En materia geopolítica, los cambios estructurales –cambios de fondo—afirman su primacía más allá de la voluntad individual y colectiva, y en especial más allá de las preferencias ideológicas y veleidades personales de los líderes, por poderosos que éstos aparenten. Sobre esta base real e inevitable (premisa fundamental del realismo analítico[1]) se yergue un campo de opciones estratégicas, buenas y malas, a cargo de quienes estén a cargo de un país.
Desde 1990 hasta estos días, la distribución del poder mundial ha pasado por tres etapas: el fin de un largo período bipolar, un corto período unipolar, y el actual período multipolar. Es útil repasar la historia de las relaciones internacionales preguntando cómo se sitúan las dirigencias de los países principales respecto de sí mismos y de los otros en el campo de opciones estratégicas.
Cuando la composición de lugar es realista y sensata, las políticas que siguen los líderes pueden conducir a un equilibrio de poder sostenido y por ende a una paz más o menos duradera. Un ejemplo de estrategia inteligente es la política de los EE. UU. con Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial, frente a la Unión Soviética. Fue una política de contención, basada en el crecimiento económico y la disuasión nuclear. Pero vale constatar también que de una parte y otra en el sistema bipolar se cometieron errores estratégicos que hicieron peligrar seriamente a todo el esquema. Uno fue la intromisión soviética en Cuba, y otro fue la intervención norteamericana en Vietnam. Las dos superpotencias pudieron superar ambas y evitar una catástrofe general.
Con el fin de la Guerra Fría (por implosión de la Unión Soviética), el mundo pasó a un dominio unipolar, a cargo de los Estados Unidos. Este período duró veinte años e indujo comprensiblemente a acciones unilaterales urbi et orbi, a un consenso neoliberal forzado, y a una estrategia riesgosa de ayudar a China que con el pasar del tiempo se volvió contraproducente. La hegemonía norteamericana se encandiló con una visión del “fin de la historia” capitalista, liberal y democrática, conducente a un solo modelo social y a una paz universal duradera. La visión fue al mismo tiempo luminosa y enceguecedora. El desarrollo económico creó rivales estratégicos, y la difusión del credo democrático multiplicó por reacción las alternativas. Los EE. UU., que siempre se consideraron un país excepcional, no pudieron hacer de esa excepción una regla universal. El tiro salió por la culata.
A partir del 2010 el mundo cambió. Surgieron y resurgieron otras potencias y se pasó a un mundo multipolar. Los EE. UU. tienen que compartir poder con China y Rusia. La India les sigue hoy de cerca y entra al club de los mayores. Potencias intermedias como Turquía y Brasil adquieren mayor autonomía, y se asoman algunos países africanos y otros del sur global con una alineación más pragmática y cambiante que la que tuvieron otrora. La cuestión principal es cómo encara cada país y sector –antiguos y nuevos– la realidad multipolar. ¿Qué estrategias adoptan como modo de adaptación? ¿Qué significan hoy las alianzas?
Las malas decisiones
La ‘definición de la situación’ es un concepto sociológico fundamental que se refiere a la comprensión compartida que tienen los individuos sobre un contexto o situación social en particular. Abarca lo que las personas creen que está sucediendo, lo que se espera de ellas y de los demás en ese entorno.
En algunos grandes centros de poder, la definición de la situación internacional es, a mi juicio, equivocada. Por lo tanto, conduce a promulgar estrategias que llevan a un callejón sin salida, o peor, con salidas catastróficas.
Los Estados Unidos, en particular la administración Trump, se empecinan en pensar que se encuentran en un mundo todavía unipolar. El nativismo, el cierre de fronteras, la autarquía, y el mercantilismo tarifario, giran en torno a una visión de Norteamérica como el poder hegemónico incontestado. Frente al desafío chino, estarían dispuestos a volver a una Guerra Fría, es decir, a un mundo bipolar transitorio, con una eventual “derrota” de China como fue la “derrota” de la Unión Soviética.
Con tal disposición, los EE. UU. estan dispuestos a abandonar viejos aliados, romper alianzas, y prepararse a un conflicto frontal en Asia. Desde esa perspectiva, no vale la pena agredir a Rusia, sí tratar que se desprenda de la órbita china, y menoscabar a Europa para que modere su postura agresiva en Ucrania y acepte que esa guerra está perdida. Sobre este último punto, la posición norteamericana es más realista que la postura europea.
Pero en el terreno de confrontación principal, los EE. UU. se niegan a entender que China es una república de ingenieros cuya legitimidad se basa en un gigantesco y eficaz desarrollo de infraestructura y tecnología que ya supera a los EE. UU. (una república de abogados) y lleva la delantera en temas como la inteligencia artificial.[2] La economía china es ya un 30 porciento mayor que la norteamericana si se toma en cuenta el poder adquisitivo. Supera en más de un tercio la capacidad manufacturera norteamericana, y genera muchas más patentes en ciencia y tecnología. La cantidad mayor se ha vuelto calidad superior. El talón de Aquiles del sistema chino es su centralismo exagerado, su falta de mecanismos de autocorrección en política, y su temor frente a la potencialidad de un pueblo libre, miedo curioso en una república supuestamente “popular.”
China quiere ser el poder hegemónico en su región, y los Estados Unidos se proponen impedirlo, si es necesario por la fuerza. En esa pulseada, los norteamericanos llevan las de perder. Una estrategia de contención como la actual es peligrosa y poco efectiva. Mucho mejor sería una estrategia de re-equilibrio con China a través de alianzas inteligentes para sumar recursos y capacidad productiva con aliados, en vez de descartarlos y tratarlos mal. Con el derrotero actual sólo la paciencia estratégica y la sabiduría de Confucio podrán evitar una conflagración de consecuencia universal.
En el terreno europeo, la definición de la situación es tan equivocada que a veces parece demencial. Las autoridades de la Unión Europea consideran a la Federación Rusa como una amenaza existencial. Consideran a Ucrania como un baluarte fundamental de su seguridad colectiva frente a una invasión rusa que bien podría extenderse a casi toda Europa Occidental. Quieren continuar la guerra hasta una supuesta victoria final con la OTAN a la cabeza. La pretensión es ilusoria.
En realidad, la actual dirigencia europea quiere prolongar la guerra con la participación continua y creciente de los Estados Unidos para que éstos no se vayan de Europa después de un cese del fuego. Si los EE. UU. se retiran de Europa –parcial o totalmente—los países europeos quedarían a la intemperie sin un pilar fundamental de su integración, que es la supuesta amenaza rusa bajo el paraguas nuclear norteamericano. Se produciría un “sálvese quien pueda”. En otras palabras, la U.E. se enfrentaría a un problema de acción colectiva sin solución. Hasta hoy la presencia norteamericana en Europa ha actuado como pacificadora de rivalidades y tensiones. La función principal de la OTAN después del mundo bipolar y luego unipolar ha sido evitar, con el peso de los EE. UU., la dispersión de la alianza. Es una función dirigida más hacia adentro que hacia fuera.
Hay más y (para algunos) peor en el panorama europeo. En pocos años más, es concebible que los gobiernos democráticos y liberales en países tan importantes como Francia y Alemania, y también en el Reino Unido, sean reemplazados por regímenes “iliberales” reacios al proyecto de la Unión Europea en materia económica, social, y cultural. Se está acabando el tiempo para personajes como Macron, Merz, y Starmer, y sus reemplazos bien pueden ser los líderes de la derecha dura en cada país. En ese caso, la Unión Europea quedará reducida a una unión de papel. En Inglaterra el señor Nigel Farrage podrá ocupar 10 Downing Street. Como en la primera mitad del siglo 20, Europa será otra vez multipolar (y peligrosa). Los EE. UU. se habrán alejado (harán arreglos parciales sin garantías de seguridad) y Rusia se volverá a acercar, no con tanques y drones, sino con arreglos comerciales e inversiones. Igual que los chinos, los rusos, a su manera y en plena guerra regional, ejercen la paciencia estratégica frente al mundo occidental. Esperan. Para ellos es una mejor “definición de la situación.”
Desde una postura realista –no lo suficientemente difundida—un mundo multipolar es más peligroso que los mundos bipolar y unipolar que lo precedieron. Si cada país o centro de poder busca, como es lógico, aumentar su fuerza, aunque mas no sea que por precaución, se multiplicarán los conflictos en ausencia de instancias superiores de control. Atrás se han quedado tanto la cruzada neoliberal como las instituciones multilaterales, hoy muy debilitadas. El problema es que los nacionalismos que los reemplazan por doquier son incapaces de acciones conjuntas de carácter positivo. Por definición, son reaccionarios y negativos, más prontos a la destrucción que a la construcción.
Frente a esta situación de anarquía potenciada, se necesitará mucha habilidad por parte de los más fuertes y también de los que les siguen, para mantener equilibrios de poder y evitar que la sangre llegue al rio. Los más sabios no serán profetas sino equilibristas, con sentido de responsabilidad.[3]
Una buena noticia es que aumentará la autonomía relativa de los poderes menores y dependientes en cada zona de influencia de los hegemónicos. Habrá mayor fluidez en las alianzas, si son bien manejadas, sin demasiada sumisión ni demasiada provocación.
Desde una perspectiva realista se pueden ver con bastante claridad las malas políticas, porque se pueden prever sus consecuencias con la precisión de causa a efecto. En contrapartida, no se pueden prescribir políticas buenas. La responsabilidad y la moral en materia política son específicas y circunstanciales, más arte que ciencia, en la tradición de Maquiavelo.
Hoy estamos lejos todavía de esta postura prudencial. Por el momento pululan convicciones ciegas y errores de definición de la situación. Para concluir daré un ejemplo: el de la política exterior argentina bajo la dirección del presidente Milei. El nos pone frente a un dilema que parece una caricatura de la distinción de Max Weber entre una política de la convicción y una política de la responsabilidad.
El político que se guía por una convicción a ultranza aparece como un ingenuo, o en el peor de los casos un fanático, obsesionado por la pureza de sus ideales, pero ciego a la complejidad de lo real e incapaz de atender a las consecuencias de sus actos. La ética de la convicción sería la pauta de conducta del político irresponsable; el buen político, por el contrario, sólo puede adoptar la ética de la responsabilidad.
La adhesión incondicional a la política internacional del presidente estadounidense, y a la política agresiva de Israel en Medio Oriente, sólo conducen a consecuencias nefastas e impensadas. Uno es un superpoder rebelde (rogue state) y el otro un estado canalla. Frente a ellos corresponde citar las expresiones del único estadista realista norteamericano de los últimos tiempos –Henry Kissinger: “Ser enemigo de los Estados Unidos es peligroso; ser su amigo es fatal.” Mas aun en el caso de un país disminuido como la Argentina, para el que la sorna de Kissinger tendría estas palabras, dirigidas originalmente a Chile: “Es un puñal que apunta al corazón de la Antártida.” Con una salvedad: en la Argentina ese puñal se ha vuelto un cortaplumas.
[1] El realismo, en la teoría de las relaciones internacionales, considera la política mundial como una competencia permanente entre estados con intereses propios que compiten por poder y posicionamiento dentro de un sistema global anárquico desprovisto de una autoridad centralizada.
[2] Dan Yang, Breakneck. China’s Quest to Engineer the Future. New York: W.W. Norton, 2025. A veces el reconocimiento asoma en artículos que publican ocasionalmente periódicos como The New York Times, pero no penetra ni la conciencia popular ni la ideología nacionalista dominante. Ver por ejemplo el artículo de Kurt Campbell y Rush Doshi, “America Alone Can’t Match China,” The New York Times, Septiembre 9, 2025.
[3] El tratamiento del tema por parte de Max Weber es insuperable. Ver https://letraslibres.com/revista/max-weber-la-conviccion-y-la-responsabilidad/
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