Si llegase a estallar, la Tercera Guerra Mundial se parecerá no a la Segunda sino a la Primera.La Segunda Guerra Mundial fue al mismo tiempo la primera y la última guerra total seria (con armamento industrial) y convencional (entre fuerzas armadas nacionales y con insignia). Dejó las siguientes secuelas: mas de 50 millones de muertos, el fin del mundo europeo, la bomba nuclear, y un sistema mundial bipolar dividido entre dos superpotencias extra-europeas con modelos de ideología y sociedad rivales y contrapuestos.
El mundo entró luego en la era de la Guerra Fría, en la que los dos rivales se armaron hasta los dientes con equipos termonucleares que no quería usar, ya que su lanzamiento garantizaba la destrucción mutual, y por añadidura, la de toda la humanidad. La paz se sostenía sólo por el temor al suicidio recíproco y colectivo. Fue un equilibrio de terror. Las únicas guerras aceptables en tal situación fueron guerras indirectas, por interpósitos actores, que actuaban como peones en un tablero de ajedrez.
La Guerra Fría no terminó con el triunfo militar del occidente capitalista y liberal, sino con la implosión y el desmoronamiento de la Unión Soviética, y el abandono de la economía socialista por parte de la República Popular China. En su momento muchos creyeron que se inauguraba una nueva era de paz, esta vez asentada en la compatibilidad de los sistemas económicos y políticos. Capitalismo y democracia se anunciaban como modelos irrecusables, como una forma de vivir sin un “afuera” y por lo tanto, como el fin (feliz) de la historia humana. Al menos esa era la opinión de algunos intelectuales públicos, siempre apresurados a publicar una opinión plausible antes que analizar una situación a fondo.
El optimismo fue prematuro y duró poco. El dominio del sistema supérstite cegó a casi todos –vencedores y vencidos—frente a los problemas y contradicciones del capitalismo triunfante, a saber: el descontrol de los mercados sin regulación, la creciente desigualdad social interna e internacional, la asimetría entre el capital y el trabajo, la exclusión de amplias masas, el predominio del capital financiero sobre el aparato de producción, la búsqueda de ganancias rápidas, el cortoplacismo, la fragilidad de todo el sistema frente a una crisis financiera, la interrelación global de las crisis repetidas y aumentadas, la recuperación ficticia y anémica, el aumento de las tensiones, la corrupción en altas esferas, el riesgo ecológico, la metástasis de resistencia y de violencia, y una marcada tendencia a la disfunción de los sistemas de gobierno. Lejos de alcanzar la utopía de un nuevo y mas justo orden mundial, nos vemos frente a un desorden multipolar y a una nueva pugna entre poderes declinantes y ascendientes.
El corolario geopolítico es inquietante. Para encontrar paralelos, debemos saltar por encima de los antecedentes históricos mas recientes (Guerra Fría y Segunda Guerra Mundial) y retroceder exactamente un siglo, a la situación mundial entre los años 1913 y 1914. El desafío geopolítico de aquellos años era encontrar una respuesta pacífica y concertada a la tensión creciente entre una economía global abierta y una autocracia en ascenso (Alemania imperial entonces, China e Irán hoy). Entonces, como ahora, aumentaba el recelo entre las potencias. Sabemos cómo terminó aquella historia: en una gran guerra , que en aquel entonces todos descontaban como improbable, o en caso de estallar, de corta duración y escasa trascendencia. Cuatro años sangrientos y diez millones de muertos desabusaron a nuestros abuelos de sus complacientes suposiciones. Desconocemos como nuestra propia historia va a terminar, pero podemos todavía evitar aquel desastroso error de cálculo.
En el mundo actual, la probabilidad de un error de consecuencias incalculables es tan alta como entonces. En aquella época, el foco de inestabilidad se ubicaba en los Balcanes. Hoy hay por lo menos tres: La superposición de zonas de defensa aérea entre China, Japón, y Corea del Sur, con el añadido del aventurismo bélico de Corea del Norte en la misma región y la injerencia activa de los Estados Unidos en defensa de una hegemonía que está en merma; en Medio Oriente, la rivalidad entre Israel, Arabia Saudita e Irán, potenciada por conflictos inter-étnicos y religiosos, mas la injerencia rusa; y en Asia del sur, la rivalidad nuclear entre la India y Pakistán. Cualquier provocación por parte de cualquiera de los actores en esas regiones es capaz de desencadenar un conflicto mundial de enormes consecuencias. En ese conflicto intervendrían grandes, pequeños y medianos: Estados Unidos, China, Rusia, Irán, Israel, Pakistán, por nombrar sólo unos pocos. Como siempre, América Latina estaría con un poco de suerte al margen de las acciones principales.
Del año fatídico 1914 podemos sacar una lección, a saber: no hay que descontar la capacidad de actores regionales y menores de involucrar a los actores mayores en un proceso bélico multiplicador. Doscientos años antes de Cristo, Arquímedes sostenía: “Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo.” Dos milenios mas tarde, Churchill decía: “La región de los Balcanes tiene la tendencia de producir más historia de la que puede consumir.» China/Japón, Israel/Irán, India/Pakistán, son palancas perfectamente capaces de producir mas historia de la que pueden consumir. A esta serie explosiva de estados en tensión tenemos que agregar la injerencia de actores violentos no-estatales (redes terroristas) que también cumplieron un papel detonante en la Primera Guerra Mundial. La otra lección de aquella guerra es que todos los participantes –triunfantes y derrotados—sufrieron consecuencias catastróficas, como anticipó el autor inglés Norman Angell en su libro La Gran Ilusión (1909) aunque se equivocó en el corolario, ya que pensó que una guerra seria tan descabellada que nadie se iba a atrever. Hoy tenemos la ventaja –para quienes buscan aprender algo de la historia—de estudios excelentes sobre la serie de errores, complacencias y distracciones que llevaron a la guerra del ’14. Señalo en entre ellos el reciente libro de Max Hastings, Catastrophe 1914: Europe Goes to War (2013) y el mas antiguo y voluminoso tomo de Niall Ferguson The Pity of War: Explaining World War I (1999). Para estar alerta, recomiendo al lector que haga repaso, aunque mas no sea en Wikipedia, del todavía tranquilo enero de 1914 –un mundo complaciente, globalizado, embelesado con las novedades tecnológicas del momento, un mundo atareado y distraído, que pensaba que nada extraño podía suceder. Que tengan todos un buen enero en el 2014.
Opinion Sur



