La riqueza de las naciones despilfarrada: la era de la codicia

Cuando escribes un libro que se llama Age of Greed (La era de la codicia), tal como yo lo he hecho, la sorna con respecto al título comienza inmediatamente. ¿Cómo es que esta era se diferencia de otras? La codicia es un rasgo profundamente humano; no desaparece y aparece repentinamente. Incluso uno de mis anteriores editores de libros, una persona muy sensata, cuestionó la idea de que la codicia es ahora diferente a lo que era en el pasado.

Pero cuando finalmente llegó a leer aproximadamente la mitad del libro, lo entendió. El propio interés es una cosa. Es acerca de lo que Adam Smith escribió en The Wealth of Nations (La riqueza de las naciones) en 1776. Pone en funcionamiento a la mano invisible. Y si es moderado, a veces puede conducir hacia una extendida prosperidad.

Sin embargo, el propio interés aumenta hasta alcanzar niveles de codicia cuando no está controlado por esa otra gran esfera de la vida social moderna, el gobierno. Mi argumento es que el propio interés en general se transformó en codicia al comienzo de los 70, y luego siguió creciendo a lo largo de las siguientes tres décadas. Milton Friedman y otros autores argumentaron que la competencia y la fijación de precios controlarían por sí mismos las malas decisiones impulsadas por la codicia. Sus afirmaciones eran y siguen siendo tonterías.

La codicia transformó los mercados financieros en ruedos amañados para hacer dinero. El nivelado campo de juego de la verdadera competencia fue manipulado por gente que podía hacer millones, cientos y miles de millones burlando el sistema, sorteando las normas y haciendo abiertamente trampa. La codicia se volvió destructiva operativamente porque minó y distorsionó los mercados; y eso lo hizo desde comienzos de los 70.

El libro, Age of Greed, es una historia sobre hombres, la mayoría de los cuales manipularon el sistema a su favor porque podían hacer grandes fortunas personales o saltar a lo más alto de la fama al hacerlo. El gobierno no estuvo ahí para controlarlos. La renuncia del gobierno a esta responsabilidad fue la gran causa, que culminó en la crisis de 2007 a 2009 y que continúa todavía.

Tomemos a Walter Wriston, presidente del First National City, la primera persona sobre la que escribo. Para poner un solo ejemplo, él aprendió desde un primer momento a sortear la Regulación Q, que establecía topes a las tasas pagadas a los ahorristas. Había una buena razón para poner topes a esas tasas. Si se elevaban mucho, incluso Adam Smith lo advirtió una vez, las instituciones financieras comenzarían a perseguir préstamos especulativos. De manera tristemente famosa, Wriston prestó al tercer mundo cientos de millones de dólares provenientes del dinero del petróleo de la OPEP árabe, ganando para su banco aproximadamente 2 dólares por cada cien dólares que prestaba. En los 70, su banco ganó una fortuna. Un gobierno que funcionara adecuadamente podría haber puesto en vereda a Wriston pero el gobierno había comenzado a renunciar a ejercer su autoridad para ese entonces. En los 80, casi todos esos préstamos se cayeron y Washington finalmente tuvo que rescatar al National City, que en ese entonces ya era el Citicorp. Wriston jugó un rudo juego con el laissez-faire hasta que necesitó ayuda federal. Entonces pudo suplicar a los mejores de ellos.

Este patrón ha seguido repitiéndose. Instituciones de ahorro y préstamo hicieron que sus directores ejecutivos y sus propietarios ganaran toneladas de dinero cuando otorgaron préstamos dudosos para construir canchas de golf, resorts y cosas similares; esto fue tolerado por las autoridades federales que habían desregulado tales préstamos. Los bonos basura no se controlaron cuando se utilizaron para financiar, una detrás de otra, adquisiciones apalancadas sobrevaloradas. Se desperdiciaron cientos de miles de millones de dólares, pero se crearon nuevos millonarios.

Alan Greenspan miró para otro lado cuando los bancos comerciales a partir de los 80 acabaron con la ley Glass Steagall. Bankers Trust tomó la iniciativa al hacer todo tipo de dudosos productos en base a derivados financieros que finalmente hicieron perder a personas como el Condado de Orange, California, mil millones de dólares.

A finales de los 90, por supuesto, teníamos la fantasía de la alta tecnología. ¿Por qué? Sí, la especulación tiene vida propia. Pero principalmente porque los profesionales de Wall Street estaban haciendo sus fortunas personales al sobrevalorar a estas absurdas compañías. ¿Dónde estaban la SEC , Fed , OCC y demás? Estaban de vacaciones ideológicas, liderados en particular por Alan Greenspan, que aducía que la competencia llevaría a la eficiencia, a la justicia y a excesos mínimos. Quienes ganaban miles de millones los merecían, de acuerdo al “modelo” de Greenspan.

Y así llegamos a la primera década del 2000, atravesando crisis tras crisis, escándalo tras escándalo. Las firmas financieras que fueron encontradas con las manos en la masa financiando ilegalmente a Enron llevaron a emitir títulos valores de alto riesgo que sus clientes no podían entender y urgían a los corredores de hipotecas a suscribir préstamos engañosos y abiertamente fraudulentos. Sabemos que la SEC, Fed y OCC estaban en una descabellada cruzada ideológica, que no por mera coincidencia permitió que sus amigos hicieran pilas de dinero. A Fannie Mae incluso se le permitió su corrupción, pero no fue la causa de la crisis posterior.

Fue entonces una Era de Codicia. No comenzó en la primera década del 2000. No era inevitable. La gente hizo que sucediera. A menos que se entienda esto, no se puede entender a la América moderna. Esa es la historia que Age of Greed, el libro, procura relatar.

¿Cuántos de nuestros preciados ahorros han sido mal asignados a lo largo del camino? Decenas de miles de millones en los 70, cientos de miles de millones en los 80, billones en los 90 y la primera década del 2000? Necesitamos hacer una cuenta más precisa, pero el despilfarro ronda esa cifra.

Ahora debemos poner a las altas finanzas en su lugar. El objetivo de la regulación no debe ser únicamente evitar la siguiente crisis, sino hacer que las finanzas sean lo que deben ser: un medio que canaliza preciados capitales a los lugares donde son más productivos. Dicho de otro modo, el objetivo debe ser evitar otra era de codicia.

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