La acumulación de onerosas e insostenibles deudas externas, es decir, el endeudamiento externo más allá de la capacidad normal de pago — tanto en las economías periféricas, como crecientemente también en las economías centrales — es uno de los factores más importantes en la explicación de la pérdida de soberanía en el manejo de la política económica.
A su vez, esta anormal acumulación de deudas encuentra su explicación en la desregulación generalizada, a partir de la década de 1970, de los mercados financieros. Especialmente decisiva en este sentido fue la liberalización de los flujos financieros internacionales. Con la liberalización de los flujos financieros se inicia la conformación de un sistema financiero crecientemente global, al margen y por encima de las autoridades monetarias nacionales. De ser una atribución exclusiva de los bancos centrales, la creación de dinero y crédito pasa crecientemente a ser tomada a cargo por los mercados financieros globales; es decir por un sistema global, integrado por bancos y otros intermediarios financieros privados. La liberalización casi universal de los movimientos de capital, junto con la desregulación generalizada de los mercados financieros, ponen al sistema financiero global — de facto, si no de jure — por encima de las autoridades monetarias y financieras nacionales. El mercado financiero global es de hecho un mercado supranacional, o más exactamente un mercado extraterritorial, que se encuentra más allá de la facultad de control de autoridad nacional alguna.
El sistema financiero global es el proveedor fundamental de liquidez de las economías, como cuantitativamente lo revela el hecho de que las transacciones cambiarias globales hayan alcanzado (en 2013) los 5,3 billones de dólares diarios: 37 veces el comercio internacional total (promedio diario), y 19 veces el producto bruto global (promedio diario) [1].
Esta gigantesca masa especulativa está en perpetua agitación y movimiento, buscando beneficios a escala global, retirándose precipitadamente de los mercados cuyo riesgo súbitamente es percibido como inaceptable, en contra por cierto de lo que la (ayer dominante, hoy desprestigiada) teoría de las “expectativas racionales” sugeriría.
Un hecho no discutido y que habría que destacar, es que la inestabilidad y volubilidad de las expectativas es una característica que conviene a los grandes jugadores del sistema (los más grandes bancos y fondos de inversión), que son quienes determinan adelantadamente las grandes tendencias del mercado, junto con las cambiantes “novedades” políticas y financieras relativamente arbitrarias creadas a diario. Estos grandes jugadores son seguidos, a menudo con poca fortuna, por la base atomística de las miríadas de pequeños intermediarios e inversores individuales. Buscando proteger como es natural sus intereses, esta gigantesca masa de dinero es jugada por el sector financiero en contra de toda medida de política económica que sea percibida como poniendo vallas a la especulación financiera. Asimismo, toda situación económica real que sea vista por los inversores como poniendo en riesgo la rentabilidad o seguridad financiera, provoca la retirada en masa de capitales.
Esto, en cuanto respecta someramente a los factores cuantitativos que ejercen una permanente presión contractiva sobre las economías, obligadas por la constante amenaza de fuga de capitales a seguir las políticas ortodoxas consideradas sanas por los mercados financieros, las políticas popularizadas con el nombre de Consenso de Washington.
Entre los factores cualitativos adicionales de presión contractiva está el grave lastre que representa, para la discusión racional de alternativas a las políticas recesivas, la persistente predominancia de la ideología económica neoliberal o neoclásica entre quienes deciden sobre las políticas económicas.
Otro importante factor cualitativo relativamente reciente es el ascenso de las agencias calificadoras de crédito a la notoriedad e influencia. Estas agencias privadas, a menudo vinculadas a bancos o fondos de inversión, evalúan desde una perspectiva ortodoxa, es decir pro-cíclica, la credibilidad y la solvencia de los gobiernos y las economías. A pesar del riesgo evidente de connivencia de estos insiders con sus empresas madres, el juicio de estas agencias, verdaderas oficinas de relaciones públicas del sistema financiero, tiene una trascendencia e influencia mediáticas que sólo puede explicarse por el creciente aislamiento y desprestigio en que se encuentra ese sistema.
Sintetizando, como resultado de la liberalización y desregulación de los movimientos internacionales de capital, el poder de decisión sobre las políticas económicas se ha trasladado en gran medida a los mercados financieros internacionales. Estos mercados gozan de un decisivo poder de veto sobre las políticas económicas nacionales (e incluso internacionales), gracias a la permanente amenaza que representa la enorme masa de capitales que, en caso de desacuerdo, puede “votar con los pies”, es decir emprender la fuga. Además de su enorme “poder de fuego” — como se ha dado en llamar al poder de extorsión de esta masa monetaria superior, como hemos visto, por un factor de 19 al producto conjunto de todas las economías del mundo —, el sistema financiero global goza todavía de la reputación que conceden los distintos órganos de generación de opinión, e igual de importante, de generación de imágenes y esquemas de representación e interpretación de la realidad económica.
Notas
[1] Bank for International Settlements, 2013, Triennial Central Bank Survey. Foreign exchange turnover in April 2013: preliminary global results, Basel
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