Así como en el sudeste de Asia en 1975, en el Medio Oriente hoy, los Estados Unidos cosechan los errores que sembraron al intervenir brutal e ineficazmente, al destrozar países, y al retirarse con el mayor disimulo o confusión posible, para encubrir el desastre.Cuando Francisco de Goya y Lucientes grabó y pintó las magníficas imágenes en la serie Los desastres de la guerra (1812), quiso dejar grabadas para la posteridad la futilidad y la brutalidad de la guerra de ocupación en la España del siglo diecinueve. El el siglo veintiuno hemos vuelto a vivir la futilidad y la brutalidad de la guerra en Irak y en Afganistán. Han pasado doscientos años de la retirada de las tropas francesas en España. Ahora presenciamos la retirada de las tropas norteamericanas y aliadas de Irak y Afganistán. El paralelo es notable. En ambos casos una fuerza superior del mejor ejército del mundo (lo era el de Napoleón y lo es el de Estados Unidos) sufrió una derrota inesperada y no convencional, en manos de una insurgencia polimorfa con un fuerte componente religioso. Bonaparte no podía entender como una guerrilla popular, en muchos casos con sacerdotes fanáticos a la cabeza, lograba deshacer sus mejores cálculos estratégicos y desangraba a las tropas de su hermano José (el llamado Pepe Botellas por su afición al trago). En el siglo veinte, el primero en comprender la lógica de la guerra asimétrica fue el ultraconservador erudito alemán Carl Schmitt, en su libro titulado Teoría del partisano. El término partisano es sinónimo de guerrillero, revolucionario, y surge tras aquella ocupación de España por parte de Napoleón entre 1808 y 1813. El partisano es un soldado, un individuo armado que a diferencia del soldado regular tiene las siguientes características:
Irregularidad: puede portar armas o no, no ha hecho una carrera profesional, no porta uniforme , no tiene una función definida.
Telurismo: está vinculado a un lugar determinado, no necesita la logística de una batalla regular, actúa generalmente dentro de su propia gente que lo ayuda.
Extrema movilidad: tiene una gran facilidad de movimiento en el campo de batalla, no tiene tácticas establecidas.
Intenso compromiso político: posee un intenso compromiso con su tierra natal, lo cual significa que distingue a los amigos del enemigo real.
A pesar de ese ejemplo extraño, los teóricos de la guerra –en particular von Clausewitz—decidieron ignorar el caso anómalo y explicar en cambio el intercambio bélico entre fuerzas armadas similares, con idénticas cadenas de mando, insignias, y estrategias. Esta situación duró hasta la segunda guerra mundial, la cual, aunque fue generalizada y total, mantuvo sin embargo la arquitectura simétrica de la guerra convencional entre fuerzas de organización parecida.
Es a partir de las guerras de liberación nacional, en la posguerra, que la situación cambió y obligó a pensar otro tipo de guerra: la guerra popular, la guerra de guerrillas, y la insurrección contra una fuerza de ocupación. Desde los textos de Mao Zedong, las enseñanzas del general Giap, y la contrainsurgencia en Argelia, hasta las diversas doctrinas revolucionarias que culminan en los anos setenta del siglo próximo pasado, se vislumbra una situación inquietante para las llamadas “fuerzas del orden,” y la pax primero colonial (Francia, Inglaterra) y luego americana. En la mayoría de los casos, estas guerras fueron un desastre para las potencias dominantes, dando lugar a revoluciones triunfantes (China, Cuba, Vietnam), o a guerras civiles sine die, de las cuales las potencias bélicas debieron retirarse, con mayor o menor humillación. Sólo en casos aislados, la potencia contrainsurgente (en particular Inglaterra) logró prevalecer (Malasia, Irlanda). En suma, no existe un solo ejemplo de un manual practico de contrainsurgencia ni una teoría de la guerra asimétrica que conduzca al triunfo de las fuerzas convencionales, por poderosas que fueran (el caso de la Unión Soviética en Afganistán es aleccionador). En las escuelas de guerra y en las universidades, hoy hay estanterías llenas de libros sobre el tema. Todos, o casi todos, son de poca utilidad ya que han sido escritos por los vencidos. Se trata en efecto del caso inusual en el que la historia no la escriben los vencedores sino los derrotados.
En realidad, “triunfo” y “derrota” se han vuelto términos obsoletos en el arsenal conceptual de hoy en dia. Convendría reemplazarlos por los términos mas precisos de “intervención” y “fracaso.”
Cuando los EEUU invadieron Irak, en las paginas de Opinión Sur ya anunciábamos el carácter fantasioso y desastroso de semejante aventura. Fue un ataque convencional devastador contra un régimen débil, sin una estrategia de seguimiento que pudiera calificarse de sostenible. Y así les fue: la verdadera guerra (la asimétrica) empezó el dia después del supuesto “triunfo” relámpago y convencional, que nunca produjo ni siquiera un acta de rendición por parte de Irak. Desencadenó, eso si, una gran insurrección y una guerra civil de carácter étnico y religioso, en medio de la cual las fuerzas de ocupación se vieron jaqueadas y asediadas por partisanos. Todo fue encubierto con mentiras y fantasías sobre “construcción nacional” y “democratización.” Al fin, después de diez poco gloriosos años en que se perdieron miles de vidas por parte de los aliados y muchas mas por parte de los nativos del país, en los que se gasto mas de un trillón de dólares, el gobierno norteamericano y sus aliados decidieron dar por terminado el calvario, anunciando que la zona ha vuelto a una relativa (y engañosa) normalidad.
La posición oficial y también popular norteamericana no es una de aprendizaje del enorme error estratégico cometido, para sacar conclusiones útiles, hacer un examen de conciencia, y aprender que hay cosas que hasta el más poderoso no puede hacer. La posición consiste en decir “estamos cansados” y “vamos hacia otra cosa.” En suma, en vez de aprender se niega, y en vez de recordar, prefieren olvidar. Sobre el terreno hoy los Estados Unidos son nacionalistas y patrioteros pero, vistos a diez mil metros de altura, están perdiendo posiciones estratégicas en todos los frentes. Ni el olvido ni el ninguneo, ni el cantar el himno en cada fiesta deportiva podrán borrar sino en la mente propia si en la de otros, que en estas guerras perdidas lo que se perdió es la legitimidad moral, así como la vida de quienes pelearon por nada, y los cuantiosos fondos que se gastaron al divino botón. En los Estados Unidos, hay dos gobiernos responsables del desastre que hoy se aprestan a olvidar: el gobierno del presidente George W. Bush por haber iniciado una guerra prepotente, innecesaria, y en el fondo injustificable (cuyo único resultado neto geopolítico es el refuerzo de Irán), y el gobierno del presidente Barak Obama por querer zafar y partir pretendiendo que la situación es estable y el resultado salvable. Así como la justificación inicial fue un cuento de hadas, la retirada está encubierta con una fábula similar (la fantasía de que los gobiernos que dejan en esos dos países podrán continuar).
En toda teoría de guerra se propone, con justeza, que un buen general debe preparar la victoria, pero si no la logra, tiene que tener pensada una retirada inteligente. No es el caso actual, en el que sólo se quiere olvidar. A pesar de su avanzada edad, el Dr. Henry Kissinger se mantiene perspicaz. Recientemente dio en la tecla adecuada cuando le pidieron opinión sobre la estrategia de salida del actual gobierno norteamericano: “es toda salida y ninguna estrategia.” Recordemos que en este orden de cosas, como en el de muchos otros, la negación y el olvido son causas de repetición del mismo desastre y del mismo error. El síndrome es menos personal que sistémico y debemos esperar a que una nueva administración se haga cargo de las verdaderas lecciones del fracaso y que no lo disimule con la “estrategia” del olvido.