El significado para la teorí­a económica y la producción de importantes cambios en los sistemas económicos

Debemos desplazarnos hacia una teoría que no sólo se base en la observación de la realidad sino que también preste atención a qué tipo de economía es necesario, posible y deseable.
Sin tratar de predecir el camino a seguir, consideraré ahora cómo probablemente incidirán sobre la teoría económica importantes cambios que son requeridos en los sistemas económicos. Esto no será tan aburrido como se podría esperar; la relación entre teoría y realidad ya hace largo tiempo que debía ser realineada. En el siglo XX, se permitió que la teoría económica, más allá de su realismo, orientase las políticas – algunas auto-cumplidas y otras desastrosamente diferentes de sus anunciadas intenciones. Debemos desplazarnos hacia una teoría que no sólo se base en la observación de la realidad sino que también preste atención a qué tipo de economía es necesario, posible y deseable.

De ahí que el primer desafío para la vieja teoría económica es la pregunta: ¿cuáles son los objetivos de la economía? La teoría existente no sostiene objetivos explícitos pero tiene algunos implícitos: el crecimiento económico para la macroeconomía y la maximización del consumo para la micro.

El segundo desafío deriva de la crítica realidad que la escala de una economía no debe exceder al ecosistema que lo sustenta.

Esto guarda relación con un tercer punto que ha sido dejado de lado en la teoría económica del siglo XX: cualquier economía está inmersa en y es completamente dependiente de su contexto ecológico y social. Una economía es un sub-sistema de un sistema social humano y éste, a su vez, es un sub-sistema del contexto ecológico. Cada uno de estos sistemas afecta y es afectado por los otros.

Esos tres puntos tienen que ver con cómo pensamos la economía. El siguiente punto se refiere tanto a la acción como a la teoría: el requerimiento para hacer la transición a una economía post-crecimiento comienza con limitaciones a la producción. Es crítico, en esta coyuntura, que la humanidad se una a la naturaleza (o, si somos inteligentes, se anticipe) en limitar aquellos bienes o servicios cuya producción requiere utilizar materiales y energía que son dañinos para el medioambiente o se están agotando de tal manera que amenazan la futura sustentabilidad ecológica y económica.

Ésta no es una idea nueva: siempre hay limitaciones de oferta que normalmente inciden a través de los mercados sobre los precios. De lo que estoy hablando, sin embargo, no es adecuadamente reconocido por la teoría económica del siglo XX. Se trata de restricciones que están basadas en proyecciones de limitaciones que serán más determinantes en el futuro de lo que son ahora. Dichas proyecciones se encuentran bien documentadas en la literatura científica pero no se están reflejando adecuadamente en los precios actuales: los diversos mercados de futuro son muy cortoplacistas, no están lo suficientemente informados o no tiene suficiente poder para llevar a cabo esa adecuación. Por eso, un gran desafío para la teoría económica que emerja de esta situación es la cuestión de cómo incluir en conductas de corto plazo el conocimiento científico sobre limitaciones futuras cuando las señales de precios derivadas del mercado han probado ser inadecuadas para lograrlo. [[La organización 350.org está intentando abordar precisamente esta cuestión instando a fondos y otros grupos de accionistas a anticipar eventos que harán necesario dejar de utilizar una gran proporción de los combustibles a base de carbón debido a sus peligros medioambientales.]]

Utilizando precios para alcanzar objetivos

Aunque bien herético para la teoría económica actual, no es por cierto verdaderamente nuevo en la historia de la economía occidental considerar una propuesta de establecer precios a través de algo más que los mecanismos de mercado. A modo de ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial John Kenneth Galbraith monitoreó un sistema de control de precios diseñado para asegurar que se le diese prioridad a los recursos necesarios para el esfuerzo bélico.

La herejía de Galbraith fue significativamente diferente a la del previo argumento de John Maynard Keynes acerca que el gobierno federal debe actuar como un gran generador de demanda de empleo y de lo que el empleo produce. La era Keynesiana, renuentemente (aunque cada vez más) aceptada por los economistas modernos como una respuesta racional a una severa recesión económica, se asemejó a la actual en dos importantes aspectos: aceptó sin lugar a dudas la deseabilidad del crecimiento económico y apoyó que ese crecimiento se diese a través del mercado utilizando al gobierno como un motor de demanda. El gobierno aceptó la responsabilidad de incrementar la demanda de empleo con un consecuente incremento del ingreso familiar. Los mercados respondieron a los crecientes ingresos familiares y al consecuente aumento de la demanda de los consumidores con señales de precios que persuadieron a los inversores y productores a aumentar su actividad.

Por el contrario, el sistema de control de precios de Galbraith podría decirse que ha sobrepasado al mercado en lugar de utilizarlo y, por ese motivo, es hoy escasamente recordado como parte de la historia económica. Mientras que Galbraith no imaginó en su momento una situación en la que fuera necesario o deseable terminar o revertir el crecimiento económico como lo conocemos [[Sin embargo Galbraith de hecho escribió un ensayo cerca del final de su vida en el que consideró la posibilidad que existiera un límite en el consumo requerido para tener una buena vida; ver Afterword: A Japanese Social Initiative por Jonathan M. Harris and Neva R. Goodwin, eds., 2003, New Thinking in Macroeconomics: Social, Institutional and Environmental Perspectives, de Edward Elgar. Deberíamos también, por supuesto, recordar el famoso ensayo de 1930 de Keynes, “Posibilidades económicas para nuestros nietos.” (“Economic Possibilities for our Grandchildren.”).]], se destacó por su postura informal respecto a los mercados –en comparación a la reverencia que, por ejemplo, le fuera dispensada por Milton Friedman y sus discípulos. Galbraith no encontró razón alguna para creer que los mercados generarían, al menos no dentro del urgente plazo que requería el esfuerzo bélico, los precios necesarios para dirigir la producción apropiadamente. Sin embargo, una de las cosas que Galbraith y Keynes sí compartieron fue el claro reconocimiento que los mercados pueden generar resultados sub-óptimos, sea en términos de un objetivo nacional, como la producción bélica, o de sostener el nivel de demanda para una producción que asegure el pleno empleo.

Un tercer ejemplo de fijación de precios fuera de los mercados es tal vez aún más revelador dado que aún sucede: la poca atención prestada al hecho que precios cruciales están siendo determinados por fuerzas que no son las del mercado. Los países que deciden aumentar las exportaciones y disminuir las importaciones comúnmente consideran el tipo de cambio de su moneda como una herramienta para influenciar los patrones de compra de sus propios ciudadanos así como de la gente de otros países. Esto podría fallar si el país en cuestión es propenso a la inflación pero, de no ser así, frecuentemente resulta exitoso cambiar como se desea el precio de su moneda. Las alternativas a un gobierno central tomando las riendas del tipo de cambio del país son simplemente fijar el tipo de cambio respecto a alguna otra moneda –en los últimos años un buen número de monedas latinoamericanas han sido fijadas respecto al dólar- o permitirle “flotar”. Esta última es, sin duda, una elección de dejar la decisión en manos de los mercados internacionales; pero para economías fuertes cierto grado de manipulación de la propia moneda es una manera aceptada de influenciar los precios.

El propósito al ofrecer estos ejemplos es simplemente decir que, sin una firme orientación, la magia del mercado no siempre es suficiente para alcanzar resultados deseados a través de señales de precios generadas internamente. Esa observación desafía las teorías económicas del siglo XX que, ignorando ejemplos como éstos, mantuvieron una ideología de nunca interferir con el mercado.

Esto suscita el próximo gran desafío para una teoría económica que durante la mayor parte del siglo XX ha sostenido estar libre de juicios de valor. Usando a los mercados así como a otros medios necesitamos encontrar maneras de establecer precios que debidamente reconozcan valores humanos, incluyendo equidad, realidades ecológicas, y necesidades presentes y futuras.

De hecho, la afirmación de la economía del siglo XX de ser una teoría puramente objetiva libre de juicios de valor se ha erosionado casi por completo. La teoría, tal como se la enseña en universidades y es utilizada en la creación de políticas, ha aceptado implícitamente el objetivo de maximizar la eficiencia de modo que la búsqueda del beneficio personal pueda hacer uso de los recursos disponibles y alcanzar “los resultados más deseados”. Por favor tome en cuenta los valores que encierra la expresión “más deseados” que obliga a preguntarse, “¿deseados por quién?” Existe una respuesta a esta pregunta: cuando la eficiencia es procurada a través del sistema de precios, los únicos intereses individuales que el sistema ve de maximizar son aquellos que se materializan a través del mercado: específicamente, el deseo del consumidor de hacer compras y el deseo del productor de obtener ganancias. Sólo estos deseos –y sólo si son respaldados con dinero que es lo que le permite al actor económico participar en el mercado- se benefician de las características de eficiencia del sistema. En el sistema de precios de “un dólar, un voto”, el mercado minimiza el reconocimiento de las necesidades, deseos y valores de quienes tienen pocos dólares con los que expresarlos. Dado que la teoría económica estándar no tiene forma de reconocer formalmente la validez de necesidades y deseos que no puedan alcanzar una expresión en el mercado, el énfasis en la eficiencia quita el foco de los problemas de equidad.

Estoy sosteniendo que los mercados no siempre pueden por sí solos establecer precios que sean justos, tengan en cuenta el futuro, guíen el comportamiento de las personas hacia los resultados deseados o reflejen adecuadamente los valores humanos. Existe una respuesta de tipo automático para esto: “al menos el mercado es objetivo; si nos salimos del mercado para fijar precios, ¿quién elegirá de entre diversos valores subjetivos?” De mi lado he propuesto algunas respuestas preliminares. En primer lugar, los precios de mercado no son puramente objetivos: reflejan los deseos de los ricos y poderosos mucho más que de los pobres; y segundo, el gobierno es ampliamente aceptado como un apropiado entrometido en los mercados en tiempos de emergencia nacional, tales como situaciones de guerra, profunda recesión, catástrofe económica presente o futura, o en asuntos generales de interés nacional, tal el caso de los tipos de cambio.

Los salarios, como se analizará en el próximo artículo, son una categoría particular de los precios. Este tema resulta ser un punto inicial esencial –pero no el punto final- para comprender cómo un sistema económico que es ecológicamente sustentable –es decir, una economía post-crecimiento- puede proveer un buen vivir a las personas. El problema que con frecuencia deviene un punto crítico en esta conversación es el sentido requerimiento para que el crecimiento económico siga proveyendo suficientes puestos de trabajo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *