinping quiere mostrar al mundo que su país es tan eficiente y poderoso como el que más (léase Estados Unidos). Las críticas occidentales al modelo chino, centradas en el discurso propagandístico de los derechos humanos, junto al boicot de algunos países (Dinamarca, EEUU, el Reino Unido, Australia), no han logrado hacer mella en el enorme despliegue chino de superioridad organizativa.

Los Juegos Olímpicos son el gran teatro donde se representan la fuerza relativa, las nuevas tensiones, alianzas, y dependencias del mundo multilateral de 2022.  Esto no es novedad.  Ya en 1936 Alemania usó los Juegos Olímpicos en Berlín para mostrar al mundo que se había recuperado con gran pujanza bajo un régimen dictatorial.  Hoy, rusos y chinos aprovechan la oportunidad para estrechar lazos y formalizar una alianza que será muy amplia aunque poco profunda. Presidentes latinoamericanos de izquierda y derecha solicitan ayuda a unos y a otros entre los concurrentes poderosos que visitan los juegos y se prestan a iniciativas de desarrollo e inversión por parte de las potencias del Este.  En ausencia de una unión regional, cada país latinoamericano debe negociar, y a veces mendigar, por separado.  Los jefes de gobierno norteamericanos, ingleses y australianos se han rehusado a asistir a los juegos olímpicos, pero no logran brillar por su ausencia ni sacarle el brillo a Beijing.

Es un cuadro variopinto y fundamentalmente distinto de la unipolaridad y soberbia occidental de hace apenas dos décadas.  De acuerdo con la tesis de Henry Kissinger, hemos vuelto a un juego de equilibrio de poderes que es negociado continuamente y en diversos terrenos.  Entre los célebres ausentes, los Estados Unidos, lejos de “contener” a sus rivales como en la antigua Guerra Fría, está siendo “contenido “ por ellos, tanto en el terreno físico (Ucrania por un lado, el Mar de China del este y del sur por el otro) como en el terreno diplomático[2].  En este último, las amenazas de sanciones (hasta ahora vagas) indican que éstas serían sobre todo financieras, pero no parecen tener fuertes dientes en el caso de Rusia, y morderían su propia cola en el caso de China.  Además, si llegaran a aplicarse amenazarán con dañar los intereses de un aliado europeo clave como Alemania (país dependiente en suministros de energía).  Desde un punto de vista realista (Realpolitik) estas contradicciones e intereses cruzados significan una cierta garantía de paz, aunque sea una paz armada, porque a nadie en el fondo le interesa una gran conflagración bélica.

 En la zona Indo-Pacífica, China sigue haciendo negocios con vecinos pero también con sus rivales regionales y con Occidente.  En el campo militar el gran país se permite esperar con paciencia mientras se arma para una guerra asimétrica en la que, de acuerdo con los juegos de simulación del Pentágono, los americanos tienen todas las de perder. La estrategia china –y en cierta medida la rusa– se basa en la recomendación del general Sun Tzu que es más vieja que la pólvora (inventada por los chinos en el siglo 9): se puede ganar una guerra sin tirar un solo tiro si se rodea al enemigo con una fuerza superior en un terreno bien elegido[3].

En el terreno del Este europeo, la protesta rusa por el avance de la OTAN hacia sus fronteras después del derrumbe de la Unión Soviética, es para un observador externo bastante legítima, aunque la dirigencia rusa la presente con un desplante prepotente de fuerza y utilice a Ucrania para subrayar el colmo de su paciencia y el non plus ultra de su tolerancia. En ese sentido es posible que la amenaza de invasión con una presencia masiva de tropas en las fronteras de Ucrania, si resulta en una nueva y gran incursión militar rusa en ese país (hoy independiente pero otrora miembro de la Unión Soviética) produzca una serie de efectos no deseados por los varios actores, y resulte al final de cuentas en un nuevo status quo con ganancias y pérdidas para todos.  Voy a aclarar esta hipótesis con un repaso histórico y un solo nombre que debería dar pausa al señor Putin y despertar el seso de Occidente: Finlandia.

Sabemos que en la historia la repetición es rara pero la rima es más frecuente. Con esta salvedad podemos transportarnos a un año terrible y al peor invierno del siglo 20: el de 1939[4].  En ese año Rusia y Alemania se preparaban para la guerra a pesar del pacto cínico de no agresión entre ambos poderes.  Temiendo una invasión alemana por el corredor finlandés y la captura de Leningrado, Stalin exigió a Finlandia la cesión de una parte de su territorio.  El gobierno finlandés se negó y la Unión Soviética invadió a ese país colindante (que había ganado su independencia en 1917). La desproporción de fuerzas era impresionante: un ejército ruso de más de 400.000 soldados frente a tropas finlandesas con escasos pertrechos y muy poca ayuda externa.  El resultado fue sorprendente.  Los finlandeses perdieron el 11 por ciento de su territorio pero se mantuvieron firmes en el resto.  Respondieron con otra desproporción inmensa e inversa: perdieron 25,000 hombres pero ocasionaron a los rusos bajas calculadas en más de 138,000 muertos. La proporción de víctimas fue de 5 a 1 a favor de Finlandia.  Las fuerzas invasoras debieron detenerse. Finlandia mantuvo su independencia con una aguerrida resistencia que supo combatir mucho mejor en sus bosques frígidos y nevados.[5]  Fue tan grande la paliza que Hitler se animó después a invadir a la Unión Soviética.  Los dos grandes dictadores de aquel tiempo cometieron un gran error de cálculo, cada uno a su manera, en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Después de la guerra, y ya en plena Guerra Fría, Finlandia se declaró neutral y mantuvo su independencia con un hábil equilibrio entre el Este y el Oeste.  Combinó esa neutralidad con un excelente desarrollo económico y social que no tuvo nada que envidiar a sus vecinos escandinavos. Hoy en día Finlandia forma parte de la Unión Europea pero se mantiene fuera de la alianza militar de la OTAN, junto con Suecia[6].  Esta experiencia histórica podría ser la base de un entendimiento entre Rusia y Occidente en el caso de Ucrania, con concesiones recíprocas y garantías de seguridad y de no agresión por ambas partes.  Sería una solución salomónica.  Cabe esperar que se llegue a tal solución sin los estragos de un conflicto tan cruento como aquella guerra de invierno del lejano 1939.  Hoy como ayer, las potencias saben cómo iniciar una guerra pero desconocen sus sorpresas.  Deberían aprender prudencia al recordar la experiencia finlandesa.

Los párrafos precedentes se refieren a una posible finlandización de Ucrania. En el otro escenario de la nueva y supuesta “guerra fría” (el Mar Chino del Este y del Sur) centrada en Taiwán, la finlandización ya es un hecho.  En casi todos los escenarios de confrontación (juegos de guerra), salvo el de una guerra total, el alto comando de los EEUU está muy preocupado, ya que la probabilidad de un triunfo chino en un conflicto localizado y asimétrico es muy alta.  La pregunta que se hacen todos es ¿están dispuestos los Estados Unidos a arriesgar sus vidas en defensa de la isla de Taiwán a pocos quilómetros de China continental? Desde Beijing se hacen otra pregunta: ¿Cómo tener garantías de todas las partes de que Taiwán jamás será una república independiente?  Por ahora las tensiones aumentan, en una escalada en espiral por parte de los tres actores principales en Taipéi, Washington, y Beijing. La ambigüedad de hace muchos años sobre el destino de la isla (antes llamada Formosa, y sede del derrotado Kuomintang desde 1949) ya no es fácil de sostener, frente a una República Popular mucho más poderosa y un dirigente autocrático y misterioso en sus planes. 

Hay dos obstáculos mayores al mantenimiento de las sendas “finlandizaciones” a que me he referido.  En Ucrania y en el frente oriental europeo, los occidentales proclaman una y otra vez que el avance de la OTAN después de la Guerra Fría es puramente defensivo.  En el otro extremo del planeta, los taiwaneses sostienen que pueden vivir sin una declaración formal de independencia, pero manteniendo su soberanía.  Frente a la insistencia de Beijing de que son una provincia renegada, los taiwaneses más flexibles pueden devolverle la pelota y decir que estarían muy contentos en formar parte de una sola China, siempre y cuando ésta se democratice. 

El problema en ambos casos es el siguiente.  Una alianza militar puramente defensiva (OTAN) y un Taiwán soberano sin ser independiente son dos animales similares al unicornio: muy bonitos pero inexistentes.


[1] https://es.statista.com/estadisticas/1095779/numero-de-muertes-causadas-por-el-coronavirus-de-wuhan-por-pais/

[2] Los presupuestos estratégicos de los EEUU pertenecen a la antigua Guerra Fría.  Son obsoletos y descolocan a esta potencia en el nuevo juego de equilibrio de poderes.

[3] A diferencia de China, el problema estratégico ruso es la incapacidad de mantener una ocupación total de Ucrania con resistencia.

[4] La temperatura era de 45 grados bajo cero.

[5] Quienes se interesen en este episodio pueden consultar William R. Trotter, The Winter War.  The Russo-Finnish War of 1939-40, London: Aurum Press, 1991, y Robert Edwards, White Death.  Russia’s War in Finland 1939-40, London: Phoenix, 2006. Quienes quieran conocer el valor de una resistencia pueden leer la Orden del Día a sus soldados del Mariscal Carl Gustav Mannerheim del 14 de marzo de 1940, de la que dispongo una traducción al inglés. Este comandante supremo de las fuerzas finlandesas fue elegido sexto presidente del país en 1944 y es considerado como el padre de la patria.

[6] En repetidos viajes por Finlandia pude constatar como la historia con Rusia se traduce hoy en un fuerte nacionalismo, un recelo arraigado en la población frente a su vecino eslavo, un consenso general en mantener el servicio militar obligatorio y un rechazo vehemente a toda claudicación de soberanía.  La postura es: Paz sí, pacifismo no.

Si te interesó este texto puedes suscribirte completando el formulario que aparece en esta página para recibir una vez al mes un breve resumen de la edición en español de Opinión Sur

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *