Propongo en este artículo una tesis que algunos tildarán de osada. En el mundo estamos en presencia no de una sino de dos guerras frías. La primera que es la mayor sigue en ciernes e incumbe a los Estados Unidos y a China. De ella me ocuparé en otro artículo. La segunda ha sido menos comentada pero se ha manifestado en los últimos meses e incumbe a Rusia y Occidente en el teatro europeo. Esta puede caracterizarse como una guerra fría que es una copia degradada de la que tuvo lugar en el siglo 20. Al mismo tiempo es un calco y es inédita. En las líneas que siguen trato de explicitar sus características y sus implicancias.
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En este artículo haré referencia a cuatro juegos: el fútbol (favorito en América Latina), el ajedrez (favorito en Rusia), el billar francés, y el juego del go (practicado en China)[1].
Rusia es un país que en sus dimensiones económica, social, y política está muy retrasado. Pero no lo está en su peso geopolítico. Con esta variable podemos decir que Rusia es un país destinado (o si prefieren, condenado) a ser una gran potencia.
En geopolítica, la posición en el mapa y la dimensión geográfica son datos fundamentales. También lo son la población y los recursos naturales. En este sentido no importa tanto que el producto bruto doméstico ruso sea inferior al de Italia, o que el nivel de vida de gran parte de su población deje mucho que desear en comparación con cualquiera en Occidente, o que su sistema político sea despótico y no democrático. Estas debilidades tienen en Rusia una larga tradición[2], pero no son fatales en materia de resiliencia. El arrastre histórico de siglos de despotismo y pobreza no han mermado sus “glorias” como potencia. Siempre tuvo un lugar en la mesa de juego de los grandes del planeta.
Podemos añadir a estas constataciones otra dimensión, que es la fuerza bruta. Desde Napoleón hasta Hitler, Rusia pudo vencer a las fuerzas armadas más poderosas de la tierra. Lo hizo con dos vectores: primero la extensión del territorio y los rigores del clima, que le dieron lo que en geopolítica se llama “profundidad estratégica,”[3] y segundo la capacidad de sufrimiento de su población. Para quienes necesiten convencerse, basta leer a Tolstoi (Guerra y Paz) para el siglo 19, o ver documentales sobre la batalla de Stalingrado en la “guerra patriótica” del siglo 20. Como dato ilustrativo señalaré que las bajas rusas en la Segunda Guerra Mundial fueron 20 millones de personas. El ejército más poderoso y mejor adiestrado del mundo –la Wehrmacht alemana—vio con asombro y pavor como ola tras ola de aviones y tanques rusos eran destruidos pero siempre reemplazados por otros tantos, y lo mismo sucedía con sus soldados. 130 años antes, Napoleón Bonaparte invadió Rusia con este resultado: de los 614.000 soldados que partieron, sólo volvieron 50.000. Los rusos sufrieron más de 400.000 bajas, pero esas bajas no hicieron mella al país. Agregaré otro dato que no es especulativo sino fruto de la experiencia, a saber: la debilidad económica no impide que un régimen férreo logre armarse hasta los dientes. Para muestra basta un botón: Norcorea.
Todo esto lo conoce perfectamente el autócrata de turno en Rusia Vladimir Putin, que es en geopolítica equivalente a un maestro de ajedrez. Al mismo tiempo posee una estrategia clara de largo alcance y ha dado muestras de agilidad táctica. Esto le permite una diplomacia precisa y artera, que ha dejado en manos del eximio jugador y ministro de relaciones exteriores Sergei Lavrov. Ambos líderes rusos han gambeteado con éxito a cinco presidentes norteamericanos y a sus delegados.[4]
La estrategia de largo alcance que tiene Putin es restaurar la simetría que Rusia perdió al final de la Guerra Fría, cuando se desmoronó el régimen soviético. La diferencia entre la bipolaridad de la Guerra Fría y la que pretende establecer Putin con los Estados Unidos reside en que esta última sería una bipolaridad acotada (ya que tendría lugar en un mundo multipolar) entre dos potencias decadentes, en merma de soberanía (ninguna de las dos puede hacer como otrora lo que quiere en su esfera de influencia). En resumen: la simetría a la que aspira Putin es una simetría degradada.
Si mi apreciación anterior es justa, entonces los rusos estarían actuando (consciente o inconscientemente) como adelantados[5] de un futuro predominio mundial chino, que resultaría el beneficiario final. En efecto, China es la única potencia surgente frente a las dos que declinan. Renglón seguido me explico: primero he de aclarar qué es una simetría degradada, y luego he de explicar qué es lo que podríamos llamar “carambola china” en el juego geopolítico.
En los 1990s, los Estados Unidos y la OTAN obligaron a Rusia a deshacerse de sus bases militares en el Este europeo, en Alemania, y en los estados bálticos. En 2022 Putin quiere que los Estados Unidos hagan lo mismo en forma simétrica y opuesta. Según la experta Fiona Hill,[6] Putin busca alterar toda la arquitectura de defensa europea con exclusión de los EEUU. Piensa que los EEUU están en una posición de debilidad similar a la de la ex Unión Soviética en 1990. De acuerdo con esta opinión, Ucrania sería sólo un rehén conveniente para negociar esa retirada occidental. Piensa el líder ruso (y ex soviético) que sin la presencia y garantía militar norteamericana la OTAN es un tigre de papel y que Europa tendrá que transar con Rusia como principal interlocutor geopolítico. En tal postura, el líder ruso mezcla elementos de la realidad y antiguos errores tácticos por parte de Occidente en el periodo que sucedió a la Guerra Fría, con fantasías acerca de su propia capacidad de chantaje e intimidación. Pero cuenta con el desorden socio-político dentro de los Estados Unidos y los diferendos entre varios países dentro de la Unión Europea.
Este error lo puede llevar a escalar el desafío, ya que una vez que obtenga la respuesta (tal vez vaga y ambigua) tanto de los norteamericanos como de los europeos a su semi-ultimatum, y en retruque por las severas sanciones que estos le preparan, Rusia es capaz de cumplir con sus amenazas de introducir misiles hipersónicos rusos tanto en Cuba como en Venezuela. En tal caso, Putin quedaría atrapado en su propia ley del Talión. Su osadía sería un calco degradado de la crisis de los misiles de 1962, pero con una diferencia enorme: en vez de apostar al todo o nada de un conflicto termo-nuclear en aquella crisis al borde el abismo, esta vez lo único que lograría es otorgar a los Estados Unidos dos blancos fáciles en su propio hemisferio para contra-balancear una incursión en Ucrania, o un ataque en la región báltica.
En este sentido, la actual guerra fría entre Rusia y Occidente será un globo de prueba para intentar el desarrollo de una confrontación en la otra guerra fría en ciernes, entre los Estados Unidos y China. El “truco y quiero retruco” en Ucrania sería algo así como el ensayo de una pieza teatral “off Broadway” para luego llevarla a un escenario más grande. La crisis de Ucrania está siendo observada con atención por el partido comunista chino. De su desenlace sacará conclusiones que ha de aplicar en su estrategia con Taiwán y en el mar de China. Este doble juego es lo que llamo la “carambola china.” [7] Pero el juego de Beijing es más paciente que una partida de billar. Se trata de ganar espacios en forma sistemática, como en una larga partida de go.
En respuesta a la provocación de Putin (por ahora verbal y teatral) los Estados Unidos podrían (pensando que sin mayor riesgo) efectuar ataques puntuales devastadores contra aquellos países latinoamericanos que se presten al juego ruso (y por altura también chino), decapitando sus centros de comando y control y sus dirigencias. Es de esperar que nada de esto suceda y que los rusos des-escalen su agresión. De todas maneras la situación tanto en Europa como en extremo Oriente no exime a los latinoamericanos de la muy antigua y certera sentencia africana: “cuando se pelean los elefantes, el que sufre es el pasto.”
En suma, frente a un mundo multipolar afectado en lo político por el virus del nacionalismo reaccionario y sus variantes, las tensiones entre los más grandes son muy peligrosas sobre todo para los más chicos, y en cualquiera de los cinco continentes. Para nuestra América Latina –que no consigue aunarse– el difícil equilibrio que debe hacer para evitar ser pasto de elefantes está lamentablemente a cargo de cada uno de los países. Debo constatar que la mayoría de ellos, de muy distinto color ideológico y político, tendrá serias dificultades en mantener una prescindencia activa y una política exterior sensata. Sin solidaridad regional cada uno tendrá un destino de malabarista.
Quisiera aquí hacer un llamado a la formación de un foro de estudio latinoamericano de la presente situación geopolítica entre quienes tienen conocimiento de causa y acceso a los formadores de opinión y a las dirigencias respectivas para diagnosticar las tendencias y proponer posturas y estrategias que no sean dañinas.
La calidad de las elites dirigentes cuenta mucho en esa tarea, desde los distintos observatorios, centros e institutos hasta los ministerios y gabinetes de estado.
Sin conocer los detalles de los actores y la dinámica política del día a día, daré un ejemplo que puede ser aleccionador al respecto. Las recientes elecciones presidenciales en Chile dieron una decisiva victoria a un candidato joven y su equipo que los medios de comunicación dominantes en Occidente tildaron con demasiada premura y alevosía de “extrema izquierda.” Sin embargo, la fuerza centrípeta de la política chilena y su arrastre histórico mueven al sistema a componer una nueva concertación como garantía de una democracia capaz de conjugar la sostenibilidad (entendida como mantenimiento del crecimiento económico) con la sustentabilidad (entendida como una cuidada atención a la justicia social)[8]. De tal conjugación, si se logra, puede surgir una política exterior de equilibrio sensato en medio de las nuevas guerras frías que amenazan azotar al planeta.[9] Sería este un modelo que puede orientar a otros países de la región. Es de esperar que así sea.
[1] Para quienes no lo conocen, la dinámica de este juego chino consiste en colocar, por turnos, piedras blancas y negras en las intersecciones del tablero. A cada jugador se le asigna un color antes de empezar (las negras inician la partida) y una vez puesta una piedra, no se puede mover. Sin embargo, es posible capturar una piedra o un conjunto de piedras y eliminarlas del tablero si están completamente rodeadas por el color opuesto. El objetivo del juego es controlar más del 50% del área tablero, que consiste en una cuadrícula de 19×19. Para controlar un área es necesario crear un perímetro usando piedras de un mismo color.
[2] Los sociólogos llaman a esta condición “path dependency” (dependencia de ruta). Yo prefiero el término “arrastre histórico.”
[3] Profundidad estratégica es un término en la literatura militar que se refiere a las distancias entre las líneas del frente o sectores de batalla y las áreas centrales de los combatientes, las ciudades capitales, el corazón y otros centros de población o producción militar.
[4] Uso un lenguaje futbolero a sabiendas, ya que en los tempranos años 80 pude apreciar el juego de Lavrov como puntero del medio en partidos amistosos que jugábamos en el Central Park de Manhattan con varios delegados jóvenes a las Naciones Unidas –soviéticos, africanos y europeos, más un argentino entrometido. A mi juicio Lavrov es un Talleyrand moderno.
[5] En la conquista de América, el adelantado era un alto dignatario español que llevaba a cabo o adelante una empresa pública por mandato de servicio.
[6] https://www.nytimes.com/2022/01/24/opinion/russia-ukraine-putin-biden.html
[7] En el billar francés, el juego se desarrolla empleando un taco de billar y 3 bolas, sobre una mesa de billar sin bolsillos. El propósito del juego es emplear la bola asignada al jugador (en este caso ruso) para tocar con ella las otras dos bolas y hacer una carambola.
[8] Curiosamente esta distinción no existe en el idioma inglés, que usa el mismo vocablo para referirse a dos dimensiones bien distintas.
[9] Como ejemplo ilustrativo de calidad gerencial presento los siguientes datos sobre el gabinete del presidente chileno Boric: 100% son profesionales, 9 provienen de profesiones diferentes, el 24% son ingenieros, sólo hay 3 abogados entre 17 cargos, el 53% tienen posgrados, el 35% de ellos tiene experiencia en el exterior, el 59% son mujeres, el 29% son independientes, y el promedio de edad es de 49 años. Datos provistos por los politólogos Federico Zapata y Ana María Mustapic.
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