De la pérdida de civilidad a arriesgar la civilización. Las implicaciones geopolíticas del impase estadounidense.

Honoré Daumier Ratapoil (1851), Estatuilla patinada en bronce. Puede verse en el Museo d’Orsay.

 

Este artículo contiene una doble advertencia. No es apto para cobardes. Como en las películas, se sugiere la guía de los padres. Como Estados Unidos se halla cada vez más cerca de elegir a un fascista como presidente, el mundo donde opera la hegemonía estadounidense se acercará a una guerra abierta entre los estados. La pérdida de civilidad podría conllevar a la pérdida de civilización.

En los 1850s el caricaturista Honoré Daumier publicó treinta litografías que ilustraban a un personaje representando al “agente en las sombras, el infatigable representante de la propaganda Napoleónica”.  De esta manera,  Daumier atacó al régimen antidemocrático de Louis Napoleón Bonaparte. Elegido para dirigir la Segunda República en 1848 por un período de cuatro años, el Príncipe-Presidente, siguiendo los pasos de su tío, el primer Napoleón, había organizado un golpe de estado contra sí mismo y asumido el poder absoluto como Emperador. El personaje de Daumier Ratapoil (Rata despellejada) representaba un partidario del militarismo, chauvinismo y la falsa “grandeza” del nuevo régimen, a la cual un observador alemán—Karl Marx—llamó una farsa.

El actual ciclo de elecciones nacionales en Estados Unidos no tiene precedentes ni en el siglo veinte ni en el veintiuno. El capitalismo (tardío) global, caracterizado por una extrema financialización, extrema inequidad y la transferencia de la capacidad productiva al extranjero, ha llevado a la caída no del poder estadounidense (que permanece enorme en términos estándares) pero sí al notable declive de la otrora vibrante clase media. La creciente oleada de riqueza (concentrada) ha fracasado en el ascenso equitativo para todos.

La movilidad social descendente a gran escala desafía las mismas bases del tan proclamado “poder blando” de los Estados Unidos, específicamente una forma de vida que ha sido la envidia de otras naciones por los últimos cincuenta años. Esa misma clase está ahora hasta el cuello con deudas insostenibles, ingresos estancados, empeoramiento de la movilidad individual e inter generacional y el fin de la acción colectiva organizada (¿Dónde están las fábricas en las que los empleados puedan hacer huelga?). Décadas de investigación sociológica han mostrado que la psicología social de la clase media es el hogar de la indignación moral y que esta actitud, cuando es atizada, puede llevar a reclamos de pureza moral y preferencias por las persecuciones. En la historia occidental, tal predicamento psicológico-clasista fue el caldo de cultivo para movimientos sociales reaccionarios, como fue el fascismo.

El resultado político interno de esta crisis social ha sido el quiebre del hasta entonces estable y aparentemente sólido sistema bipartidista—pilar de la democracia estadounidense. Esto llevó primero a una polarización ideológica, segundo a una paralización gubernamental y finalmente a la fragmentación de cada partido. Como en la Alemania de Weimar, en Estados Unidos hoy la única mayoría es una mayoría negativa—la mayoría del descontento—y las elites están paralizadas, mirando con estupor como el sistema que ellos estaban acostumbrados a manejar se sale de control. Es en tiempos de este tipo de impase que la república—como diría Marx de Francia en la mitad del siglo diecinueve—está madura para ser violada[1].

Asimismo, no escasean las aventuras prontas a asumir el rol protagónico como hizo Louis Bonaparte en 1852 cuando, en tanto presidente electo, organizó un auto golpe y estableció la dictadura imperial—el primer experimento proto-fascista en Europa. Sus críticos (Víctor Hugo entre ellos) lo llamaron Ratapoil. Hoy, Donald Trump es el Ratapoil de Estados Unidos: arrogante, injurioso, represivo, un hombre de privilegios que habla para el segmento blanco de los desfavorecidos y, sobretodo, un líder que expresa el resentimiento de la mezquina clase media. Pero esta clase en descenso se enfrenta a un marcado dilema: tradicionalmente partidaria del propio sistema que ahora abandona a sus miembros, no se anima a atacar la estructura de poder de la cual se siente simbólicamente parte; entonces, busca a quién culpar: extranjeros, inmigrantes, minorías, financieros, todos vistos como tomadores y no como hacedores. El Ratapoil estadounidense gustosamente les ofrece no soluciones prácticas sino blancos enemigos.

En previos artículos para Opinión Sur, describí cómo el partido Republicano estadounidense, luego de décadas de defender una ideología cada vez más de extrema derecha y sabotear cada intento por gobernar del opositor partido Demócrata, terminó conjurando un tipo de monstruo político en el cual no pueden seguir reconociéndose. El ascenso de Donald Trump es, de hecho, una adquisición hostil del partido Republicano realizada por un demagogo después que el partido, luego de varios candidatos, falló en presentar una alternativa creíble. Las mismas masas que movilizó el partido hacia una locura desenfrenada a través de la propaganda, al final decidieron apoyar un oportunista autoritario no perteneciente a las filas del partido. La sistemática y largamente exitosa campaña para deslegitimar al Presidente Obama y a la coalición Demócrata terminó por deslegitimar a todo el establishment político basado en Washington. El partido Demócrata fue igualmente sorprendido y terminó oponiéndose no a un homólogo predecible sino a un individuo agresivo, irracional y manipulativo con una masa de seguidores que espera que él derribe el orden político entero, como Nerón buscó limpiar a Roma con fuego.

Los reflejos aprendidos de la política bipartidista no funcionan más frente a un nuevo desafío—nada menos que lo que muchas décadas atrás el sociólogo Max Weber llamó el ascenso de la democracia plebiscitaria del Führer.

Al elegir a Hillary Clinton para oponerse a Donald Trump, los Demócratas probablemente han hecho de una situación estructuralmente mala otra peor. Según las encuestas, ella desagrada tanto como Mr. Trump a un gran segmento de la población. En la próxima elección los votantes de cada campo votarán no tanto por su candidato sino en contra del otro candidato. Como consecuencia, el resultado está en las manos de los indecisos, los independientes y aquellos más motivados para ir a votar, cuando esta motivación es principalmente ira y resentimiento. Será un enfrentamiento político que refleja el conocido poema escrito por Yeats en 1919, “La segunda venida”:

Girando y girando en el creciente círculo

El halcón no puede oír al halconero;

Las cosas se desmoronan; el centro no puede sostenerse;

Mera anarquía es desatada sobre el mundo;

La oscurecida marea de sangre es desatada, y en todas partes

La ceremonia de la inocencia es ahogada;

Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores

Están plagados de apasionada intensidad.

Por primera vez en la historia estadounidense, el triunfo del fascismo se movió de posible a probable.

En el contexto de una crítica situación internacional resumida por la sincera declaración del Papa que “el mundo está en guerra”, la llegada del fascismo en Estados Unidos puede provocar una epidemia de movimientos similares en otro lugar. La propagación global de nacionalismos de derecha solamente puede llevar a arriesgar una escalada de esta guerra (actualmente aún difusa y de baja intensidad) a un nivel de intensidad mucho mayor donde algún mal actor—especialmente aquellos con menos recursos convencionales—se sienta compelido a recurrir a la máxima arma (la bomba atómica) para prevalecer. Sólo se necesita uno. Si otros lo siguieran, un mayor intercambio nuclear ocurriría.  Imagínese una situación paralela a la desencadenante de la Primera Guerra Mundial (que inspiró a Yeats), pero esta vez con munición nuclear. El mundo podría correrse del fin de la civilidad al cual alguna vez nos habíamos acostumbrado al fin de la civilización así como la conocemos. Donald Trump y otros como él en el mundo son capaces de producir más historia de la que pueden consumir.

[1] . NT: en inglés en el original, juego de palabras “is ripe to be raped” que ha sido traducido literalmente aquí.

 

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